Trondheim 15

La espera al atardecer fue en vano. En el paralelo 63º 25� 47� el sol caía lentamente y en ese punto, el más alto del viaje, el viento era gélido y juguetón, colándose por cada recodo que podía y encontrando esa escondida y mísera abertura por la que colarse mientras el crucero, el Empress de Pullmantur, levaba anclas por primera vez y zarpaba del puerto en dirección al sur. Objetivo, los fiordos.

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Trondheim 09

La pregunta más evidente, cuando desconoces por completo la orografía de Noruega, es cuál de los infinitos fiordos que hay se van a visitar. Es decir, parece que hay un recorrido bastante definido, con los highlights más importantes, pero si uno mira en un mapa, la cantidad de fiordos que hay, sólo le queda fiarse de los que un día decidieron cuales eran los mejores, porque a día de hoy, no hay vida suficiente para verlos todos.

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Aceptamos las reglas del juego. Ahora volvemos a esa cubierta gélida con un sol juerguista que se resistía a acostarse. El crucero avanzaba, siguiendo las carreteras marinas que delimitaban las montañas de los fiordos y para mi, era la primera vez en un viaje similar. El crucero, esa pequeña ciudad flotante, tenía de todo, desde piscinas, jacuzzis y gimnasio, varios buffets, un casino, varios bares, salas de espectáculos, tiendas dutyfree, cafeterías y un porrón de camarotes, así que ¿por qué diablos había elegido la cubierta del barco?

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Trondheim 01

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Allí sólo quedábamos los optimistas de sonrisa congelada. Esperando que el cielo se cubriera de rojos. No sucedió. No me pregunten el motivo científico, que lo desconozco, pero el sol se puso finalmente sin anaranjarse siquiera. Cosas de la latitud, aseguraban. No dejó de ser un efecto curioso y el recordatorio de que desde ese momento los viajes en cubierta los habría de hacer encebollado, a base de capas, camiseta térmica, camiseta, camisa de manga larga, forro polar, cortavientos, malla térmica, pantalones, guantes, gorro y manta si la hubiera.

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Aunque con el paso de los días (ya llegaremos a eso) según el Empress descendía hacia el sur cada vez era más fácil quedarse en camiseta en cubierta, los cielos se fueron enrojeciendo al atardecer y las noches llegaban a oscurecerse por completo. Allí en cambio, saliendo de Trondheim, se mantenían en un azul oscuro pero lleno de luz que mantenía las colinas de ambas orillas perfiladas en todo momento.

Geiranger 01

Hellesylt 01

Nos despertamos, abriendo las gruesas cortinas que impedían a la sempiterna luz inundara el camarote, para encontrarme en la pequeña, diminuta, población de Hellesylt. Imaginarse el impacto de un crucero en estas poblaciones es difícil. Hablamos de lugares que rondan los 300 o 400 habitantes, cuando el crucero supera los 1000 y en muchos casos los 2000. Durante un par de horas la población de multiplica casi por 10 y una horda de turistas lo invaden.

Hellesylt 03

Hellesylt 04

Hellesylt 05

Podría parecer un ataque de termitas a gran escala, pero lo cierto es que se marchan sin dejar más rastro que el dinero que dejan de compras en las tiendas de recuerdos y llevándose la sonrisa de muchos locales, que parecen agradecer la rotura en su calmada y eterna rutina.

Hellesylt 02

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Hellesylt 06

Hellesylt fue un pueblecito encantador en mitad de un fiordo, situado a las faldas de picos nevados, con un catarata que reclama para sí misma toda la atención de la zona. Pero fue la antesala de algo realmente espectacular. Geiranger.

Geiranger 02

Geiranger 06

Geiranger 13

La llegada a Geiranger, me hizo darme cuenta que Noruega iba en serio, que no era sólo un nombre y fama injustificada en un papel y que los fiordos eran tan espectaculares como se aseguraban. Navegábamos entre la inmensidad de muros de piedra que se elevaban cortantes hasta un kilometro por encima nuestro. Imagínense la imagen, el descomunal crucero ridiculizado por la Naturaleza, picos donde la nieve brillaba en la sus cimas de piedra árida, cambiando al verde según se acercaba al agua con pequeñas casitas de madera pintada, moteando el paisaje.

Geiranger 05

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Sentí esa inmensidad embriagadora, la misma que te hace apretar el gatillo del cámara intentando abarcar lo inabarcable. Esa misma que recordaba haber sentido en Milford Sound en Nueva Zelanda y en más de una ocasión en la mágica Islandia. Las tres luchaban por el injusto primer premio en estas competiciones de espectacularidad natural.

Geiranger 17

Geiranger 14

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Completaba la imagen decenas de cascadas, abriéndose paso salvajemente desde el deshielo al fondo del fiordo. Espectacular, incluso idílico… pero realmente ¿quién querría vivir allí? Sólo de imaginarme la dureza del invierno en algo tan remoto, con carreteras serpenteantes que suben las montañas buscando puertos imposibles o túneles horadados en la montaña, aislados día sí, día también, me entran temblores. El verano es muy bonito, el invierno probablemente sea para muy pocos.

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Tan sólo quedan unas 200 personas allí y muchas de las pintorescas casas de madera coloreadas que adornas las faldas del fiordo ya hace mucho tiempo que están abandonadas y otras muchas en venta. Parece ser que no habrá un problema de una excesiva urbanización en la zona. Bien. Seguirá conservando, espero, ese encanto salvaje durante mucho tiempo.

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Geiranger 04

Geiranger 08

Uno de los imprescindibles de la zona es subir para tener una aceptable visita panorámica de la zona. Ampliamente recomendable para quedarse sin aliento. De esas veces que sabes que podrías quedarte horas sólo mirando el paisaje. La opción más clásica es el mirador Flydalsjuvet pero nosotros optamos por además incluir otro ángulo desde la zizageantes carretera 63 desde donde bajamos… en bicicleta.

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Geiranger 11

Geiranger 21

El plan no estaba nada mal. Compruebas que los frenos funcionen perfectamente y te lanzas cuesta abajo y es una manera excelente de disfrutar del glaciar. No me pregunten cual es la velocidad máxima que se puede alcanzar. No lo sé. Me paraba cada diez metros, interrumpiendo la aceleración, para hacer alguna foto. Otra vez la maldita inabarcabilidad. ¿Cómo llevarte la esencia de un sitio en una foto?, ¿cómo robarle el alma? No lo intenten. Me temo que es imposible.

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Me fui de allí con el insatisfecho deseo de hacer fotografías en un atardecer o noche que probablemente no llegaría, porque si verlo de día impresionaba, seguro que el manto de estrellas por la noche habría redondeado el momento. Pero aún así, confieso que no era mala manera de empezar a conocer Noruega. El problema estaba en saber si mantendría el nivel habiendo empezado tan alto. La respuesta tenía al menos una solución: Flåm

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Noruega, Mayo 2012 | Pullmantur