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Los 130 metros que llevaban a la cima del Gran Palacio de Potala se estaban volviendo interminables. Era una cuestión física. No entraba suficiente aire en los pulmones y a pesar de que la adaptación a los 3650 metros de altura de Lhasa se había saldado con un leve dolor de cabeza, lo cierto es que cada esfuerzo físico, como subir los peldaños de las más pequeñas escaleras me dejaba sin aliento y el corazón latiendo a toda velocidad.

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Lhasa me encantó desde el primer momento. Desde que empecé a pasear por su barrio antiguo, por Barkhor, siguiendo a los múltiples peregrinos que andan dando vueltas en sentido horario por Nangkhor, la kora que rodea al templo de Jokhang. Paseaba tranquilo, sin prisa, deteniéndome en las caras de los tibetanos, que se giraban para saludarme. Algunos simplemente sonreían, otros me decían algún �hello� y en general todos se sorpendían agradecidos cuando les respondía con un �Tashi dele�, un hola en tibetano.

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Fue el primer impacto en quizás el sitio más religioso donde haya estado en mi vida. La gente llega a Lhasa en masa peregrinando. La mayor parte son granjeros o ganaderos de las partes más lejanas de Tíbet, deseosos de visitar los templos, cargados de amuletos, rezando todo el camino, murmurando y cantando, mientras otros se pasan horas y horas arrodillándose, tumbándose, levantándose y vuelta a empezar.

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Entra en el templo de Jokhang, el más importante de los templos budistas de Tíbet, es retroceder siglos. En sus angostos pasadizos de techos no muy elevados, iluminados por las luces de la velas, que arden sobre aceites, grasas o mantequilla de Yak, se apelotonan los peregrinos en filas, pasando por sus múltiples capillas, dejando dinero sobre los dioses. Sus miles de dioses. Con sus miles de formas. Los murmullos de las oraciones son constantes, Sonidos graves que inundan el ambiente, además viciado con inciensos.

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Es uno de los puntos más importantes de está ciudad, cargada de misticismo. Sus edificios no son muy altos, sus calles están llenas de mercados, puestos de comida y mucha mucha gente, todos ellos vigilados por el Gran Palacio de Potala. La que debería ser la residencia desde donde el ahora exiliado Dalai Lama debería regir a los tibetanos, se alza 130 sobre una colina por encima de la ciudad. Simplemente, no puedes dejar de mirarlo.

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Antaño Lhasa albergaba muchísima actividad de monjes budistas tibetanos, pero aunque sus túnicas rojas siguen siendo un reclamo visual, lo cierto es que están diezmados. Algunos monasterios que contaban con alrededor de 10.000 integrantes hace un siglo ahora se cuentan por pocos cientos. Los que he tenido la suerte de encontrar hacen honor a su fama de afables. Algunos incluso se acercan a darte la mano. Que curioso es ser especial por ser completamente distinto.

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Han sido tres días fantásticos paseando por una ciudad de otro tiempo. El principal problema de Lhasa y de Tíbet por extensión ahora mismo son las rígidas condiciones de entrada impuestas por el Gobierno chino. Podría haberme pasado fácilmente una semana en Lhasa visitando templos, monasterios y haciendo fotos de la gente, pero sólo he dispuesto de tres días porque todo tiene que ser en forma de tour. Ahora podría quedarme más tiempo en Lhasa, pero no puedo visitar nada, porque necesito a un guía (parte de un tour) conmigo. Tampoco puedo salir fuera de Lhasa a ver lagos, ni montañas. También está todo controlado. Sin tour no había nada que hacer.

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(La fuerza de los rayos del sol, unida a la baja presión en estas altitudes hace que hervir el agua en apenas un par de minutos, toma lección de física, Gutierrez)

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Eso me había llevado a un punto extraño. Sólo podía salir de Lhasa en avión o en un tour. El avión era demasiado caro y además me perdería atravesar el Himalaya por tierra. Pero para atravesarlos necesitaba un tour. Con las condiciones de entrada tan severas casi todos los tours estaban arreglados antes de entrar en Tíbet, así que no había posibilidad de engarrapataearme en ninguno. Necesitaba o costearme uno por mi cuenta (jarl!) o por el contrario encontrar a quién estuviera en mi misma situación. Atrapado. Ni para adelante, ni para atrás.

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Estaréis pensando que cómo es que puedo organizar un tour desde dentro de la misma Lhasa si todo debería estar arreglado de antemano. Pues, la respuesta sólo puede ser la más lógica. Teoría y práctica. Dos mundos que no tienen por que coincidir. Desde fuera de Tíbet, las agencias ponen mucho empeño en asegurar que es imposible y pasar por su aro de precios. Es imprescindible, porque son los únicos que te pueden tramitar el permiso para entrar en Tíbet. Pero una vez dentro y con el permiso en tu poder hay agencias para aburrir que no les importa con quién has llegado mientras te acojas a sus servicios.

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De igual manera, ha resultado otra de las pamplinas de las agencias el asegurar que los extranjeros sólo pueden hospedarse en hoteles de 3 estrellas o superiores. Hoy, terminado mi tour me he registrado sin problemas en un hostal de backpackers donde la cama me costará 20 yuanes (unos dos euros) en lugar de los 200 yuanes (20 euros) del hotel. Vamos, que si viajas con un grupo de amigos para no tener que buscar grupo, lo mejor es contratar el tour más barato que te dé el permiso, entrar en Tíbet y buscarte otro tour para el resto del país en la misma Lhasa, donde los precios son mucho más baratos.

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(¡¡A la rica mantequilla de Yak!!)

¿Y esto donde me deja a mí? Pues hasta hace unas horas me dejaba en punto muerto, viendo esfumarse entre los dedos mi sueño, pero cuando sólo quedaba esperar, se han juntado un japonés que quiere hacer la misma ruta que yo con una agencia que nos ha hecho un precio bastante bueno para ser sólo dos miembros, con la condición de que salgamos mañana a primera hora. Los permisos deben estar tramitándose ahora en menos de un día en otro ejemplo de descoordinación entre práctica y teoría.

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Por lo tanto, si todo va bien, mañana por la mañana debería estar rumbo a Nepal. A Katmandú. Cinco días de viaje y el Himalaya por cruzar, donde espero que esta vez el tiempo, en plena época de lluvias, no sea el que me prive de ver al Everest.

Cosas más difíciles hemos hecho, querido Sancho.

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(Filetaco de Yak y Lhasa Beer (628 ml. from the Roof of the World), por si había dudas en si me estoy cuidando o no)

Más fotos, faltas de oxígeno, aquí.