(Las botas llegaron llenas de barro un tal 18 de Diciembre de 2009)

Mount Kinabalu 01

A 1500 metros de altura los 4095 metros del Monte Kinabalu se veían imponentes. Se avecinaba una subida sin tregua. La montaña más alta del sudeste asiático se elevaba ante mis ojos y mi cuerpo salchichero sólo tenía en mente llegar a la cima. Como fuera.

Me encontraba en la curiosa isla de Borneo (la tercera más grande del mundo tras Groenlandia y Nueva Guinea), propiedad de Brunei, Indonesia y Malasia. Había llegado a la parte Malaya que responde al nombre de Sabah cogiendo mi primer avión (desde Singapur) en unos cuantos meses y miraba con detenimiento al coloso. No lo hacía de manera desafiante, cómo si fuera la presa y yo el cazador, sino curioso. Era la primera vez que lo veía, la primera vez que se asomaba entre la densa niebla. Poco duró la alegría. Rápidamente volvía a ocultarse bajo el manto de nubes y nosotros comenzábamos la subida.

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Dividida en dos días la primera parte nos debería llevar unas 3-4 horas de subida. Comenzamos, como comienzan los bravos, a buen ritmo haciendo caso omiso a regla básica que indica que las montañas hay que comenzarlas como un viejo para llegar a la cima como un joven y todo parecía apuntar a que iba a hacer la jugada opuesta.

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De cualquier manera la fantasmagórica niebla no animaba. El objetivo de alcanzar la cima era doble. Indudablemente, había parte del orgullo personal. Lo hice. Medallita al canto. Fanfarrias y querubines cayendo desde los cielos. La gloria, mis queridos hobbits. Pero había otra recompensa mayor reservada no sólo para los valientes, sino para los afortunados y no era otra que poder ver el amanecer desde la cima. Y con las nubes gruesas, todo olía que me iba a quedar con el honor y la gloria pero sin el amanecer. Utilizaría entonces únicamente el honor y la gloria para hacerme con la dominación mundial… si llegaba.

Mount Kinabalu 04

Porque por aquel entonces, a mitad del camino que sólo conocía las palabras �subida�, �empinada� y �de pelotas�, ya estaba sudando la gota gorda. ¿De verdad era necesario subir con el trípode? ¿Hasta donde más me va a cegar la fotografía? ¿Es que acaso estos meses de libre albedrío me habían hecho perder la consciencia de mis limitaciones? ¿Por qué se empeñaba la Lonely Planet en considerarlo uno de los ascensos más fáciles del Mundo? Ascenso fácil es con ascensor, escalera eléctrica o helicóptero. Total, la cuestión es hacer cuatro fotos y luego ennoblecer la historia.

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Resoplando y con el corazón latiendo a mil, comenzábamos a cruzarnos gente por el camino. Los caminantes del día anterior ya bajaban victoriosos de la alta cumbre y aunque muchos nos dedicaban unas palabras de ánimo que mi cuerpo sin aliento era incapaz de agradecer, algunos otros tenían una manera un poco peculiar de insuflar moral: �¡TODAVÍA os queda la mitad!� �¡¡Ánimo, que ahora viene lo PEOR pero ya casi está!!� �¡¡¡Venga, que una NI�A de 10 años llegó esta mañana a la cumbre!!!� �¡¡¡¡Y un HEPTAGENARIO también!!!!�

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Y tu les miras con el poco odio que tu maltrecho cuerpo es capaz de emitir. Y odias también a la niña, odias al heptagenario, odias a quién se lo hizo a la pata coja, y a quién se lo hizo corriendo (lo que viene a llamarse un Climbathon) subida y bajada en 2 horas y 40 minutos (un tal Kilian Jornet Burgada, que además es Español!!). También odias a quién te dice el estupendo amanecer que pudieron ver, corroborado por su guía. �Impresionante. El mejor que he visto en mucho tiempo�. Y mientras les odias te maldices. ¿Habría llegado un día demasiado tarde? Resoplas un poco más y sólo piensas en dar un pasito más. Otro pasito. Venga, otro pasito. Uff. Uff. Maldita niebla. ¿Sería todo este esfuerzo en vano?

