(Post al que se le amontonaron los recuerdos y se lió en un ritmo de vida en el que era posible sacar tiempo para nada más, que si no, por aquí habría pasado un 8 de Agosto de 2010)

New York 01 - Yankees Stadium

En el momento en que Alex Rodriguez, más conocido como A-Rod (por muy raro que suene leyéndolo literalmente), bateó con todas sus fuerzas consiguiendo su home run número 600 en la primera jugada de los New York Yankees, el estadio se puso en pie, elevando el volumen de los gritos, las pantallas se volvieron locas y nosotros en un intento de mimetizarnos con el ambiente nos colocamos nuestros dedos gigantes de gomaespuma y empezamos a berrear como si no hubiera un mañana.

New York 04 - Yankees Stadium

New York 05 - Yankees Stadium

New York 03 - Yankees Stadium

Lo más grave de la situación es que mientras todo el mundo celebraba y nosotros nos desmarcabamos con otro perrito caliente y otro par de cervezas, no habíamos sido conscientes de que habíamos asistido a un hecho histórico. Al más puro estilo Forrest Gump, oigan.

New York 08 - Yankees Stadium

New York 09 - Yankees Stadium

Sólo días después, tras ver la jugada repetida en infinidad de ocasiones en televisores de bares, ver eternamente la foto de A-Rod en los periódicos y ser la comidilla de cada persona con la que nos cruzábamos, nos dimos cuenta de que nos habíamos llevado un extra cuando vimos el partido. Decían los locales que ya llevaban un par de semanas de partidos esperando el gran momento y las camisetas conmemorativas que estaban preparadas para la ocasión se vendieron a la misma velocidad que se sacaban de las cajas.

New York 07 - Yankees Stadium

New York 06 - Yankees Stadium

Así, obligados por las circunstancias, cambiamos sin pudor el registro y comenzamos a alardear un �yo ví a A-rod hacer su homerun número 600�. Ja. Dignidad, la justa. Nada como despertar la envidia sin saber que podíamos hacerlo. Porque no nos engañemos, tanto el amigo Txema como yo, lo que eran conocimientos de baseball tan sólo se basaban en leernos la información de las reglas en la wikipedia un par de horas antes.

New York 02 - Yankees Stadium

New York 10 - Yankees Stadium

New York 11

Aún así, tras un poco de práctica, conseguimos entender el funcionamiento del juego, tanto, que el siguiente partido de los yankees nos aventuramos a vernos, pintas mediante, en un bar local. New York Yankees contra los Boston Red Sox. El equivalente a un Madrid-Barça. Aunque algo debimos de hacer mal, porque aunque apoyando a los Yankees, acabamos despertando el odio de nuestro compañero de barra que asumió que ibamos con el equipo contrario. Bendito deporte.

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Tal y como me habían avisado, al final en un partido de baseball, lo menos importante es el partido de baseball en sí. Claro que a los locales les gusta ver ganar a su equipo, pero para cuando las alrededor de tres o cuatro horas que puede durar el encuentro han acabado, la mayoría lleva ya tantos kilos de pizza, hamburguesas, perritos calientes y cervezas en el cuerpo, que es imposible que la felicidad quede completamente eclipsada por una derrota.

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Después de todo, lo más divertido sucede fuera de la pista. Mucho metal y rock entre jugada y jugada, juegos con las cámaras, el público y las pantallas gigantes, el estadio puesto en pie en un par de himnos y muchos otros trucos para mantener a la concurrencia entretenida. Porque amigos, si hay una palabra para definir un partido de baseball es: largo. Es la excusa que comparte con otros deportes muy del gusto americano como su propia versión del fútbol. Jugada que no dura demasiado y muchísimos tiempo muertos en los que charlar, comer y beber. The american way of life.

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Fue una magnífica manera de comenzar nuestra andadura en New York City. Llegados de la vida suburbial de Albany, donde nos dedicamos a la dura vida americana de barbacoas, cervezas y vida en el jardín, bajo la atenta mirada y cuidado de nuestros anfitriones Esti y Ryan, llegar al ajetreo de la Gran Manzana fue todo un shock.

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Especialmente cuando lo comparaba, inevitablemente, con mi tiempo en San Francisco. Nueva York se movía a otro ritmo, mucho más acelerado, con prisas por gastar cada instante, donde uno ya se descansará cuando esté muerto. Fue el primer lugar de los Estados Unidos donde se veía a más gente seria que sonriente. No tardamos en descubrir el porque: lejos de ser una ciudad que te da energía, Nueva York te la drena, te absorbe.

