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Ver todo Rio de una sola mirada era tarea harto complicada. Como lava cayendo de un volcán la ciudad se esparcía por los lomos de las montañas que formaban una gigantesca mano llena de dedos, y se acomodaban en sus huecos, hasta llegar al mar. Así todo quedaba separado, reducido a las parcelas delimitadas por los pétreos muros. Tanto que en muchas ocasiones la única manera de pasar de una a otra es a través de un túnel (y obviamente por mar).

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Allí se sucedían nombres míticos, de aquella época entre los años 20 y los 50, como Copacabana, destino predilecto de las estrellas de Hollywood y de los amigos de los casinos, las playas de Ipanema y Leblon, Flamengo, Lapa, Botafogo. Todo huele a añejo en la Cidade Maravilhosa.

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El ambiente era muy distinto del de las calles plagadas de San Paulo, mucho más relajado, claro que habíamos llegado en mitad del Carnaval y eso, por supuesto, ayudaba mucho. Así que sólo había buen rollo por las calles. Muchos me aconsejaban que llevar las cámaras por la calles era una insensatez, una locura, que en San Paulo robaban, pero en Rio te ponían una pistola. Vamos, los clásicos comentarios que te hacen ir a visitar un lugar con energía y que en mi caso cayeron en saco roto, como no podía ser de otra manera.

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Pero la locura había tomado la ciudad, que a sabiendas del reclamo publicitario que atrae el Carnaval, aumenta sus precios del alojamiento hasta diez veces más. Una locura. Ir al Carnaval implica un buen plan de ahorro, pues en muchos sitios, la reserva ha de ser mínimo por 7 días. 7 días a precio de oro. Ni el Corte Inglés. Por ejemplo, una cama en una dormitorio (habitación compartida) puede superar los 100 euros por noche, cuando normalmente no pasan de 10 o 15. Imagínense los hoteles a pie de playa.

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Incluso son muchos los que se retiran de la ciudad, para alquilar sus pisos a buen precio (buen precio para ellos, claro). Y aún así, Rio se llena. Todo está ocupado. Es el negocio a ritmo de Samba. Nosotros, conseguimos alojamiento en casa de un músico, en las laderas de Santa Teresa, que alquilaba el resto de habitaciones de su casa. No era lo más cómodo del mundo para moverse por la ciudad, aunque el barrio, probablemente de lo más colonial de Rio y con unas fantásticas vistas de la ciudad era tremendamente encantador.

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Los taxistas también hacen su Agosto particular. Para ellos no hay samba que valga. 7 días en los que se trabaja tantas horas como aguante el cuerpo y aún así no dan a basto. Preguntábamos si el número de taxistas incrementaba durante estos días, pero la respuesta oficial era que no. Y digo la respuesta oficial, porque también acabamos montando en coches particulares tras negociar un precio ante la imposibilidad de poder tomar encontrar un taxi libre o simplemente un taxi.

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Pero bueno, sabíamos que algo así iba a suceder. Así que era más o menos lo esperado. No era momento de quejas, si no de coger toalla, crema solar (si no quieres desintegrarte) y lanzarse a la playa, a tomar el sol, a darse a los cocos y a refrescarse y sudar la gota gorda a partes iguales.

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Lo más interesante del día de Carnaval sucede a lo largo del día, así que la mayoría se retira por la tarde noche o se dirige al Sambódromo y alrededores o Lapa y alrededores para seguir la fiesta nocturna, con lo que siempre hay ajetreo por las calles, pero por mucho que madrugues ya hay gente por las playas. A primer hora del día serán familias, a las que se irán uniendo poco a poco el resto de la concurrencia que había quemado la noche el día anterior. De la fiesta a la playa, de la playa a la fiesta, o la fiesta en la playa. Todo son opciones. Olvídense del Glamour, las calles se llenan de gente en bikini y bañador.

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Aún así, a pesar de las centenas de sombrillas que brotaban sobre las arenas de la playa, quedaba hueco para pasear por las arenas mojadas y pueden creerse que son un buen paseo. Ipanema, por ejemplo son dos kilómetros de playa, pero se unen sin apenas distinción junto con la de Arpoador y la de Leblon, con lo que al final tienes unos 4 kilómetros de playa. No está mal para la que llaman una de las playas más sexys del mundo. Tenía que serlo, porque por allí estaba paseando yo.

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¿Pero era eso cierto? Siendo totalmente sinceros, hay tanto de todo, como en casi cualquier otra parte del mundo. La época de semejante adjetivo ya pasó y aunque hay muchos motivos para ambos sexos de alegrarse la vista, lo cierto es que también hay muchos brasileños dejados de la mano de dios. Parece ser que en los últimos años, muy de bonanza para el país, el sobrepeso ha pasado a ser un problema que antes no existía. O sea, no se dejen engañar por la publicidad. Hay, insisto, de todo.

