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El rey de la selva se nos resistía. Entre las altas hierbas y las lluvias recientes, Simba, como le conocían los keniatas, no tenia la necesidad de acercarse mas de lo estrictamente necesario a los humanos. No era como en esas fechas a finales de la estación seca, donde los animales se arremolinaban alrededor de los pocos riachuelos y pozos que desafiaban la sequía. Ahora, con aguas a raudales y con suficientes animales para que la sabana fuera un fast food, los leones se escondían.

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Estaban por allí, eso lo sabíamos, porque los rugidos inundaban la noche entremezclándose con los de hienas, hipopótamos y otros cientos irreconocibles a nuestros oídos inexpertos. En la orilla del Mara, donde nuestras tiendas compartían campamento con una veintena de hipopótamos, irse a dormir era toda una inmersión en estéreo de los sonidos de la naturaleza. En el corazón del Masai Mara El silencio no existía, los animales vivían de noche.

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Habíamos montado el campamento de la nada. Ratpanat, tenía permiso para acampar en esa zona, a orillas del río, pero había que crearlo a base de pala. No sólo las tiendas, sino otras utilidades básicas como baño y ducha. Aún recuerdo esa ducha de buena mañana, con el sol amaneciendo sobre el río, calentándome mientras veía a los hipopótamos sumergirse y aparecer a escasos metros.

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Había que tener cuidado con lo hipopótamos. Salvando el mosquito no hay otro animal que cause mas muertes en África. Bajo su aspecto rechoncho se encontraba un animal nada afable, agresivo, veloz y con 50 cm de colmillos dispuesto a defender su territorio. Algo que por supuesto respetábamos.

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(Hipopótamos y cocodrilos como amigos… por el bien de los dos)

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(Intimidades hipopotamiles al descubierto)

El campamento estaba situado a un par de metros sobre el río. Pero además, las normas del parque obligaban a tener un par de rangers acompañándonos cada noche, por nuestra seguridad. A la mañana entendíamos el porque, con huellas de animales rodeando las tiendas. Y aún así una hiena consiguió sortear las defensas y llevarse un lavamanos con su pastilla de jabón. Uno podría comenzar a cuestionarse la excesiva higiene de la misma, pero al parecer, según nuestros guías, el olor del jabón es parecido al uno que emiten las hembras en celo. Sea como fuere, y sin desviarnos del tema: estábamos rodeados de animales.

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No podía ser de otra manera. El Masai Mara es la joya de Kenia y se podía. Ver animales por donde quiera que miraras. Conecta con el Serengueti en Tanzania (de hecho sería una continuación separada por la frontera) y por allí se produce el fenómeno de la migración de los ñus. Ese que copa los documentales de la tele. El proceso es el siguiente: millones de ñus van comiéndoselo todo el pasto del Serengueti. Millones de ñus implican dejar un terreno completamente devastado, pero abonado también. Así que en su búsqueda de nuevos pastos van avanzando cada vez más hacia el norte, hasta entrar en el Masai Mara y tener que cruzar el propio Mara. El MacDonalds ha llegado a la sábana.

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Aunque en la época que fuimos nosotros aún era muy pronto para eso, los que lo han visto lo describen como un espectáculo dantesco. Además de ser devorados por todo tipo de depredadores muchos mueren ahogados, pisoteados por otros ñus, con el cuello o las patas rotas al caerse y el río se llena de cadáveres. Los olfatos se llenan del olor a podredumbre y a más de uno acaban dándosele la vuelta las tripas.

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(Localizen la calavera de hipopótamo)

Pero eso no lo vivimos, ahora apenas se veía algún que otro ñu prematuro, mientras que el resto de herbívoros si que llenaban la sabana. Antílopes, cebras, ñus, facoceros (pumbas), jirafas y elefantes, campaban en manadas a sus anchas. Pero claro nos faltaba el León. También el guepardo y el leopardos, pero ya por aquel entonces nos conformábamos con alguno de ellos, pero se escondían bien. Con la altura de la maleza era imposible adivinarlos. Incluso aunque hubieran estado a unos metros, bastaba con que hubieran dejado de moverse para pasar desapercibidos.

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Ah. Malditos. Cual capitán Achab tras Moby Dick, nuestro guía no iba a permitir que nos fuéramos del Masai Mara sin verlos. Comenzábamos a perseguir sombras a golpe de prismático, a preguntar a otros coches que se cruzaban en el camino, a los Rangers. Sin rastro de Simba, salvo breves pistas efímeras. Alguno pasó por allí, otro pasó por allá. El camión atravesaba todos los caminos sin pausa, de oeste a este. Nos quedábamos sin Parque.