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A pesar de todo, se convierte en un imán, tremendamente magnética, donde quieres ver todo, abarcar todo. Necesitas más tiempo. Siempre necesitas más tiempo. Aunque hay algo en que todo visitante primerizo parece estar de acuerdo: Para ser una ciudad desconocida es tremendamente familiar. La culpa, claro, la tienen tantas y tantas horas de películas, series de televisión y similares. Lo cual, sorprendentemente, no le quita impresión ni sorpresa a la llegada.

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Y acababas sin mirar a la calle, perdida la mirada entre los techos de los rascacielos, esquivando a mares de gentes, con una sonrisa en la boca. ¡Esta ciudad es una locura! Nada está quieto, nada duerme (cosa que se agradece tras llevar unos meses en los que hay que mirar el reloj para que no se te pase la hora de cenar).

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Los taxis amarillos llenan las calles a cualquier hora, como destellos de color, mientras se apelotonan puestos de perritos calientes a dos dólares, por donde cruzan jovenes tiburones y chicas con los más provocadores de los modelitos. Todo se mueve y el dinero fluye. Se ve. Se siente.

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Acostumbrarse a su ritmo puede ser fatal. Tanto que mucha de la gente que he conocido de New York, la adoran, pero les horroriza la idea de vivir allí para siempre. Dos, cuatro años no más. Hacer un poco de fortuna y alejarse un poco de una Manhattan que se cobra en arrugas y canas cada instante por allí.

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Dicen que pelea arduamente con Londres por ser la capital del mundo. Este es una lucha por un título que atrae a gente de tantas partes que ambas pueden ser consideradas Babeles de culturas. También implica, en ambos casos, que tanto movimiento se traduce en entradas y salidas, cientos llegan, cientos se van, cientos están de paso. Lo cual nos lleva a agradables coincidencias que la hacen más pequeña y manejable.

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Si no, explíquenme, como en algo menos de una semana que estuve por allí, pude reencontrarme con una amiga americana que conocí en San Petersburgo, con mi compañera rusa del transiberiano, con mi amigo indio Aman que conocí en Tokyo, con los madrileños Javi y Patricia, con el expatriado San Franciscano Ernest… ¿coincidencias?¿Es que todo el mundo pasaba por allí? Nueva York, ese pueblo.

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(Grandes reencuentros en Korea Town)

Eso sin contar que nosequien conoce a nosequien y que lógicamente hay que verse. Taxi para arriba, metro caluroso para abajo. Brunch por aquí, paseo por allá, sube a la azotea, te vemos entre la 42 y Broadway, la quinta avenida, como no vas a andar por allí, el East Village, las casas bajas del Middtown, los centros financieros, Wall Street, los cojones del toro, John Lennon, los strawberry fields, esto es un no parar.

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¿Y el oasis? ¿Donde está? Es difícil obviarlo. Central Park. 4 kilómetros de largo por casi uno de ancho que lo convierten en un parque el doble de grande que Mónaco y ocho veces más grande que el Vaticano. Y aunque flanqueado por rascacielos es uno de los pocos lugares que respiran tranquilidad. Fuentes, lagos, ríos, explanadas, árboles… y hordas de turistas a la par que corredores, paseantes y ciclistas… Es lo que tienen los oasis de ciudad, que no lo son tanto, pero aún así merecía la pena, aunque sólo fuera por alejarse un poco de las escandalosas temperaturas del asfalto.

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Porque Manhattan (a estas alturas, ya supondréis que a duras penas pude visitar algo más) es un pequeño microondas. Fue en nuestra visita, todo un horno que nos tuvo sudando, cargadito de humedad la mayor parte del tiempo. Tanto que no había día que no volvieramos a casa a cambiarnos de la ropa empapada al menos una vez. Extremadamente calurosa en verano y terriblemente fría en invierno. ¿Donde he vivido esto yo antes?

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Llegar a Nueva York, un anhelado sueño para mí desde hacía mucho tiempo corría el riesgo de ser una decepción. ¿Habría merecido la espera tanto la pena? Lo cierto es que las dudas se disiparon pronto y la megaurbe, quizás la primera en todo el viaje, acabó llenandome los sentidos de todo lo inimaginable. Y días después, todavía sin recuperarme del todo de su frenético ritmo de vida, me sigue apeteciendo volver. Como mosca a la miel. A sabiendas de que acabaría conmigo, pero imposible decirla que no.

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Para Esti y Ryan que tanto nos mimaron (y tantas pastillas para el estómago nos dieron) en Albany, 🙂