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Nos reíamos al atravesar los primeros senderos de la selva del Parque Natural de Tayrona, impresionados por la frondosidad de la selva sobre la que discretamente se había colocado un sendero de madera que indicaba el camino. Tampoco es que hubiera muchas más opciones. Fuera del sendero estaba todo tan enmarañado que era casi físicamente imposible perderse. Reíamos, decía, sin saber que unas horas lo estaríamos recorriendo de vuelta… y de noche.

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Pero mientras tanto en aquellas horas de la media mañana, caminábamos entre roca, raíces y maleza, en uno de rincones naturales más importantes de Colombia. 108 especies de mamíferos (de las cuales 70 son murciélagos), más de 300 aves diferentes, 30 tipos de reptiles… y 400 especies de peces, 110 de corales, etc. Efectivamente, una quinta parte del parque Natural es área marina.

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Fue algo que ya sabíamos, pero que descubrimos con sorpresa, cuando el azul del mar se vislumbró entre el verde de las ramas, desde lo alto de una colina. El recorrido prometía. Selva y playas vírgenes. Bueno, casi.

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Desde un punto de vista estricto, si que eran vírgenes, porque salvo algún que otro merendero, y un par de campings no había edificios en la zona, pero se suele pensar (o lo mismo a mi me pasa) al hablar de playas vírgenes, en desiertas, abandonadas a la suerte del Robison Crusoe que pasé por allí. Si, acertaron. Demasiada imaginación.

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Pero lo que no contaba era con la horda invasora. Los locales y autóctonos estaban desbordados. Los autobuses se habían apelotonado a la entrada del parque y las multitudes se lanzaban a su trozo de playa, cerca de los chiringuitos de jugos, listos a pasar un día (o varios) de playa y hamaca. De todas las fechas posibles, habíamos tenido que acceder al parque en plenas vacaciones nacionales.

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(J.C. Castresana creando)

Una auténtica pena, porque el guía nos comentaba que suele estar casi desierto la mayor parte del tiempo. Bueno. No era momento de quejarse, si no de sacar lo máximo del fantástico paisaje cuyo recorrido alternaba playa y selva, como si del Guadiana se tratase. Así, atravesamos la solana del Cañaveral, los recogidos y diminutos Arrecifes y llegamos hasta La Piscina, uno de los lugares más agradables para darse un buen baño, porque allí recogido las aguas no hacen olas grandes ni arrastran mar adentro.

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Hago aquí un breve inciso, para comentar el nombre del parque, que se debe a los taironas, el grupo indígena que habita esa zona y que lo habitaba en mucho mayor número cuando llegaron los conquistadores españoles y los sometieron, al principio amigablemente, luego menos pacíficamente para acabar cortándoles la cabeza y descuartizándolos. Los que consiguieron sobrevivir internándose en la selva dieron lugar a otra etnia los Koguis, que sobrevive hoy en día.

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Volvamos a nuestro recorrido. Fue imposible completarlo, porque las horas corrían, el tiempo se nos echaba encima y además, negras nubes, hijas del bochornoso calor del día, empezaban a cubrir el cielo y amenazaban con verterse sobre nosotros de un momento a otro. No queda sino rendirse. Media vuelta. Nos esperaba un agradable paseo de vuelta en caballo.

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O tal vez no. Llegamos fuera del horario por veinte minutos y los jinetes y sus equinos amigos ya se habían vuelto a su hogar. Sin nosotros. Repámpanos. En una zona caribeña en la que todo se retrasaba hasta el infinito, comidas, desplazamientos y similares, habíamos llegado tarde. Irónico. Pero nos dejaba con todo el camino de vuelta por la selva y sin nuestro amigo el sol. Llegaba la hora de dilatar las pupilas, aguzar los ojos y recorrer el camino a golpe de luz de móvil y a golpe de raíces, ramas y derivados. Y salvo algún que otro momento en que podíamos habernos caído por algún agujero a vaya usted a saber donde, no hubo ningún problema. Vamos, normal. Normal. De hecho, fue una oportunidad fantástica de conocer la selva de noche, apareciendo enmarañada donde la luz la creaba para desaparecer instantes después. Alucinante.

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Así que sólo dos consejitos para disfrutar este maravilloso enclave natural. Vayan en épocas no vacacionales y comiencen el regreso con tiempo, o en su defecto quédense a dormir en una de las hamacas del camping, que con el arrullo del mar se convertían en hotel de lujo.

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Parte del Minubetrip por Colombia
Y si, se pueden imaginar que no fue fácil hacer fotos casi sin gente. 🙂