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Lo cuál no impide que la playa y la zona, llena de restaurantes, terrazas y decenas de puestos por la calles, sea un delicia. Gran parte de la culpa la tienen los dos picos omnipresentes de Morro dois Irmaos, que hacen a la playa tan reconocible en todo el mundo. También lo es por precisamente a sus espaldas es donde se pone el Sol, lo que hace de la playa de Ipanema y de su extremo más oriental con la Ponta de Arpoador, el lugar predilecto de decenas para ver el atardecer.

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Todo un ritual, sobre las rocas, para despedirse de esos días que enamoran. También, y esto puede ser percepción mía, creo que Ipanema era mucho más brasileña que Copacabana, que siguiendo la tradición de su renombre, albergaba la mayor parte de turistas extranjeros.

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Cosa fácilmente comprobable, pues por sus tres kilómetros de paseo marítimo se daban cita todo tipo de mimos, espectáculos callejeros y hasta los clásicos músicos peruanos de canciones andinas vestidos de indios norteaméricanos que invaden cualquier parte de las ciudades del mundo que tienen algo de turístico. También fue el único lugar en todo Rio donde se nos acercó gente a pedir unos pocos reais.

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En la lista de cosas por hacer, los musts de Rio, parece que están estás dos playas, y dos miradores naturales. Uno el del Cristo Redentor y otro en el Pan de Azúcar. El Cristo Redentor es sin lugar a dudas, el icono de la Ciudad. 38 metros de un Jesús de Nazaret de Granito mirando a la ciudad. Mil toneladas de hormigón armado a setecientos metros sobre el nivel del mar. Sabes que tienes un icono de una ciudad cuando empieza a aparecer en las películas de Hollywood como objetivo para los desastres naturales o las invasiones extraterrestres.

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También imita, y esta vez de manera real, a las producciones cinematográficas que tienen lugar en Paris, esas en las que siempre en cada toma, en cada ventana, aparece la torre Eiffel, sólo que aquí, es tremendamente cierto. Tras cada calle, desde casi cada punto de la ciudad, incluso desde alguna que otra ducha, se puede ver alzado a 709 metros de altura sobre el nivel del mar.

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38 metros es una barbaridad, pero una vez allí, me impresionó menos de los que esperaba. ¿Expectativas demasiado altas? Puede ser, pero aún así es bastante espectacular, arropado por el enclave, claro. Lo que me parecía impresionante era imaginarme la obra de ingeniería que tuvo que realizarse para su construcción. Estamos hablando de que tardó 10 años en terminarse desde 1921 hasta 1931 y que está situada sobre un cerro. Es precisamente esta, la altura donde está colocada lo que la hace para mí más especial. Especialmente de noche, cuando flota, iluminada, sobre la ciudad.

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Y claro, las vistas te dejan con la boca abierta. Y tal y como uno puede imaginarse es tremendamente turística. Así que tiene un precio de entrada excesivo y encima te apuran a la hora de cerrar (en plena hora mágica, si es queeeee), pero claro es una vez en la vida y no hay nada de arrepentimiento en haber subido hasta allí, aunque para mi, el punto que me pareció más espectacular fue el Pan de Azúcar.

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El Pan de Azúcar es un morro monolítico de granito de casi 400 metros de altura que se eleva directamente desde el borde del Mar. Pau-nh-acuqua, según los habitantes originales o asemejarse tremendamente a los Panes de Azúcar que se cocinaban durante el siglo XIX. Situado sobre la bahía de Botafogo (que créanme no merece la pena visitar), es el mejor mirador de la ciudad. Punto perfecto para ver el atardecer desde lo alto, donde además, tiene un bar restaurante estupendo para disfrutar las vistas con una cervecita.

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El mundo de los miradores de atardeceres siempre me divierte. La gente se apelotona, lucha sin piedad por su puesto como si fuera una guerra y en el momento en que el sol desaparece, en ese mismo instante en que la esfera roja desaparece tras el horizonte (o monte en este caso), huyen en estampida. Como fotógrafo lo mejor viene siempre después (y más con una ciudad a tus pies), pero si lo tuyo no es hacer clic clic, ver encenderse Rio es algo memorable.

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Y encima no hay prisa para bajar. Así que no lo duden. Disfruten. No hay mirador, restaurante o bar, con mejores vistas. No conozco tanto Rio como para jurarlo, pero si aceptaría una apuesta. Que mejor lugar para despedirse.

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Para Dani y Sara, acompañantes de excepción en esta ciudad. 🙂