(Post que si no hubiera sido robado de una cesta de campista por un oso travieso, habría pasado por aquí un 26 de Junio de 2010)

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Llegado el momento en que apareció el spray repelente de osos, la cosa parecía que se estaba descontrolando presa del pánico. ¿Un spray anti-osos? ¿En serio? ¿Sería nuestro pequeño viaje de amigos una expedición del National Geographic al corazón de la naturaleza salvaje?

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Para quienes, como yo, ver un oso por la montaña le parece una historia de otra época, la cosa no podía ser más ridícula, pero las advertencias habían llegado por tantos lados que no quedaba más remedio que tomárselas en serio: En Yellowstone hay osos y aunque tener una cita con ellos no era del todo seguro, mejor estar preparado.

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Las advertencias ya dentro del parque no dejaban lugar a dudas. Estaba prohibido dejar comida dentro de los coches y la que se llevase consigo debería guardarse en cajas metálicas para impedir que los úrsidos atacasen para conseguirlos. La imagen de Yogi robando las cestas de picnic a los campistas no podía ser más acertada.

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Pero la vida salvaje entre la que se encuentran además lobos, linces, coyotes, ciervos, bisontes y wapitis, entre otros, no es la característica principal de este, el primer parque nacional de Estados Unidos. Hay otro detalle que hará las delicias de los amantes de la geología. ¿Una pista? Magma.

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Los subsuelos de Yellowstone son para entendernos claramente, una olla a presión, lo que lo convierte en el mayor sistema volcánico de Norteamérica, donde se encuentran, entre otras lindezas, dos tercios de todos los volcanes  géiseres del planeta. Unos 300. Casi nada. Es difícil no pasar por el humeante parque y no ver alguno en plena erupción.

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Y si no siempre quedan los maravillosos y puros colores de las aguas hirvientes. Azules, amarillos, verdes y ocres, provenientes de las profundidades creando pozas multicolores de ensueño. Todo un mundo onírico que se mira pero no se toda (o no se debiera si no quiere uno escaldarse). El Azufre una vez más inunda el ambiente. Esa agradable sensación de que a alguien a tu alrededor se le ha soltado el vientre con el menor de los disimulos.

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Pero es la Naturaleza la que juega contigo, la que te seduce y te enamora, la que te muestra un cristalino e imposible mar azul envuelto en vapores mecidos por los vientos y te hace caer rendido. Tomen nota, y no se pierdan la Gran Fuente Prismática, bajo cuyo nombre rimbombante se esconde una pequeña gran joya y que me temo que a pesar de la gran impresión que causa su primer plano, no deber haber visión más imponente que la que muestran las fotos a decenas de metros por encima (No dejen de verla). Pero da igual, nos conformamos con las distancias cortas.

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Rocas amarillas, que le dan nombre, fruto de la ingente cantidad de hierro (que no azufre) que acumulan. Montañas doradas por las que descienden cascadas en una imagen irreal, que parece más pintura que realidad. Yellowstone, es a todos los efectos, un astuto tertuliano que te deja sin respuesta, sin palabras, con la boca abierta y babeando. Simplemente fantástico.

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Claro que la posibilidad de ver especies animales lo hace aún más interesante y es algo que me sorprendió para bien. ¿Cómo es posible que se pueda ver tanta vida animal sin reparos? Es ejemplar lo que se puede disfrutar de la naturaleza cuando se la respeta y por allí campan a sus anchas manadas de bisontes. Si las mismas descomunales bestias que hemos vistos en tantas y tantas películas del lejano Oeste arrasando todo lo que se encontraba en su camino en potentes estampidas a 60 kilómetros por hora.

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Y claro, quedan los Osos. ¿Podríamos verlos después de todo? ¿Seríamos víctimas de Bubu? Lo cierto es que apetecía verlos, aunque esperábamos que no demasiado cerca o corríamos el riesgo de que se nos quedara la mente en blanco olvidando los consejos de seguridad y supervivencia en el momento más inoportuno bajo el ataque de sus zarpas.

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Descubrimos que nuestro desconocimiento sobre ellos era casi total. Si vale, tienen pelo, hacen adorables peluches omitiendo su faceta de mortal depredador, viven en los bosques, les gusta la miel y cazan sin demasiado esfuerzo salmones al vuelo. Pero, ¿y que más? ¿De que más se alimentan? Por algún motivo en nuestra mente aparecían comiendo frutas, pero ¿que más cazarían?

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La respuesta llegó sin nosotros pedirla. Detuvimos, cargados por la curiosidad, el coche al lado de una colina sobre la que se apelotonaban una veintena de atentos oteadores, cargados con trípodes y telescopios, escudriñando y señalando la inmensa llanura acabada en bosque que es extendía delante de ellos.

– Buenos días. ¿Algo interesante? – preguntamos al guardabosques que se encontraba entre ellos.
– Un oso. Un Grizzly.
– ¡¡Un Grizzly!!
– Hoy apenas hay movimiento, pero ayer fue de lo más interesante. El Grizzly… cazó a un bisonte. Y alrededor del cadáver se fueron juntando a lo largo del día no sólo el oso, sino lobos, coyotes y similares con la esperanza de llevarse un buen bocado.

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Un grizzly matando a un bisonte, la sola imaginación sobre el combate a muerte entre ambos, con el oso cazando en campo abierto, bastaba para sentirse en lo más salvaje del más remoto de los bosques. Y allí, a lo lejos, bajo el magnificador prismas de las lentes de los telescopios se podía aún entonces, ver el pausar calmado del oso alrededor de la zona.

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No fue el único que vimos, pues en otras dos paradas propiciadas por la acumulación de coches y personas a un lado de la carretera, fue el momento de sacar los prismáticos y ver como un par de osos pardos aparecían y desaparecían entre los árboles. Fue en ese momento cuando recordé que esa imagen que ahora parecía casi imposible de creer, ver un oso en libertad, no hace tanto que era posible en bastantes de las regiones de España. Lamentablemente, cada vez parece menos probable que se pueda repetir.

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Así, con la deseada visión de Yogi, nos despedimos del gigantesco parque. Me comentaba el amigo Javi, que de los parques nacionales del Oeste Americano sabe un rato, que hay pocas cosas comparables a ver a una manada de caballos salvajes cabalgar por las colinas. Nos falto eso, nos faltó verlo. Gracias por darme una excusa para poder volver.

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