Una vez dentro de tus cuatro paredes comienza la ardua tarea de darles forma, pues aunque 8 de cada 10 fakires recomienden dormir en superficies duras durante un largo periodo de tiempo, lo cierto es que uno que es más delicado, gusta de apoyar sus huesos en sitios más mulliditos, aunque para variar uno se encuentra con el problema económico. Rapidamente se decarta el jacuzzi (lo siento chicas), la sauna (que basta con salir a la calle), el observatorio astronómico (lo siento Galileo) y el tobogán (lo siento chicos). Entonces se empieza uno a dar cuenta del pastizal que se va a dejar para poder habitar el lugar y se limita uno a las necesidades vitales.

Afortunadamente para mi en este momento (ya me tocará, ya) aquellos habitantes de Tokio (y por extensión creo que del resto de Japón, pero no estoy seguro) que tengan que abandonar el pais, y se encuentren alquilando un piso que venía como dios le trajo al mundo, sin nada con que tapar sus pudendas paredes, deberán dejar el piso tal y como venía, es decir, es responsabilidad del inquilino el deshacerse de los muebles y todo lo que no viniera originialmente con la casa.

Antes de que me esteis visualizando rebuscando entre contenedores de basura por las calles, os comentaré que el tema de las deshechos es bastante complicado (ya caerá), pero para lo que nos ocupa diremos que está prohibido bajar tus trastos a la calle. Prohibido. Tienes que pagar a una empresa para que los recoja y es los lleve. Así que al coste inicial de vestir la casa, se añade el coste final de desvestirla.

Claro, hay una opción. Tu tienes algo que yo necesito y que tu no quieres y no sabes como desprenderte de ello. Simbiosis. Esto lo descubrió la madre naturaleza hace mucho tiempo. El mercado de segunda mano y las herencias no familiares están a la orden del día. En mi caso, vía Carmen (muchas gracias Carmen), contacte con otro español, Nacho (más muchas gracias Nacho), que abandonaba Japón en estos días. Me ofrecía unas cuantas de sus cosas simplemente si me hacía cargo del coste del transporte. Dicho y hecho. La palabra clave para la mudanza es Hikkoshi y como os habréis podido imaginar la negociación se hace en japonés… ejem. La única opción que se me ocurrió fue suplicarle clemencia, piedad y ayuda a la amiga japonesa Makiko, para que arreglara la mudanza para mí (Muchísimas gracias Makiko).

Conseguimos una furgonetilla pequeñita, con un japonés completamente dispuesto a ayudar y nos dispusimos a saquear el piso de Nacho. No fui yo el único buitre carroñero que se encargaba de devorar sus posesiones, la cama, la mesa y la silla ya habían sido adjudicados, en cambio me traje un sofá, un microondas, una mesita baja, un futón doble, un equipo de música, una pequeña estantería para los libros y unos cuantos cubos, almohadas… bien por el rapiñe!!!

Todo transcurrió sin problemas a pesar de la falta de comunicación entre el japonés de la mudanza y yo hasta que descubrimos que el sofá no cabía por el ascensor. Un quinto piso. Dos hombres y un sofa. Una tarde de bochorno bochorno bochorno. En mi vida he visto tanto sudar a un japo. Yo le hacía la competencia pero el pobre parecía una fuente. Ni una queja. Todo elegancia en cada parada del descansillo para coger aliento.

Y así fue queridos píos como ahora me hallo placidamente en un sofá, discutiendo conmigo mismo como colocar las cosas para que la habitación parezca amplia. 🙂

PD. Y hoy llegó la nevera… 😀