Centrémonos. Casco Viejo de Bilbao.


¿Ya? Pues continuemos.

Tras haber cruzado el puente del ayuntamiento nos encaminamos hasta la zona conocida como Las Siete Calles, con el firme propósito de no dejar pintxo sobre pintxo y probar todas las delicatessen a las que nos quisieran someter los maestros cocineros de la zona: Cerdo con piña y mostaza (increible mezcla e increible sabor), pulpo con puré de puerros, tortilla de morcilla, brocheta de caracoles con verdura (los caracoles sin cáscara, por si lo dudabais) y un largo etcétera de alimentos güenos, güenos…



Nos disculpareis por no echarnos la siesta, como haría todo ser sensato en una pseudo-vacaciones, pero optamos por otra opción más interesante a la par que menos descansada, como fue coger el Funicular de Artxanda y llegar al mirador desde se puede ver a Bilbao, entre rodeado por montañas en unas espectáculares vistas.


Después de esto, y a pesar de haber usado el funicular (si no estaríamos todavía subiendo) las piernas empiezan a flaquear y los ojos comienzan a cerrarse, optando los bravos turistas por hacer una retirada a tiempo y acomodar sus fornidos cuerpos para roncar a pierna suelta mientras se recuperan fuerzas para quemarlas un par de horas más tarde, saliendo por nuevos garitos, y volviendo a devorar cual termitas todo lo que pillen por su paso, en esta ocasión en Bilbao la Vieja.

Dicho lo cual obviaré la ingesta masiva de todo tipo de alcohol, ni de como acabamos en el Divino Cielo, ni de porque no llegamos al Karaoke, ni a La Tortilla y nos empeñamos en adentrarnos en un antro llamado Comix al que tras ver como un enorme mostrenco abría la puerta de metal de una patada, decidimos que sería mejor retirarnos a casa. Esto era ya una hora prudencial. 🙂

Lo que no obviaré será que al día siguiente (también con pocas horas de sueño en el cuerpo) fuimos a los acantilados en Arrigunaga, acompañados de un día estupendo y disfrutando el olor a sal, la brisa y el maravilloso azul del mar.

A los hechos me remito. 🙂 (Si, otra ristra de fotos al canto. Estoy desatado).







Impresionante, verdad? Un gustazo para los sentidos y para gente como yo que nunca creció con una playa cerca y que no lo considero vital para mi, pero cada vez que me acerco al mar, me puedo quedar mirándolo horas. Hipnotizado…