Pasé hace unos días por Camden Market atraído por la curiosidad de saber la gravedad del fuego que tanto ruido hizo en los periódicos. Afortunadamente la mayor parte de Camden sigue en pie.

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Se comenta que la parte afectada, a la orilla del río, ahora cerrada, está siendo reconstruida para volver a ser exactamente igual que lo que era. Lo dudo. Pero no hay nada que ya se pueda hacer. Habrá que asumir como parte de su historia que una parte no excesivamente grande se quemó y que se reconstruyó de la mejor manera posible.

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Sin embargo no es este el único de los cambios. Los demás son, desde mi sentimentaloide punto de vista, más difíciles de digerir. El antaño hospital de caballos, uno de los más emblemáticos edificios del mercado, donde los puestos ocupaban las antiguas caballerizas, se está desmontando. Estos puestos eran quizás los más ronchas de todos los que atiborraban las laberínticas calles del mercado, los verdaderos puestos de mercadillo, los que atesoraban reliquias de excaso valor salvo para el que las poseía.

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Ahora, los puestos se encuentran en un nuevo mercado de caballos, rediseñado para la ocasión, con todo lujo de detalles. Unas esculturas de caballos en la puerta y unos puestos mucho más modernos en los que se mantienen las curvadas puertas de acero de las caballerizas para darle un toque más retro dentro de un lugar mucho más cómodo y amplio.

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Por otro lado, las catacumbas han desaparecido. Gruas y maquinarias desmontan lo que antaño fue uno de los lugares más tenebrosos de Camden. Adentrarse en las catacumbas te traladaba a puestos de techos abovedados entre retales, espejos, maletas viejas.

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En su lugar van a aparecer unas nuevas catacumbas. Conservarán el aire de las antiguas, con sus arcos de piedra y se modernizarán añadiendo bonitas y luminosas vidrieras. Todo nuevo, brillante y limpito.

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Pero Camden no atrapaba por la belleza, ni por ser nuevo, brillante, ni limpito. Atrapaba por la sensación de desván, de desorden, de incertidumbre al saber que te vas a encontrar en cada recodo, el perfecto lugar para encontrar un mapa del tesoro en el que nadie antes parecía haber reparado. Por ese aire misterioso que lo hacía diferente del resto de mercados.

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Ahora poco a poco, Camden es cada vez menos mi Camden y cada vez más un nuevo Camden, que peligrosamente puede tender a parecerse a cualquier otro mercado. Es bastante probable que seguirá atrayendo a millares de visitantes cada fin de semana y probablemente será mucho más rentable economicamente. Pero este será su Camden. El mío empieza a difuminar sus bordes.

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Entiendo esta negación de la realidad, de intentar ignorar la naturaleza del cambio, como un mero ejemplo de mi egoismo, pero no puedo evitar querer a ciertas cosas por lo que fueron y no por lo que puedan llegar a ser, así que conservaré el recuerdo del lugar añejo, con sus olores y sensaciones como a mi me gustaba, como yo lo descubrí.

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¿Será el miedo a algo mejor lo que nos hace quedarnos con lo que tenemos y añorar lo que tuvimos?