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Las murallas no daban a basto. Las cuasi rectangulares calles de la Colonia Iulia Augusta Faventia Paterna Barcino, cruzadas en perpendicular por el Cardo y el Decumanus habían alcanzado su límite. Quién lo iba decir cuando los romanos montaron la fortaleza militar que habría de servir de apoyo a ciudades mucho más importantes como la Colonia Iulia Vrbs Triumphalis Tarraco o la ciudad de Gerunda (siglos más tarde convertidas en Tarragona y Gerona). Una pequeña ciudad sin importancia. Después de todo, ni siquiera tenía anfiteatro.

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(El templo de Augusto, uno de los pocos restos de la ciudad original)

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(Barcino)

Pero las vueltas que da la vida, amigo Claudio, el comercio atraía a más y más gente sin otro remedio que empezar a habitar en las afueras del a muralla. La ciudad crecía por encima de sus límites. En el siglo IV, a orillas del Mar Mediterráneo, Barcino contaba con casi ocho mil habitantes entre los que campaban las primeras comunidades cristianas y judías. Pero de aquella época de glorioso poder romano, poco queda hoy en día. Llegaron primero los visigodos y después los árabes. Y entre conquistas y reconquistas de unos y otros fueron apareciendo pequeños condados. Entre ellos, uno, el que a nosotros nos importa. El de Barcelona.

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En el siglo X, tras una batalla de 8 días asediada por el ejército musulmán de Almanzor, la ciudad fue saqueada, arrasada y reducida a cenizas. Apenas quedaba nada de Barcino (o Barchinona o Barshiluna o Barshaluna, o Bargiluna o Barxiluna o…) Llegaba el momento de reconstruirla. Su pasado quedaba oculto bajo una nueva capa.

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Fue ahí donde comenzó el periodo Condal (que ha guardado esta calificación para la ciudad hoy en día). Una sucesión de condes que fueron dando forma a una ciudad que volvía una vez más a florecer, entrando en plena Edad Media. Con la ciudad en pleno crecimiento pasó por el Románico y el Gótico hasta convertirse en una de las ciudades más prósperas de todo el Mediterráneo. Habíamos llegado a algún momento entre los siglos XIII y XIV.

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Pero detengámonos un poco en está época. Cuando �las Ramblas� era un río y la ciudad se extendía más allá de las murallas romanas, cuando el Raval. Fue entonces cuando se construyó la segunda muralla de Barcelona, que después crecería más allá del Raval creando la tercera Muralla. La misma época de callejuelas, de la construcción de un puerto, de la llegada de la Peste.

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Salvo las catedrales e iglesias, muy poco queda hoy en día del Gótico y aún menos del Románico, oculto una vez más en una nueva capa, la del siglo XIX que se mantiene en gran parte hoy en día. Pero los ojos más hábiles, atentos a detalles, pueden encontrar detalles y retazos en suelos, placas, fachadas y soportales que bastan para activar la imaginación y retroceder unos cuantos siglos.

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En aquella Barcelona, cuyo centro había quedado reservado para los burgueses, las afueras se iban llenando de casas, que se fueron convirtiendo en gremios. Por allí estaban los alfareros (terrissaires), cazoleros (ollers), jarreros (gerrers), los que trabajaban la plata (argenters), los que hacían espejos (mirallers), sobrereros (sombrerers) y así un largo etcétera. A muchos quizás les suenen a los nombres de las calles del Borne y estarán en los correcto, pues este barrio se convirtió con el pasó del tiempo en donde se aposentaban los gremios de la ciudad.

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Mapa Barcelona
(Barcelona Medieval, con sus tres murallas)

Era una época en que la justicia se administraba a base de horca, una muerte por asfixia gracias a una amable soga comprimiendo la tráquea y las arterias carótidas si las vértebras no se habían roto antes, que a diferencia de lo que uno pudiera imaginarse no sucedía en las plazas principales, si no que las ejecuciones tenían lugar en las afueras de la ciudad. Después de todo, hasta al morbo de ver amoratarse a un reo se acostumbra uno y no suele ser plato de buen gusto. Una ciudad como Barcelona era bastante grande, así que había más de un lugar en que ayudar al personal de dudosa moralidad a pasara mejor vida. Pero hete aquí que las ciudades crecían y los lugares para ajusticiar no tenían más remedio que alejarse aún más del centro.

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¿Y que hacer con esos lugares que tantas vidas habían visto pasar? Se podría optar por construir casas, pero ¿quién las iba a querer con la de muertes que habían regado sus cimientos?. �Calla, calla. No seas pájaro de mal agüero, nos buscamos otro lugar. Eso seguro que es un foco de desgracias.� Así pues, sin nadie que quisiera vivir en ellas habría que darles otra utilidad. Mercados. Un lugar idóneo para la compra venta de productos y mercancías. Y así es como muchos de los mercados de la zona histórica de Barcelona (como de la Boquería), ahora llenos de flores, y coloridas frutas habían sido lugares de pena capital.

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Claro que los ahorcamientos no siempre salían bien, y a veces la soga se rompía y el preso sobrevivía. Y en una época cargada de religiosidad y milagros, no había que pensar mucho más: Sería, sin duda alguna, una señal divina de que allá en los cielos, alguien se había apiadado del pobre desgraciado. Así que, no siendo los hombres quiénes para cuestionar los designios de Dios, se le perdonaba la vida a la víctima. Y hecha la ley hecha la trampa, por que si bien Dios podía mediante la ayuda de arcángeles salvar una vida, solía ser mucho más fiable sobornar a los cordeleros (corders, también con su propia calle en el Borne) para que las sogas no fueran todo lo resistentes que debieran.