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A pesar de las quejas, alcanzábamos los 3272 metros del albergue de Laban Rata antes de las 4 horas previstas. Un poco demacrados, rojos como un tomate, pero habiendo completado la primera parte con éxito. Sólo quedaba descansar, comer mucho para recuperar fuerzas y beber muchísima agua para intentar ajustar al cuerpo a la nueva altitud y no sufrir el mal de alturas.

Mientras tanto las nubes galopaban por las laderas a la velocidad del trueno apenas abriéndose de tanto en cuando unos pocos segundos para animar las esperanzas de los que gustamos de agarrarnos a un clavo ardiendo. A media tarde comenzaba a llover. A jarrear. Esto va a ser mala señal, Señor Frodo. Se lo digo yo. La cosa no pintaba nada bien. Pero cómo bien decían los guías: �Tropical weather sir, very beautiful to predict�. Estos lo que es mojarse, ni debajo de la lluvia.

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De cualquier manera, siguiendo el planning previsto y porque la esperanza es lo último que se pierde a las 7 ya estábamos todos durmiendo. La hora de diana, las dos de la mañana vendría acompañada de un desayuno para emprender los dos últimos kilómetros y medio. Tiempo estimado: 3 horas. Velocidad terminal. Pero cuando sonó el despertador mis ojos legañosos sólo se preocuparon de mirar por la ventana. Las estrellas, señor Frodo. Se veían las estrellas.

La subida sería en bajo la atenta mirada de Orión, las Pléyades, parte de la vía láctea e infinidad más de lejanos soles cuyo nombre desconozco. Y mientras subíamos partes empinadas, agarrándonos a sogas para escalar por las rocas el manto de nubes esperaba su turno de salida por debajo de nosotros. La cuestión estaba en saber si el orden de llegada a la cima sería nosotros primero, el sol después y las nubes por último o si el por el contrario tendríamos que asumir el fracaso con cualquier otra combinación.

Al poco tiempo ante la proximidad de los 4.000 metros, las nubes, el sol y el resto de preocupaciones dejaban paso a una nueva. Respirar. No consumir rápidamente el poco oxígeno que rondaba aquellos lares y no se si serán efectos secundarios de mis días en el Tíbet o vaya usted a saber si alguna de las comidas sudesteasiáticas generan más glóbulos rojos de los normales, pero lo cierto es que lo hice mejor de lo que esperaba.

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¿Quién lo iba a decir? No dabais un duro por mi estampa, ¿eh, canallas? Pues lo logré. Llegué a la cima del sudeste asiático en menos de tres horas y antes que las nubes que por su parte se dedicaban a recuperar el tiempo perdido.

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Pero no fue suficiente. Llegaron tarde a impedir nuestra puntual cita con el amanecer. Llegó el sol con su cabalgata de colores, moldeando las formas de las montañas colindantes, dando forma al día mientras nos sobrecogía la belleza del espectáculo.

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El esfuerzo había merecido la pena. Ya podría bajar la montaña aunque fuera rodando, como un peso muerto rebotando grotescamente contra las piedras.

Porque tal y como cabía esperar, la bajada no iba a ser nada fácil. Las piernas cansadas, las rodillas que se iban volviendo de gelatina. El cansancio acumulado. Y un camino que ahora a la luz del día se mostraba como realmente era. Alucinante.

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Si no fuera por la ignorancia de la noche no creo que hubiera subido jamás por donde lo hice. Pero ahora, cuesta abajo volvíamos por el camino interminable, resbaladizo y repleto de raíces y piedras que nos hacía ir a la misma velocidad que subiendo.

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Llegamos a la entrada del parque nacional destrozados. Las agujetas que aún estaban por llegar habrían de durar un par de días, pero ya me sabía la historia. Tras esos dos días, las agujetas se olvidarían y en la mente sólo quedaría el momento en que el sol despuntó por encima de la más alta de las nubes iluminando y calentando nuestro rostro.

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Inolvidable.

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Para Antonio, Héctor y Pablo, porque hacer el Uruk Hai por los montes siempre fue, es y será mejor con ellos.