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Por mucho que llegáramos resoplando, no se puede decir que la ruta al Preikestolen fuera dura. No había más que mirar la plaga de gente que había alcanzado el final del ruta. Eramos legión. No, definitivamente por mucho que a algunos les rondaran las agujetas en las siguientes horas/días, era una ruta semi cabresca, pero apta para casi todos los públicos, pero para culminarla sólo hacía falta una cosa. No tener vértigo.

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Imagínense a los pies del abismo. Aguanten la respiración y pase lo que pase, rehuyan esas ganas irracionales de saltar que chocan frontalmente con el instinto de supervivencia. Sientan el desasosiego en el estómago, ese no saberse seguro ni tumbado. Ahora volvemos.

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Era nuestras últimas horas en los fiordos. Después de Preikestolen, el Púlpito, no había más que un día de navegación para llegar al destino final: Copenhague. Nuestro último encuentro con la salvaje geografía de Noruega. Pero antes, habíamos hecho otra parada en la que para mí fue la ciudad con más encanto de todas las que visitamos. Bergen.

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La ahora segunda ciudad más grande del país, por detrás de Oslo, con unos doscientos sesenta mil habitantes, colocados entre colinas. No sé el origen de la palabra, pero me parece una entrañable coincidencia que Berg en el alemán signifique montaña. De cualquier manera, las montañas rodean a este, el punto de entrada a los Fiordos desde el resto de Europa.

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A nivel económico es tremendamente potente dividiéndose entre operaciones petroleras y pesqueras y de acuicultura. Vale, muy bien, estaréis pensando lo aburrido que suena todo eso, ¿verdad? Pues no. A pesar de la industria no es esa la imagen que transmite la ciudad, que es un conglomerado de pequeñas casa llena de actividad.

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Lo cierto es que el tiempo acompañaba, para que negarlo, era tan bueno que costaba creérselo. Incluso los propios noruegos, sorprendidos, se habían lanzado a cada espacio verde para sembrarlo con sus descoloridos cuerpos. Cada rayo de sol era susceptible de ser aprovechado al máximo y los parques se habían convertido en solariums de gente en bañador o semidesnuda. Ah. ¿Quién osaba relacionar Noruega con el frío?

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Parques, fuentes, estanques, lagos, el mar y un mercado en el puerto marcadamente turístico pero que también hacía las delicias de los locales. El mejor lugar para darse al salmón (fresco, fresquísimo), al marisco o incluso a la carne de ballena (antes de que me lapiden les aseguro que ni se me ocurrió probarla), en todas sus preparaciones posibles.

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Era otra de las ciudades más importantes de la ya comentada por aquí, Liga Hanseática, así que le precede toda una tradición mercantil que fue la clave de su desarrollo, aunque ahora también tiene su negocio en ser el punto más transitado de todos los cruceros que pasan por los fiordos. Bergen es parada obligatoria, por historia, cultura y por importancia dentro de Noruega.

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Si tienen algo de tiempo, no dejen de visitarla y sobre todo perderse entre sus calles. No es demasiado grande y se ve con facilidad, aunque haya alguna que otra cuestecilla, de esas que se ponen a posta, para mantener la linea. Viendo a los locales (y las locales) doy fe de que funciona.

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Pero nosotros, más explosivos y con menos tiempo para amoldar nuestro cuerpo a base de subir y bajar cuestas, estábamos haciendo un máster de educación física por el pedregoso camino que subía hasta la cima del Preikestolen. Allá, donde comenzó el relato y un día después de Bergen, partiendo desde la pequeña Stavanger. Allí estábamos, sucumbiendo al vértigo de 604 metros de caída vertical.

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Lo curioso es que sufrí el desconcertante efecto del vértigo ajeno. Confieso que llegué bastante pronto a la roca, antes de la imparable plaga de cruceristas, así que me senté a apenas un par de metros del borde a disfrutar del sobrecogedor paisaje sobre el Fiordo Lyse. Fue en el momento que empezaron a llegar el resto de excursionistas cuando empecé a sentir el pánico. Allí, sin miedo, se acercaban al borde del precipicio a hacerse la foto, sin miedo alguno, apelotonados (porque si algo hemos aprendido de los tours es que todo el mundo tiene que hacerse la foto al mismo tiempo), sin seguridad… y yo sólo podía pensar en su temerosidad, en un paso en falso que acabara en desgracia y que me acabara arrastrando a mi. El cerebro en funcionamiento, pensando lo que no debería pensar. El peor de tus enemigos.

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Así que me retiré, eliminando mis responsabilidades con los más atrevidos y acompañados por un par de compañeros del crucero me dediqué a hacer el gollum por otras rocas y piedras hasta llegar a algún punto alejado, sin corte vertical y que nos diera una visión más amplia de la zona. Además, alejado de las multitudes, volvía a sentirme cómodo.

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Lo cierto es que Preikestolen, el Púlpito es espectacular. Una roca cuadrada y plana con 25 metros de largo por 25 de ancho, sobresaliendo de la montaña. Desde un punto de vista geológico en algún momento la roca cederá y caerá al púlpito, pero las mediciones que se realizan cada año no dan variación alguna. Un extra de emoción. La única manera de hacernos ver las dimensiones fue una vez más con las referencias. Creo que ninguno fuimos verdaderamente conscientes del tamaño del fiordo hasta que no vimos aparecer al crucero navegando a través de él. Había llegado el momento de volverse minúsculos, insignificantes. Tocaba regresar.

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Fue una de las excursiones que más me gustó de todo el viaje. Aunque para hacer fotos no es la mejor de las horas, así que creo que la próxima vez debería hacer noche en su cima. Así podría ver el atardecer y el amanecer. ¿No es una idea estupenda? Claro que haré una barricada de mochilas… no vaya a ser que me diera por rodar en sueños.

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Noruega, Mayo 2012 | Pullmantur