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La tormenta de arena avanzaba inevitablemente hacia mí, cubriendo la llanura y atravesando a paso firme y rápido las dunas, así que hice lo único que podía hacer, proteger el equipo fotográfico de la mejor manera posible y cubrirme el rostro y el cuerpo mientras miles de diminutos granos de arena chocaban contra mí clavándose como si fueran agujas. Y en cuanto amainó, en medio del desierto, en la más alta de las dunas de arena donde había subido, no sin poco esfuerzo para poder disfrutar de la más exquisita de la vistas… comenzó a llover.

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Así de imprevisible y salvaje es el Gobi y por extensión Mongolia. No había sido un viaje cómodo ni fácil, pero si tremendamente sorprendente. Muzch, nuestro guía y conductor de una Hunter rusa de algo más de 15 años cuyo techo interior acolchado ya indicaba que las carreteras que habríamos de tomar no serían aptas ni para las más adrenalíticas de las cabras, movía la manos sobre el volante alternativamente hacia la derecha e izquierda como en las antiguas películas en blanco y negro, pero conseguía, sorprendentemente, mantenerse en las lindes de los caminos.

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Al otro lado de las ventanillas se extendían las descomunales planicies mongolas, marcadas por pequeñas e infinitas colinas y alguna que otra recatada cordillera montañosa sobre las que paraban y alzaban el vuelo innumerables águilas sin ningún miedo ante los humanos. Las mismas águilas que los mongoles entrenaban para cazar a los lobos que amenazaban a sus rebaños.

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¿Cuanto de desierto tiene el desierto? Aunque uno se imagina como desierto un lugar sin vida, lo cierto es que tal nombre sólo viene definido por la cantidad de precipitaciones que recibe, generalmente menos de 250 mm al año. La vida, sin embargo, se abre paso a pesar de estas condiciones y a lo largo del viaje he visto más especies animales que en muchos otros terrenos: camellos, caballos, vacas, ovejas, cabras, águilas, buitres, garzas, todo tipo de pájaros, ratones, perrillos de las praderas, innumerables insectos, arañas, serpientes…

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El paisaje se decora con tonos pasteles. No hay grandes contrastes en estas llanuras salvo las sombras móviles de las nubes y la separación el cielo de la tierra. Mongolia, el país con menor densidad de población del mundo es la naturaleza pura y el viaje de una semana por el desierto del Gobi es probablemente la cosa más salvaje y menos civilizada que he hecho en mi vida (y eso que me he pasado años y años de campamentos). Tiene el sabor fantástico de la aventura más auténtica, no edulcorada, pero no es un viaje apto para lo más remilgados.

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Hacer 300 kilómetros al día nos costaba entre 6 y 7 horas botando en los asientos de la Hunter al ritmo del traqueteo de la carretera. Hacíamos paradas de vez en cuando, especialmente para comer, aunque fuera bajo el abrasador sol y soportando ráfagas de aire que nos obligaban a cocinar dentro de la furgoneta. En el maletero 105 litros de agua para cinco personas. Las duchas directamente pasaron a considerarse una leyenda antigua, cosa que no importa cuando nadie se ducha. Viva el medievo.

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(Ese intento de tortilla de patatas bueno)

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Llegábamos cada tarde a una Yurta (o Ger) junto a una familia de nómadas mongoles que nos preparaban cena y desayuno. Los nómadas encuentran el agua en pozos aunque tengan que pasarse horas y horas para encontrarlos y lógicamente no es agua cristalina la que de allí sale, por lo que aunque se filtre y filtre sigue conteniendo arenilla que por supuesto se asienta cualesquiera sea la comida que preparen. El lecho más cómodo tenía maderas en lugar de colchón. ¿Baños? Una letrina con un agujero en el suelo a un centenar de metros de las Yurtas servía para cubrir las necesidades más básicas. No siempre estaba cerrado, lo cual debo decir que no era ningún inconveniente, pues no siempre se disfruta de un baño con vistas (aunque sean de una infinita arenosa y rocosa llanura). ¿Luz? ¿Electricidad? Jeje. Acuérdate de llevarte una buena linterna o en su defecto una colección de velas.

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 ¿Pensáis que importaba? Pues no. Ni lo más mínimo. El desierto es un lugar duro y los que allí habitan lo son aún más. Por allí pasaron los Hunos, y el mayor imperio que la humanidad haya conocido. El imperio Mongol que comenzó Gengis Kan. Tierra de guerreros y luchadores que hacen de la unidad su fuerza. Cuentan que un padre mongol le dió a cada uno de sus cinco hijos una flecha y les pidió que las partieran con las manos, cosas que hicieron sin demasiado esfuerzo. Acto seguido les dió cinco flechas a cada uno y les pidió que reintentaran romperlas esta vez todas juntas. No pudieron. �Mientras estéis unidos� les dijo �nada podrá venceros�.

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Tras abandonar las comodidades básicas durante un par de días el cuerpo, esa extraordinaria maquinaria con una fascinante capacidad de adaptación, se empieza a habituar al medio y dejas de pensar en aguar corriente, en camas y simplemente aceptas lo que tienes como tu nueva realidad. Y mientras tanto disfrutas de lo que la naturaleza te está ofreciendo, las formaciones rocosas, los acantilados en mitad del desierto, de la primera capa de arena cálida tras la que se esconde una segunda fría, alucinas con los espejismos y acabas rodando por las dunas sin importante nada más que el momento que estás viviendo.

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Aún a día de hoy y tras un par de coladas sigue apareciendo arena por todas partes y polvo negro y rojo en ropas y mochilas. Pocas veces he estado más sucio, pocas veces me ha importado menos.

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No suele ser normal tampoco el convivir 7 días, 24 horas con gente a la que no conoces, pero hoy cuando el grupo se ha disuelto y uno tomaba el tren hacia Moscú, otro estará mañana atravesando China, otra viajará hacia el Oeste de Mongolia y otro se buscará la vida en Pekín, no hemos podido dejar de pensar con cierta pena y con un ligero nudo en la garganta en lo fantástico que ha sido y en que siempre quedará la esperanza de que dentro o fuera del viaje nos volvamos a encontrar.

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(Sí, es hielo. ¿Quién quiso poner límites al desierto?)

Por mi parte y tal y como cabía esperar me quedaré unos cuantos días más en este país. No me dará tiempo a recorrer su parte central y norte, plagada de lagos, bosques, montañas y algún que otro glaciar, sino que mañana giraré mis pasos hacia el Este, hacia el parque nacional de Gorkhi-Terelj donde los paisajes prometen ser igualmente fascinantes. Vuelta a la vida salvaje.

Realmente es una vida tan cómoda…

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Más fotos, carentes de agua, llenas de arena y cargadas de buenos recuerdos, aquí.