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Fueron breves horas, pero bastaron para acabar con la maldición que me acompañaba desde hacía ya muchos años de ser incapaz de poner pie en Copenhague. Un destino deseado que siempre se veía, de una u otra manera frustrado. Así que acabar el crucero por los Fiordos con el extra de visitar la capital danesa, fue un agradable extra.

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Llegar desde Noruega, abandonando Stavanger, no había sido precisamente rápido. Hizo falta un día de navegación completo bordeando la costa noruega y atravesando el Mar del Norte para alcanzar el destino. Un día entero a bordo, el último, sin nada más a la vista que alta Mar.

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Podría parecer aburrido, pero nada más lejos de la realidad. Era la oportunidad perfecta para recuperar fuerzas tras las excursiones de los días anteriores, levantarse tarde, dejándose despertar por la luz en el camarote y echarse a leer un rato en cubierta, aprovechando que por estos paralelos la temperatura, mucho más alta, permitía estar en bañador por cubierta. Chapuzones en la piscina, comer a horas intempestivas, hacer un poco la fotosíntesis y jugar al ciudadelas. Planazo. Además, aprovechar el último atardecer para engañar a unos cuantos improvisados modelos en una sesión de fotos.

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Así nos despedíamos de Noruega y amanecíamos en Copenhague, despidiéndonos también del crucero. Apenas teníamos unas horas para conocer la ciudad. No nos iba a dar tiempo a todo, eso lo teníamos claro, pero no había ninguna intención de correr. Vencida ya la maldición de llegar, estoy seguro de que no habrá problema en volver en algún futuro a darle los días que se merece.

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Lo que estaba claro es que el tiempo primaveral no podía recibirnos de mejor manera. Incluso muchos de los habitantes se preparaban para un carnaval por sus calles. Les reconozco su mérito y su buen humor, pero muchas de las participantes, rubias y de piel pálidas no encajaban del todo bien en un traje tropical y confesémoslo, no tenían ese ritmo innato que se presupone a los samberos.

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No soy nadie para criticar, ojo. No hay persona más arrítmica que yo, que a pesar de llevar unas cuantas clases de bachata y merengue en la discoteca del crucero, apenas conseguí dar algún paso bueno, más fruto de la casualidad y el azar que de mi buen hacer. Siempre me quedará la excusa de llevar varios mojitos en sangre, para no haber descubierto mi maravilloso potencial como bailarín.

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Pero la falta de ritmo no enfriaba el corazón ni el ánimo de los participantes, transmitiendo muy buena energía y ambiente, cosa que por otro lado, con o sin carnaval transmitía el resto de la ciudad. Debe ser cosa del tiempo, en todos estos lugares donde la mayor parte del tiempo se lo pasan con la calefacción dada o con el chubasquero como prenda más codiciada, tener una época de sol es el acontecimiento que más alegra a una ciudad y eso se transmite.

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La gente abarrotaba las terrazas al sol, entre cafés y restaurantes, gente tumbada por las calles y parques, en bancos y paseando, en bici, o incluso en remos. Las calles centrales de Copenhague, además, en pleno domingo, eran todo lo que se puede pedir a una ciudad. Perfecto.

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Aunque la mayor parte del tiempo la pasamos en un relajante paseo en barca por los canales (muy recomendado), también hicimos una parada en un curioso lugar. La ciudad libre de Christiania. Comunidad independiente en el centro de Copenhague, zona autogobernada por unos 850 residentes, no está exento de polémica. Una zona céntrica, convertida en un barrio hippy, ajena a las leyes de la ciudad. No pagan impuestos, pero reciben electricidad y agua y muchos se preguntan el porque de ese trato preferencial para esta denominada comuna. Para otros, no hacen daño a nadie y sirve de lugar para aquellos que de otra manera no tendrían donde ir. Futuro incierto y mientras tanto, la policía hace la vista gorda entre otras cosas con el tráfico de cannabis, ilegal en el resto del país. Precisamente este es uno de los argumentos por los que no se permiten hacer fotos (cosa que respeté), porque aseguran que la policía podría tener pruebas para echarles de allí. Y digo yo, que si la policía se pasease por allí no se que más pruebas iban a necesitar. Pero como el asunto es delicado, mientras no se moleste parece que las cosas seguirán como están.

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Y si, nos queda un icono de la ciudad. Lo han adivinado. Den Lille Havfrue. La sirenita de bronce. Que tal y como uno puede imaginarse es… un cagarro. Una pequeña estatua, situada en una zona horrible, con una zona industrial detrás y llena, plagada de turistas (nosotros también hacíamos nuestro pequeño aporte, claro). Un obligatorio (como no vas a verla) que no merece la pena. Luego no digan que no se lo advertí.

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Mejor quedarse con el paseo por en barca, que si, también es una turistada, pero merece la pena. Lo ideal sería tener más tiempo y hacerse la ciudad en bicicleta, que se presta a ello y más con un día soleado, pero pasear por los canales también tiene su encanto. No se lo niego.

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Fue esta breve a la par que intensa visita, un dignísimo broche para cerrar una semana fantástica por los cruceros. Semana, que ya he confesado por aquí antes, fue una sorpresa. Nunca había sido mi idea de vacaciones ni de viajar, pero me lo pasé en grande. Si bien es cierto que algunos de los destinos a mi parecer necesitan más tiempo, también es cierto, que no creo que haya mejor manera de ver los fiordos que desde dentro y eso implica en barco.

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No soy muy dado al vídeo, pero fui grabando algún trocito de vez en cuando, que una vez unido y con la maravillosa ayuda del maestro Howard Shore, vale para hacerse una idea de la majestuosidad de los paisajes que vimos, mientras yo me planteo como volver a Noruega. Después de todo, ver auroras boreales sigue en el top de mis tareas pendientes.

Noruega, Mayo 2012 | Pullmantur