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Vitoria fue la sorpresa. Esa joya escondida donde rebelar su secreta existencia genera debate entre los propios vitorianos, muchos de los cuales, orgullosos de su tierra, quieren que se conozca, pero al mismo tiempo ven con cierto recelo que eso se llene de gente, con lo bien que se vive allí. Me veo por tanto con la duda de que hacer. Pero esta vida es de valientes así que me arriesgaré con una pequeña ciudad llena de encanto.

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Y eso que la llegada prometía otro día más de lluvias en el país chubasco. Mi buen amigo Bret, vitoriano desde que nació (o eso dice él), me auguró un cielo cargado de nubes acompañado de un irónico �Bienvenido al trópico�.

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(Si llueve, que no cunda el pánico, el agua no puede impedir disfrutar de la cocina vasca más clásica en el Portalón… )

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(… o la más moderna cocina del Restaurante Ikea – Si, se lo aseguro, ellos estaban antes que los suecos – en un lujo de restaurante diseñado por Mariscal. Seguimos con la tónica de lo bien que se come en el país vasco)

No le faltaba razón, pero para unos mozalbetes como nosotros, no sería un poco de agua suficiente para detenernos al descubrir la capital de Álava y del País Vasco. El día así lo entendió, dejó de llover y se esforzó por darnos un jornada de claroscuros donde incluso pudimos ver y disfrutar el sol.

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Cosa que agradecía el encantador casco antiguo, con sus piedras y tejas brillando. Fue entrar por allí y sentir que llegaba la sorpresa, que había mucho que descubrir entre arcos, soportales y edificios de todos los siglos. Principalmente el gótico, que da estructura al casco viejo, con sus calles almendradas en uno de los complejos mejor conservados del mundo.

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(Un vecino del casco histórico)

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Pero también hay hueco para el romántico, pasando por el renacentista, el barroco y el neoclásico más unos cuantos edificios renovados que dan el toque moderno entre calles que mantienen sus nombres de la edad medieval. Cuchillería, Zapatería, Herrería, Pintorería…

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En lo alto de la colina, entre bosques de pequeñas casitas, se encuentra la Catedral de Vitoria, que goza de gran aprecio de ilustradas eminencias aquí y fuera de nuestras fronteras. En ella se inspiró el archiconocido Ken Follett para su catedral de �Un mundo sin fin� la continuación (algo/bastante/muy repetitiva) de su �Los Pilares de la Tierra�. Todo un honor o una maniobra de marketing que llevó a colocar Vitoria en el mundo. Para inmortalizar el momento una escultura del autor está situada a su frente, mirándola fijamente, escudriñando los detalles que luego habrían de aparecer en el libro.

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Leer esas páginas, podría ser una magnífica de visitar su interior, ya que se encuentra en pleno proceso de reconstrucción y de obras. El problema viene de lejos, desde su mismo origen allá por el siglo XIII, porque claro, la catedral no era tal, sino una iglesia. La iglesia de Santa María que ejercía de parte de la muralla de la ciudad.

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A partir de aquí y creciendo junto con la ciudad, empiezan las reformas, transformando la Iglesia/muralla en el templo gótico que tiene en la actualidad. Un proceso de varios siglos, que fue tomando forma, incluyendo una torre, varias capillas, altares… Crecía y con él los contrafuertes y arbotantes exteriores con la misión de sujetar el edificio.

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No tuvieron el éxito esperado. Tantas reformas habían acabado cambiando los equilibrios de fuerzas y los pilares empezaron a deformarse, los arcos a moverse y las primeras grietas en las bóvedas a aparecer. Estamos en el Siglo XVII. Se van solucionando los problemas con parches y pseudo reformas a lo largo de los siglos, que no arregla el proceso degenerativo. En 1994 se decide parar, cerrar la visita al público y hacer un plan integral que solucionase todos los problemas que arrastraba y tener al fin una estructura sólida que le permitiera aguantar sana muchos siglos más.

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Pero era una pena que el público no pudiera ni ver la catedral ni tener la oportunidad de ver la magnífica labor de restauración/recuperación/reconstrucción que se está llevando a cabo en su interior, así que se puso en marcha un programa llamado Abierto por obras. Una manera, supongo que única en el mundo, de visitar una catedral. Por encima de andamios, viendo las reformas de primera mano y con una guía que te explica todo el proceso, los materiales que se están empleando, lo que queda, lo que es nuevo, lo que viene.

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Confieso, a riesgo de parecerme un jubilado frente a una obra, que me encantó la experiencia, pero sobre todo me encantó ver la Catedral desde la inusual perspectiva que da la media altura. Sobre el suelo, más cerca del techo, en frente de las vidrieras. Para mí, otra sorpresa de la ciudad.

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Otra más fue pasear por el centro histórico, atravesar los infinitos bares de Cuchillería, descubrir gigantescos murales en las paredes, que son parte de un programa cultural que implica a los vecinos como artistas de su propia ciudad, o incluso encontrarte pasarelas autómaticas que ayudan a todos a subir las cuestas de las calles. Sobre la estética de los mismos, no opinaré, pero supongo que su diseño tan moderno habrá hecho que salga más de una ampolla. A mi como el contraste siempre me ha gustado, me encantó la mezcla.

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(Las pasarelas automáticas. ¿Pulgares arriba o abajo?)

Un par de apuntes más. El humedal de Salburua que es un oasis pegado a la ciudad en que desconectar y sentirte perdido en la inmensidad de la naturaleza y recorrer Vitoria en ciclotaxi. Ecólogicos, van a todo trapo y encima te forran de mantas de esas bien gordas, como las de casa de la abuela, para ver la ciudad bien calentito. Planazo, ¿eh?

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Abril 2012. Parte del Minubetrip por Euskadi