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Casa.

Menuda palabra. ¿Cómo definirla? ¿Donde está? ¿Qué lo convierte precisamente en eso, en casa, en un hogar? ¿Un lugar, un momento, amigos, una vida? ¿Costumbre? ¿o simplemente donde perteneces, donde eres, donde tienes un motivo de ser?.

Madrid apareció por la ventanilla del avión y no supe que sentía. Era uno de esos momentos que tanto había pensado y repensado en mi mente sin acertar en absoluto. Indudablemente mi imaginación jamás se parecerían a la realidad. Alivio, alegría, tristeza, satisfacción, miedo se entremezclaban de una manera absurda. Todo era contradictorio.

533 días más tarde, terminaba lo que había empezado. Llegando por el Oeste tras haber partido por el Este, cumplía el imposible sueño de dar la vuelta al mundo. Mucho había cambiado en todo este viaje, especialmente el viaje en sí mismo. Comenzó con el mismo aire turista que te hace ir a la carrera viendo monumentos, museos y cumpliendo la lista de obligatorios en cada lugar, para irse volviendo en algo más relajado, tomándome mi tiempo para ello. El viaje, indudablemente acaba entrando en tí.

Mis primeros destinos como países se batían entre las dos semanas a toda carrera para cumplir el utópico plan de completar el recorrido en los seis meses. Era una apuesta sobre seguro. Ni muy poco tiempo, ni mucho. Lo justo para aguantar por si algo no salía como esperaba y regresar dignamente. Según lo planeado.

Los planes, se fueron dilatando poco a poco y no tarde en darme cuenta que la idea original se iba a quedar en muy poco. Las paradas se alargaban. Un mes, un mes y medio, dos meses y hasta casi tres meses de estancia. Inevitable. Todo lugar tiene mucho, demasiado que ofrecer.

The last sunset

En todo este tiempo me ha contactado mucha gente que han acabado lanzándose a viajar durante una temporada más larga que unas simples vacaciones. Todos hemos coincidido en lo mismo: es más fácil de lo que uno cree. Es más cómodo sentir miedo del mundo que lanzarse a descubrirlo. Ten cuidado. Está lleno de gente mala. Te puede pasar cualquier cosa y a ver que haces entonces. Tu sólo por ahí. Miedos. Miedos. Miedos.

Mienten. El mundo tiene mucha más gente buena que mala. Gente que se desloma para darles de comer y un futuro a sus familias. Gente honrada y honesta, gente dispuesta a ayudar, a echarte una mano. Gente que te sientes afortunado de conocer.

Viajar te da rostros, le pone cara a nombres de países. Cuando oyes hablar de un tsunami en Indonesia sabes quienes son, lo que están pasando, cuando lees sobre las vergüenzas del gobierno de Myanmar ves a la gente que lo sufre, cuando escuchas hablar de festivales en Tailandia les recuerdas riéndose en medio de un caos. Dejaron de ser manchas en un mapa.

Ahora los recuerdos se apelotonan, como si hubiera estado muchas veces de viaje, sin darme cuenta de que ha sido uno solo. Hace un año y medio que me fui de aquí, sacrificando muchas cosas. Muchos momentos importantes en mi vida cercana en los que no he podido estar, que no he podido compartir con la gente que me importa.

No se puede tener todo y por lo tanto no me arrepiento. Fue una decisión consciente. Sé que soy un privilegiado simplemente por haber tenido si quiera la posibilidad de plantearme hacer algo así. Para mucha gente no es solo impensable, es también imposible. Cada situación tiene sus ventajas y sus inconvenientes, ninguna situación es completamente ideal. Al igual que en un día a día rutinario pasar tanto tiempo de viaje tiene sus días fantásticos y emocionantes, pero también sus días aburridos, horribles y en los que nada te sale bien.

Pero mañana siempre será un día nuevo y una oportunidad para que encontrarte algo sorprendente. Compartirlo a lo largo de todo este tiempo, con vosotros, ha supuesto un esfuerzo considerable pero ha traído una recompensa mucho mayor. Animos en los malos momentos y sonrisas en los buenos. Tener, virtualmente, gente a la que aún no conozco al otro lado de la pantalla que habéis sido parte de todo esto. Sin muchos, conocidos o no, ni siquiera habría podido hacer mucho de lo que hice.

Muchísimas gracias.

Ahora volverán a importarme los nombres de los días y volveré a caminar por calles que ya se donde acaban, a donde llevan. Pero cuando todo se asienten y los recuerdos solo sean eso, yo seguiré soñando con la mirada de los orangutanes, con las frías mañanas en las que los primeros sol entraba por la ventana del Canario Milenario, con los caballos galopando por las colinas de Mongolia, con los picos de los Himalayas, las estupas doradas de Myanmar, la vida bajo las aguas turquesas del trópico, los viajes de infinitas horas en camiones destartalados, las doscientas caras de piedra que me miraban fijamente en Bayon, el amanecer en la fría cima del Kinabalu, los tranvías pasando por en las cuestas de San francisco, el agua cristalina de los cenotes…

Y entonces será inevitable, sin que nadie más pueda entenderlo, que se me escape una sonrisa.

Free

Torrejón de Ardoz, Madrid, a 4 de Noviembre de 2010