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El frío y la lluvia se colaban por el Wilhelmine von Stade, cuyas velas desplegadas se mantenían estáticas. En la lista de inclemencias no figuraba, lamentablemente, el viento. Justo lo que necesitábamos. Maldita sea, grumetes. Al menos el Elba estaba calmado. Bueno, no es que el Elba sea famoso por tener olas gigantescas, pero el mareo estaba lejos de nuestras preocupaciones. Vuelvo a exagerar, bajo la cubierta, arropados en mantas y con más café caliente y té del que pudieramos tomar, no nos quedaba sino esperar a llegar a puerto. Hay veces en que los planes no salen del todo bien.

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Y eso que el día se había levantado con esa suave capa de gris que nos acompañó en nuestros días por el Norte de Alemania. La diferencia estuvo en que esta vez en lugar de virar hacia el azul viró hacía el más oscuro tono mordesco. Nada dramático, pero arruinó nuestra experiencia de pasar un día en cubierta, al sol, atravesando el Elba en un barco centenario.

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Porque el Wilhelmine von Stade, de madera y tela, había hecho de todo antes de llevar a turistas/viajeros como nosotros y durante muchos años se había dedicado al transporte de piedras por el río. Ahora, en sus bodegas no hay rastro de roca, sino literas en un camarote que te hace imaginar la vida en el mar. Sus marineros, ahora se dedican a otras labores y llevan a turistas/viajeros cuando se tercia para mantener los costes del barco, mientras que rememoran esos días en que las tormentas si eran de verdad. Así que entre historias de mar, las reales y las que nos inventamos nosotros tirando de imaginación entre corsarios y filibusteros, patas de palo y ojos de cristal, loros y monos, llegamos a Stade. Era nuestra últimas parada por el Norte de Alemania, al arrullo del Mar del Norte.

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Habíamos comenzado en Bremerhaven, una ciudad fundada en el siglo XIX desde donde muchos emigrantes se lanzaron a Estados Unidos. Bremerhaven era para ellos la última ciudad antes de Nueva York. Es una ciudad, para ser Europea, bastante reciente y ha sido remodelada en unas cuantas ocasiones, una de ellas a base de bombas durante la Segunda Guerra Mundial, donde los Aliado dejaron intacto el puerto, al fin y al cabo, sería necesario tener un buen acceso al mar y ese ya estaba construido.

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Ahora Bremerhaven mantiene uno de los puertos más importantes de Europa, porque entre otras cosas se dedica a la construcción de barcos y a ser el puerto que más automóviles exporta. Además, ha rediseñado su imagen y remodelado el puerto, en los que se conoce como Havenwelten (Mundos portuarios) con un emblemático Hotel Sail City, con ese clásico diseño de vela que toda ciudad de mar que se precie tiene que tener, manteniendo el puerto antiguo y construyendo un montón de edificios de corte muy moderno alrededor. Entre ellos el Klimahaus, el museo del clima.

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Pero dado que lo que más famoso es el puerto y sus áreas colindantes, nos propusimos recorrerlo… y en bicicleta. Pensaréis que estábamos de un deportista subido, pero el pedaleo tenía truco, porque lo hicimos a partir de bicicletas eléctricas. Todo un invento. Acumulan parte de la energía del pedaleo y se usa para ayudarte cuando más lo necesitas.

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No es que Alemania esté plagada de cuestas, pero no venía mal ese extra de velocidad para los croquetos como yo. Y lo cierto es que el recorrido fue curioso. Recorrimos los muelles, astilleros y barcos, dejando a un lado gruas y molinos de viento que algún día se asentarán en el mar en construcción, y poco a poco el recorrido fue dando paso a prados verdes en la vera del río. Esta vez si que el sol nos acompañó en esos caminos que los locales utilizan para desentumecer las piernas.

