Recién bajado del avión y tras pasar por la fulgurante y enorme nueva Terminal Aeropuerto Internacional de Pekín (obra del ya idolatrado Foster) me encaminé a Pekín en uno de los autobuses que llevaban al centro. No tenía ni idea de como sería esa ciudad, pero desde luego lo último que me esperaba eran las amplias avenidas, bordeadas por gigantescos y relucientes edificios, un carril bici amplio, separado de la carretera principal por una valla, por el que circulaban todo tipo de vehículos de dos y tres ruedas y mucha mucha gente. En plenas paraolimpiadas, con carteles olímpicos por doquier, cubriendo fachadas enteras de edificios, la ciudad rebosaba de ambiente festivo. Evidentemente las autoridades Chinas habían hechos sus deberes.

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Sólamente empañaba la estampa la capa de bruma (llamese contaminación) traslúcida que permitía ver perfectamente la forma del sol. En cuanto bajé del autobús me encontre con la caótica realidad a pie de calle. Con ese ambiente divertido que tienen estas ciudades en las que todo se mueve en todas direcciones. Logicamente me encontraba en plen centro muy cerquita de Tiananmen Square, así que cargado con mis trastos me dirigí al hostal que tenía al sur de la susodicha plaza. Rapidamente me dí cuenta de las mastodónticas ciudades de la ciudad. Avanzar en el plano suponía mucho más tiempo del que yo estimaba y durante el resto de días fui descubriendo (para sufrimiento de mis pies) que en esta ciudad sobredimensionada te puedes pasar más de media hora andando hasta llegar a una de las paradas de metro de las escasas líneas que tienen.

Recuerdo con claridad la primera imagen que tuve de esa ciudad. En esas calles que tanto se esforzaban por mantener limpias, un niño pequeño estaba cagando en medio de la acera. Curiosamente tenía el pantalón rajado por la entrepierna, de tal manera que no necesitaba más que ponerse en cuclillas sin ni siquiera tener que bajarse los pantalones. En aquel primer momento pensé que se trataban de unos pantalones viejos, pero rapidamente ví una multitud de ellos: niños pequeños todos con pantalones rajados y con el culo al aire. Más tarde me enteraría de que la mayoría de las familias no pueden permitirse pañales, así que estos «pantalones» son una «perfecta» solución de compromiso, claro, que como todo niño pequeño se dedica a remover la vejiga y el vientre cuando le apetece y tiene ganas, que generalmente no coincide con cuando sea más conveniente.

Me fui acercando a mi alojamiento y aunque sólo estaba a unos 15-20 minutos de la parte sur de Tiananmen las calles rapidamente fueron perdiendo su esplendor y majestuosidad hasta convertirse en un batiburrillo de callejuelas en las que me mezclaban las multitudes con los vehículos, puestos de comida, miles de olores (no todos agradables), tiendas y de fondo gritos de los locales superpuestos a los claxones. Por cierto que en este proceso de degradacion paulatina y en las zonas más próximas al circuito turístico básico, para mantener esta imagen de ciudad tan perfecta muchos de los edificos que no cumplían los mínimos requisitos se encontraban tapados por carteles y enormes tableros publicitarios. 🙂

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Esto lógicamente era la zona comercial del barrio, pero la cosa se iba deteriorando según te ibas metiendo en las zonas «residenciales» llenas de casitas bajas apelotonadas y destartaladas, donde la gente no tiene mucho que hacer y dado que la mayoría de las casas están sin luz, la mayoría se juntan debajo de una farola para charlar o echar unas partidas de cartas o ajedrez chino sobre una telita o unos cartones.

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Qué lejos quedaban esas grandes y lujosas calles que sólo estaban a un par de kilómetros de distancia.

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A pesar de todo me costó unos cuantos días empatizar con ellos, con su tener una papelera al lado y tirar la basura al suelo, con sus gritos, con su, en general, poca higiene, con su falta de respeto sobre ellos mismos y viniendo de Japón donde todo son sonrisas me costó un poco acostumbrarse a muchas de sus indeferentes o incluso malas caras a la hora del trato con ellos. Lógicamente la cosa fue mejorando (y mucho) a lo largo del viaje, en lo que viene a ser un periodo de adaptación a una manera diferente de entender el mundo, pero mentiría si diría que me sentí encantado con mi primer contacto. Ahora con el paso del tiempo y viendo las fotos la verdad es que lo recuerdo con una sonrisa, pero en aquel primer momento para que negarlo: estaba en shock.

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