Recién llegado, con las palmas de las manos aún doloridas de aplaudir a rabiar se me agolpan en la mente todas las imágenes y emociones vividas en el último par de horas. Ícaro cayó del cielo y todo lo demás empezó a volar.

Varekai

El circo del Sol. Acróbatas, malabaristas, contorsionistas, trapecistas, payasos, orquesta…  y un despliege es-pec-ta-cu-lar para crear una oda magnífica y maravillosa al cuerpo humano llena de color y música. Un gustazo para todos los sentidos. Y para la sensaciones, por que se pasa de la risa al asombro, del asombro a la emoción, de la emoción al miedo, del miedo a la euforia…

No había estado nunca en ninguno de los múltiples espectáculos del Cirque du Soleil y aunque sabía lo que me perdía, la verdad es que nunca había encontrado la oportunidad. Ahora, con las entradas en nuestro poder desde Octubre (!) no podía fallar. Y no me ha decepcionado en absoluto. Todo es tan real que asusta. Te llevas las manos a la cabeza, se te escapa exclamaciones cuando las imposibles piruetas y demostraciones de fuerza y belleza.

Voy a permitirme el lujo de elegir un momento. Bill Shannon. Un artista afectado en la vida real por la enfermedad de Legg-Calve-Perthes que le obliga a desplazarse mediante muletas, demuestra a un Ícaro perdido sin alas que no existe lo imposible y que él aún con sus dos extremidades de metal puede brillar más o igual que el resto de las estrellas. Deja de quejarte, Ícaro y lucha por lo que quieres, parece decir con rabia.

Los sueños están para perseguirlos hasta conseguirlos, no para soñar con ellos.

Gracias Varekai.