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Haré un breve inciso para volver al Klimahaus, el museo del Clima. ¿El museo del Clima? ¿Pero eso que diantres es? Pues lo mismo que su nombre indica. Entiendo que no es la respuesta, pero es la mejor manera de definirlo. La mayor parte del edificio simula una vuelta al mundo a través del Meridiano 8ºE (y subiendo por el 172ºO) y pasando por los diferentes tipos de entornos.

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Por allí están los montes de Suiza, el desierto, la Antártida, las Selvas tropicales, las islas del Pacífico… hasta una visita al cielo estrellado. Lo curioso de cada zona es que recrea el clima que representa. Es decir, en el desierto se notará el calor y la sequedad, en las Selvas tropicales la agotadora humedad, en la Antártida las gélidas temperaturas (aunque este ambiente es el único que la temperatura no es la real), todo tremendamente interactivo. Nosotros nos los pasamos en grande a pesar de su, creo, target mucho más juvenil/infantil y es inevitablemente, y dado los días en que vivimos hoy, el fin del museo tiene una parte didáctica y de concienciación con el cambio climático.

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Aunque hablando de naturaleza y entornos naturales que si que están protegidos, muy cerca está Cuxhaven y allí están las Marismas del Parque Nacional del Mar de Frisia de Baja Sajonia. Bajo este nombre tan largo lo que se esconde es una reserva de la Biosfera de 240.000 hectáreas. A simple vista no parece algo excepcional, sin embargo más de un millón de aves se alimentan cada año de su suelos fangosos.

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La clave está precisamente en lo que no se ve, o casi no se ve. A pocos centímetros bajo el suelo hay infinidad de molucos, gusanos, lombrices, cangrejos, mejillones, gambas, caracoles… Lo normal es ver a cantidad de escolares que con la marea baja se adentran con sus profesores y con un
cubo y una pala en mano en la marisma a estudiar y aprender de los animales.

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Nos comentaban de la importancia de estar al tanto de las mareas, porque puedes quedarte atrapado en la subida de uno de ellas. Tanto que, hay puestos a los que subirse si eso sucede donde lo único que hay que hacer es esperar a que llegue la ayuda o esperar unas seis horitas a que baje la marea. Aún así hay un montón de rutas por dentro, atravesando ríos de variado caudal, muchas de las cuales son a caballo, o en carro de caballos. Mucho más cómoda que andar con los fríos pies sobre la superficie, porque en pleno proceso de integración gemana, decidí unirme a su manera de hacerlo y caminar sobre el suave barro. Curioso que había mucho que iban.. en calcetines. Alemán puro y duro.

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Con esto llegamos, como al inicio del relato que era nuestro punto final. Stade. Una de las ciudades más importantes de la zona. Su situación la hacía ser el punto de encuentro para mercaderes en el Elba ya que tenía los derechos del Emperador en el mercado marítimo. Después esos derechos tendría Hamburgo, aunque al tiempo se descubrió que el documento que certificaba esto era falso, apuntando a los propios mercaderes de Hamburgo como culpables. Intrigas de poder aparte, Stade es una chulada. Merece mucho la pena poder caminar por sus calles de cuento. Se ha quedado en poco para lo que pudo haber sido, pero quizás por eso ha ganado en encanto. Me temo que esta argumentación no sería suficientemente válida para convencer a los mercaderes que dejaron de controlar el mercado marítimo. No les culpo. Pero a mi y a los que viajen por la zona no pueden perdérsela.

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Con esto acabó mi reencuentro con Alemania. Una zona que no conocía mucho, tranquila, como suele ser el país fuera de sus ciudades principales y con mucha mucha historia. Un primer contacto con la liga Hanseática que tan lejos nos pilla aquí, pero que tanto influyó en el Norte de Europa. Aún faltan unas cuantas fotos de otro viaje anterior a Berlín, así que espero que el mundo germano no tarde en volver a aparecer por este, su blog amigo.

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Parte del Minubetrip por el Norte de Alemania, Mayo 2012