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Todo comenzó de la manera más simple. Pablo, en un acto inocente (o eso creíamos) nos animaba a apuntarnos a hacer un ligero trekking por los montes cercanos de Tokio. Unas cinco horas de ruta facil/moderada, según los autores de «Hiking por Japón» de la lonely Planet. Claro que por aquel entonces no sabíamos que el autor de la susodicha guía se había subido el himalaya en bañador, descalzo y con los serpas en la espalda, porque en uno de esos momentos de ya no hay vuelta atrás descubrimos que su nivel de facil/moderado no correspondía para nada con el nuestro. «Muy adecuada para familias» decía el jodío. Si, para romperlas.

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Pero no adelantemos acontecimientos ni muñecos de vudú y vayamos al principio, a ese hermoso y magnífico día soleado, fantástico para empezar a disfrutar del koyo (el cambio de hoja otoñal). La cosa ya empezó a prometer cuando nos perdimos en el tren, pero nada preocupante para unos valerosos y atrevidos gaijines como nosotros. Conseguimos llegar a Takimoto y desde allí el teleférico que subía a Mitake San. Una vez allí comenzaba el paseo, y mientras nosotros, jóvenes de cuerpo y espíritu no realizabamos ni un mísero calentamiento de dedo, un grupo de abueletes estiraban cada músculo en un ejercicio conjunto de estiramientos. Primera señal. Ignorada.

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El día, eso sí, no podía ser mejor. En breve llegamos a la Mitake-jinja capilla de modera, dicen que de 1200 años de antigüedad, que culminaba el Mitake San, en un enclave precioso y viendo como es cierto que el Otoño empieza a llegar a nuestras vidas (de lo cual y aunque no tenga nada que ver lo que aquí estamos tratando, me congratulo, por que el Otoño ha sido, es y será mi estación del año favorita).

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Comenzamos entonces el recorrido pintoresco que habría de llegar al Otake San. Un recorrido francamente bonito, rodeado de bosque profundo, salvaje, con un camino de corte cabrío (de cabras, vamos) donde nos dabamos cuenta de que ibamos en sentido descendente. (Nota mental: si estamos bajando y el objetivo es subir al monte más alto de la zona… la físicas no fallan… mmmmmm…. me estás queriendo decir algo?)

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La siguiente parada del camino fue al arrullo de una pequeña cascada. Momento oportuno para zamparnos un minibocata de jamón serrano (cortesía clawlegera), algo de fruta y de darnos cuenta de que era más de la una de la tarde y no llevabamos ni un cuarto del recorrido que esperabamos hacer. Nada grave. Si no tenemos en cuenta que a las seis ya es noche cerrada. Segunda señal. Ignorada de nuevo. Lalala. Coros celestiales.

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Apretamos ligeramente le paso, bordemos el riachuelo durante un buen rato, bajo la sombra de los árboles hasta que llegamos a la siguiente cascada, momento en el que se señalaba que el tiempo estimado a la cima del Monte Otake era de una hora. Tiempo local, las dos y media. Hagan sus cuentas caballeros.

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Hubo quién sabiamente (o cobardemente según las fuentes) decidió batirse en retirada, mientras el resto activaba el modo Uruk-Hai ON, para subir ladera arriba como si no hubiera un mañana. El ritmo Uruk-Hai, duró lo que os podéis imaginar… lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks y cuando hubo que empezar a hacer el gollum por el monte, usando las cuatro extremidades a través de rocas, comenzó la rodilla a ponerse como un melón, pidiendo el divorcio, alegando malos tratos, mientras el bazo se ponía de su parte y al final de mucho esfuerzo, sudor y algún grito de desesperación alcanzabamos la cima del Monte Otake. 1266 metros con un regalo inesperado. En la lejanía, medio difuminado por un sol cegador se alzaba imponente el monte Fuji. Justa recompensa para la carrera que nos habíamos dado. Lo habíamos alcanzado en sólo media hora (Los Uruk-Hai somos asín).

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Tiempo de bajar, pero dado que consideramos que ibamos bien de tiempo decidimos hacer la ruta como se indicaba originalmente y seguimos el camino hacia Okutama, en lugar de retroceder por donde habíamos venido. Fuimos advertidos por unas ancianitas, que no insistieron mucho al ver que eramos unos machos fuertes y fornidos. Retroceder ni para coger carrerilla. Además si habíamos hecho en media hora lo que los carteles indicaban como una hora, cuanto podríamos tardar en hacer los 5 kilómetros que nos separaban de Okutama y para los que se supone que la guía permitía tres horas? Muerte y destrucción. Por Frodo!! (Tercera señal, ignorada, de nuevo… a partir de aquí, ignoración de los dioses).

Empezamos a darnos cuenta de nuestra equivocación, tras bajar y subir dos montañas, pues el camino consistía en seguir el filo de las montañas, cruzando curvas de nivel como si no costaran. Pero costaban. Y las rodillas iba diciendo que aparte del divorcio quería el coche, el chalet en la playa y hasta mi colección de DVDs. El ritmo caía, el camino desparecía y los kilómetros entre rocas y rocas se iban haciendo lentos lentoooos leeeentoooooos. Estabamos sin agua, sin comida, sin cobertura de móvil y sin posibilidad se ir por ningún otro lado que no fuera haciendo el pingball contra los árboles por las laderas cuasiverticales de las montañas. y el sol se iba poniendo despacito pero incansablemente tras las montañas.

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Efectivamente. Se puso del todo. Con la preparación que llevabamos sólo nos quedó tirar de palos para ir tanteando el camino (¿como era la expresión… dar palos de ciego?). Cuidado, hoyo! fango! Esto resbala. Culetazo. Plof. Chof. Ay. Uy. Agujero Negro. Pozo sin fondo. Foso. Ay. Ay. Ay. Iluminabamos el camino con los móviles, hasta que se empezaron a quedar sin batería, pero fue lo suficiente para llegar al punto en que el camino volvía a resurgir y con ellos y tras otro rato a oscuras (pero al menos sobre suelo liso) alcanzabamos Okutama.

Dado que la historia la escriben los vencedores, no comentaremos demasiado las lamentables imágenes de como entramos deshechos y malolinetes en un convini a comer y a beber lo que fuera, ni como nos arrastramos como despojos hasta el tren, ni el vergonzoso espectáculo de vernos derrotados en el tren de camino a vuelta a Tokio. Aunque siendo justos, vencedores, los que se dice vencedores no era para nada la imagen que dabamos. No queda sino rendirse a la evidencia.

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PD. A día de hoy, mi rodilla y yo hemos arreglado nuestras diferencias y aunque perdura el rencor seguimos conviviendo juntos.
PDD. POR FIN HE VISTO EL MONTE FUJI!!! (obviando cuando lo subimos, claro). YUHUUUU!!!!

Más fotos, con algo de sudor y mucha sed y hambre aquí.