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Hablamos de muchas calles pequeñas, estrechas, construidas sin demasiado control, por donde de tanto en tanto pasaba algún caballo, pero la mayoría de la gente se movía a pie. En esas mismas calles que surgían nuevas iglesias y el pueblo decidía crear su propia iglesia, a orillas del Mediterráneo, una donde todos fueran iguales, una construida por ellos y para ellos. Sería Santa María del Mar, la Catedral del Mar, la Catedral del Pueblo.

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(Un Bastaixo, transportando una enorme roca desde la Cantera de Montjuic)

Aunque Catedral, le pese a quién le pese, no hay más que una por ciudad (efectivamente, la Sagrada Familia tampoco lo es) y en este caso la Catedral en el centro de la antigua villa Romana, mantenía su título oficial en forma de descomunal edificio Gótico asociada a la monarquía, la nobleza y el clero bajo el nombre de la Catedral de Santa Eulalia. Qué la Basílica de Santa María del Mar se construyese en poco más de cincuenta años en contraposición con casi dos siglos que tardó la Catedral de Barcelona dice mucho de unos (el pueblo) y otros (clase alta).

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(Sardanas a la puerta de la Catedral)

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Por cierto, que si alguno visita el Claustro de la Catedral de Santa Eulalia, lo mismo se sorprende (o lo mismo le parece lo más normal del mundo) al ver trece ocas campando a sus anchas por él. Todo viene de una leyenda que dice que allá siglos atrás, sobre el siglo III y IV, con los cristianos perseguidos por los romanos una muchacha de trece años de nombre Eulalia confesó su fé y fue entregada al martirio. Trece, uno por año, fueron los martirios a los que sometieron a la pobre Eulalia, entre ellos el meterla en un tonel lleno de cristales rotos y lanzarla rodando cuesta abajo por una calle (hoy conocida por Bajada de Santa Eulalia)

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(Las ocas de Santa Eulalia…)

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(… y La Bajada con su mismo nombre, con la placa identificativa, atentos al barrilete)

Historias de una ciudad famosa por su puerto aunque perdió parte de sus privilegios cuando la conquista de América trasladó el centro de navegación y comercio al Atlántico. Ciudad de marineros, que se lanzaban al Mar dios sabe por cuanto tiempo, y que muchos de ellos prometían, si regresaban sanos y salvos, casarse con la primera muchacha que vieran.

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De ahí que hubiera muchas damas deseosas de desposarse esperando en la calle que por aquel entonces más próxima estaba al mar, la Carrer de les Dames. Al fin y al cabo, un marido marinero era una auténtica maravilla. Te mantenía y embarcado la mayor parte del tiempo en alta Mar no había que prestarle demasiada atención. Aunque la verdad sea dicha, el puerto de Barcelona destacaba también por tener los burdeles más lujosos de Mediterráneo. Así que estén atentos a las cabezas que indicaban la presencia de uno, a veces de manera no lo suficientemente clara, lo que llevaba a vergonzosas confusiones con los vecinos.

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También llamará la atención la gran cantidad de gárgolas que se pueden ver por el barrio gótico. Cuentan algunas leyendas de esas que uno nunca puede negar completamente, que en aquel entonces las brujas se subían a los tejados y desde allí escupían y hacían aguas menores sobre a los viandantes, especialmente si además era el momento del procesión del Corpus Christi. Una vez más, el castigo divino no se hizo esperar y las dejo petrificadas como grotescas figuras con nada más que hacer en la vida que escupir el agua de los tejados.

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Los judíos tampoco acabaron demasiado bien por esas épocas, recluidos en el Call o Barrio Judío, hacinados donde las calles no pueden ser más estrechas, hasta que en siglo XIV fueron obligados a convertirse al cristianismo o morir asesinados. Tampoco es que antes hubieran vivido con muchos más privilegios. Caminando por las calles del Call es probablemente casi impercetible encontrarse con la Sinagoga Mayor. Una pequeña abertura en forma de puerta en una pared da acceso a ella. Curioso, un rincón tan diminuto la que es probablemente la Sinagoga más antigua de Europa. Pero la ley reforzada por el Cristianismo había sido tajante. La Sinagoga mayor no podría ser más grande que la más pequeña de las Iglesias de Barcelona.

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(La entrada a la diminuta Sinagoga Mayor)

¿Queréis más? Pues salid a la calle, pasead por Barcelona y mirad arriba, abajo, a derecha e izquierda y buscad incansablemente las pistas que quedan, las que cuentan a saltos y con siglos a sus espaldas la historia de Barcelona. Después de todo, hay muchas historias que merecen ser contadas, para que sea el público el que juzgue su veracidad, como las que dicen que Hércules llegó a la ciudad, o incluso las que están por llegar, pues se dice, se comenta, que las obras que hoy en día habrían de remodelar el mercado del Borne, se han visto obligadas a parar, porque cavar en Barcelona implica encontrarse con historia y hay rumores que aseguran que allí abajo, enterrado podría haber un anfiteatro. Y eso cambiaría mucho.

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Para Anna, que tuvo la paciencia necesaria para ejercer de guía de su amada ciudad y enseñármela con la misma ilusión con la que se la cuenta día a día a los visitantes.