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Corría como una gacela, aunque el símil de cabra montesa sería más apropiado para la ocasión, pues Bitrix, nuestra guía, se lanzaba hacia la cumbre del collado, adentrándose en Suiza, a una velocidad absurda. Sé lo que están pensando. �Pero a que aspiras tu, piltrafilla? ¿Qué es eso de intentar compararte con profesionales?�. No les quitaré su parte de razón, pero debo añadir, que tras casi una semana ya pateando los alpes, mi fondo (que no mi físico) había mejorado, así como la ausencia total de agujetas. Lo cual no impedía, que una vez más, mi cuerpo salchichero fuera impedimento para aumentar la velocidad.

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No era esta, una tortura obligatoria, sino voluntaria (para más inri), pues habíamos forzado una excursión extra dentro de las que ya incluía el día y los horarios de los teleféricos no entendían de machadas de última hora. Ya saben, nada del épico �nadie quedará atrás� si no más bien, �que cada uno se agarre sus machos y corra, y si no se llega, media vuelta y a disfrutar del paisaje�. Total ya habíamos cubierto lo que teníamos que hacer, así que solo quedaba forzar para los más motivados. Lógicamente, resoplaba y el corazón estaba apunto de romperme las costillas, pero no iba a ser yo menos y quedarme sin ver el paso por el desfiladero.

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(Objetivo: ese piquito a mano izquierda)

Un momento. ¿Desfiladero? Si. No mires abajo. Solo piensa en correr. ¿Y si me resbalo y caigo? No es una opción. Corre. Aprieta el paso. Gollum. Gollum. Un último paso y voila. Grité con las pocas fuerzas que me quedaban. Allí en la Cruz de Hierro, la Croix de Fer, estaba en mitad de valles, en la frontera de dos paises, en un rinconcito de vértigo pero impresionante. Otro más en los ya de por si imponentes y arrebatadores Alpes.

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Solo restaba bajar. Bitrix hizo un cálculo aproximado. Cinco minutos. Ja. ¿Es coña, no?. Hemos tardado casi 40 en subir. Si, pero bajamos corriendo. ¿Y mis dientes? ¿Quien me va pagar los dientes que me rompa?. Vamos, no seas quejica, o ¿quieres bajarte las tres horas que hay hasta abajo si nos quedamos sin teleférico?. Quién me mandaba a mi. Me tenía que haber quedado mirando las vaquitas pastar. Con lo monas que son. Venga. No pienses en la rodilla. En sus marcas. Preparados. Listos. ¡Ya!. ¡¡Al ataque por Jadraque!! ¡¡No se harán prisioneros!!.

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(Objetivo: La pequeña caseta del fondo. Primera parte: Paso por el desfiladero. Sigan el caminito y no miren hacia abajo)

Y zancada a zancada, ayudados por la fuerza de la gravedad íbamos bajando cual meteoritos por el camino empedrado. No te caigas. No te caigas. No sería digno. ¿Dignidad? Si esa se perdió hace ya mucho. Es igual. ¡Corre Forrest!. Y el milagro sucedió. Nunca lo habría creído pero acabamos bajando en 8 minutos. Suficientes para el último teleférico. Miraba el alejado pico y parecía increíble que hubiéramos estado allí hace 480 segundos. Y además, no me había caido. Ja. Mi entrenamiento por los Alpes me estaba convirtiendo en un terminator.

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(No, no me maté. Pero me pareció curioso y bonito este cementerio en uno de los pueblos de la zona)

Fue un broche energético a un día mucho más tranquilo. Lo confieso. Aunque lo bueno de los Alpes es que tranquilo nunca está reñido con espectacularidad. Uno de los primeros teleféricos de la mañana nos había llevado a los pies de una nueva serie de aguja. Grand Montets, desde donde se tiene una vista privilegiada de la Aguja Verde, los Drus, las Agujas de Chamonix y nuestro viejo rey. El Mont Blanc.

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Es, de los puntos que tuvimos de observación, el que mejor revelaba las dimensiones del techo de Europa. Al estar más alejando en la distancia, sin efectos de perspectiva, se veía claramente su mastodóntica figura. Claro, también se veían las agujas rojas, y todos los viejos conocidos del Valle. Parecía mentira, pero tras casi una semana allí, nos habíamos familiarizado mucho con todas las localizaciones.

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También había unos cuantos locos diminutos, de esos que se ven como hormiguitas, dándose a los placeres de la Alta Montaña, sin miedo alguno, por mucho que se vieran placas de hielo a su alrededor, asomando entre la nieve. Claro que si. ¡¡Pa tí es la vida!! De cualquier manera es uno de los miradores obligatorios de la zona, que curiosamente no tiene tanta aceptación como el Aiguille du Midi, atracción de maillot amarillo de la zona.

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Visto todo desde arriba, llegaba el momento de verlo de cerca y acercarnos a uno de los Glaciares, el de Argentiere, hasta tenerlo justo enfrente de nosotros, una enorme muralla de hielo, que arrastraba rocas a su paso, crujiendo y resonando, mientras el viento que lo atravesaba, llegaba ya gélido hasta nosotros. Incluso nos aventuramos a pisarlo brevemente, que siempre hay que rellenar el Curriculum de algún detalle más. ¿Ha pisado usted un glaciar?. Pues mira, oye, si.

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Tampoco podíamos hacer mucho más. Sin otro objetivo que el ver el glaciar y sin crampones, ni equipamiento, ni entrenamiento necesario, pasar más allá de algún tímido paseillo por la orilla sería una insensatez. Pero si se podía ver a muchos grupos de Alpinistas entrenando y aprendiendo a moverse en el helado entorno. Operaciones de rescate, técnicas de escalada y un sinfin de ejercicios más. Escalada en hielo. Quizás uno de los deportes más exigentes que existen. De momento me da la risa hasta planteármelo. Valientes y fornidos, que den un paso al frente.

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Con estos tres puntos, concluía nuestro penúltimo día en los ya adictivos Alpes. Ahora que ya el cuerpo respondía perfectamente, lo que apetecía era quedarse otro par de semanas, hacerse un master de alta montaña y verlo desde arriba, allí donde habrás llegado, paso a paso, con tus propios pies y un reguero de sudor. Pero esa sensación, de momento habrá de esperar, aunque sin paredes de hielo que escalar… ¿quién sabe?

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