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Tras salir de las cuevas de Dan-Yr-Ogof, en el corazón del Brecon Beacon National Park, comenzamos el maratón de kilómetros para cruzar lo que quedaba de Gales hasta llegar a la costa con el objetivo de atravesar la no excesivamente grande península de Gower para poder ver atardecer en su extremo más occidental.

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Sin ningún pudor reconoceré que soy un amante de los viajes en coche, de esos en los que el paisaje va cambiando lenta e inevitablemente ante tus ojos, ayudado por los cambios de luz, de los cielos claros y azules a los grises nublados que matizan los colores, dejar a un lado un valle, a otro un lago, al frente una colina. ¿Qué habrá tras ella? Y kilómetro a kilómetro aparece la radiografía del lugar, radiografía que no se ve, ni se siente, si no se está allí y se siente el frío, el viento, el calor, la lluvia, el cansancio, los brillos, los reflejos, las paradas para coger fuerza… (y los monstruos… que también los hubo)

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Descubrí, como bien había sido advertido y me negaba a reconocer, que las distancias en estas islas se alargan gracias a la «calidad» de las carreteras, que se tuercen y retuercen, evitando las líneas rectas. Nos costó alcanzar el borde de los acantilados, al final, en Rhossili Bay, pero llegamos aún a tiempo de ver como el sol era engullido por las nubes y el horizonte. Mientras tanto, un viento que nos hacía utilizar al máximo nuestras habilidades físicas para mantenernos en pie, creaba olas en la bahía que en condiciones de algo más de calor por seguro que habrían hecho las delicias de muchos surferos.

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Prueba superada!

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