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Para pasar esta puerta, transformad el atavío,
Para atravesar las calles, dominad todos los gritos,
Para comprender su altura, asomaos al vacío.
Envolviendo la mirada en algodón y sigilo,
Melilla la Vieja duerme, estacionada en los siglos…

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Así se leía en una placa bajo la puerta de la Marina, una de las entradas en la muralla de la ciudadela de Melilla. Allí abajo, cruzando el Mediterráneo, en África, tan olvidada, tan a nuestros ojos lejana, allí donde la piedra y la roca asomaba por encima de aguas claras y bellas playas.

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Dentro de las murallas, las callejuelas, iluminadas por un sol radiante y de justicia, recordaban más a un pintoresco pueblo que a la ciudad querida por muchos y escenario de batallas. Desde los fenicios, a los vándalos, visigodos, musulmanes (que le dieron su nombre). Devastada muchas veces, casi abandonada muchas otras, conquistada por Portugal y España en el siglo XV, para pasar a depender únicamente de la corona española en 1556. En aquel entonces ni siquiera existía aún Marruecos.

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¿Así que esperar? Lo primero que llama la atención es que es diminuta. Lo segundo es que el paso de los años lo ha convertido en una mezcolanza de razas y gentes que se funden en todos los aspectos, culturales, religiosos, sociales y arquitectónicos. Lo mismo paseas por una gran avenida de estilo modernista (ojo, que muchos la comparan con la Barcelona de principios del siglo XX) que acabas metiendote por bazares, y callejuelas que desembocan en mezquitas.

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Da una impresión de volver a estar abandonada, aunque sus playas y mar lo convierten en reclamo turístico a tiro de ferry, o para ricachones en yate, mientras que una visión más amplia lo situaría más como África que como una ciudad española. Ah, los contrastes. En terreno tan pequeño se notan aún más. ¿No?

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Pasar por allí, no fue sino fortuito, con además algo de tiempo para patear durante unas pocas horas sus calles. ¿Verdicto? Tiene, desde luego, bastante más de lo que uno (o al menos yo) esperaba encontrar. ¿Pero lo suficiente como planear una visita? Sinceramente, creo que no, aunque si se está por la zona, al otro lado del estrecho, bien merece la pena saciar la curiosidad y dedicarle un día.

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Melilla, Junio 2011