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Hasta que al final del último camino, cubiertos ya de una capa de polvo, arena y barro un frenazo y un brazo señalando anunciaron la esperada noticia. Allí. ¿Allí? ¿Donde? Yo no veo nada. Mis ojos se afanaban en enfocar en la lejanía sin encontrar nada. Ya me lo imaginaba. Se vería una oreja, un trozo de la cola. Ay, mundo cruel. Pero si así fuera, ¿Como había sido capaz el conductor de verlo sin dudar?

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La leona estaba encima del árbol, entre las ramas. De pie, pero inmóvil. Y ahora que la habíamos localizado era imposible no verla. Respiramos aliviados, pero aún así, estaba demasiado lejos. En el Masai Mara, no se puede salir de los caminos con el vehículo, sea camión o coche, ni mucho menos bajarse del mismo (esto para evitar cambiar tu lugar en la cadena alimenticia). Pero se puede pedir permiso a los Rangers del parque si es para acercarse a uno de los Big Five, los grandes: el elefante, el rinoceronte, el búfalo, el leopardo y el león. El nombre viene de cuando los Safari se hacían por caza y los cazadores se referían a ellos, como los cinco animales más difíciles de cazar a pie. Hoy en día lugares como Kenia han descubierto, afortunadamente, que un león vivo, vale más que uno muerto y los safari se realizan a golpe de cámaras, clics y fotos.

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La voz de la radio nos dio el aprobado y pudimos acercarnos a contemplar a la leona que no pareció inquietarse lo más mínimo con nuestra presencia. Me resarcí la frustración de los días anteriores a base de ráfagas en la cámara, quedando impresionado por su mirada. Simba era el rey de la Selva por derecho propio.

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Aunque la mayor sorpresa nos esperaba a la vuelta al campamento. Justo antes de dejar la carretera principal para tomar la que nos llevaba a nuestras tiendas a orilla del río el conductor volvió a pararse y a lo lejos (bastante a lo lejos) podía verse la cabecilla de un pequeño cachorro de león asomar entre la maleza. Nos quedamos un rato mirándola cuando sombras empezaron a aparecer entre la vegetación. Se iban moviendo poco a poco, sin detenerse hasta que poco a poco iban surgiendo a la superficie, elevandose ligeramente en algún pequeño montículo del terreno, como submarinos que emergían de las profundidades. No uno, ni dos, ni tres… hasta 12 leones que buscaban donde tumbarse al sol.

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(localicen a los 10 leones)

Claro, que sus intenciones de ocio y siesta, no las teníamos del todo clara. Ni nosotros, ni la cebra ni el búfalo que por allí rondaban que se quedaron paralizados en el momento que descubrieron a la docena de felinos observándolos atentamente. Es una de esas veces en que desde tu posición cómoda puedes cortar la tensión en el ambiente. Tanto la jirafa como el búfalo sabían que si los leones se lanzaban a por ellos estarían perdidos, así que solo podían hacer lo que hacían. Analizar la situación y quedarse quietos como piedras, casi sin respirar, 5, 10, 15 minutos. Su vida estaba en juego. Tardaron más de 20 minutos en empezar a moverse alejándose metro a metro con el mayor disimulo posible hasta que se giraron y salieron corriendo como alma que lleva el diablo. Los leones, que debían tener la tripa llena y la clara intención de tomar el sol, hicieron caso omiso antes de quedarse dormidos.

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Despertaron con la llegada del atardecer y las primeras sombras, se desperezaron y volvieron a sumirse en las sombras de la vegetación de la sabana. También era nuestra hora de volver al campamento. Con la caída del sol, los vehículos debían dejar el camino. Los animales también debían tener su tiempo para no sentir la constante mirada de los visitantes. Era hora de verse apagar el día y encender las estrellas junto al fuego, con un Gin Tonic en la mano (quinina para combatir la malaria, aseguran) y despedirse de Kenia. Quedaba la última noche antes de volver a cruzar el país para llegar a tiempo al vuelo de vuelta en Nairobi.

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Atrás quedarían los ruidos de las noches, las miradas de los animales, los paisajes embelesadores, la magia de la África Negra. Quedaba mi primer contacto con ella, mi enamoramiento inmediato y mis ganas de volver. No tardará mucho. No se como, pero lo sé.

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Parte del Minubetrip por Kenia | Más info: Ratpanat
Muchas fotos no llegaron a este post, pero puedes ver las galerías completas: Masai Mara | Kenia
Y si queréis verlo en movimiento, no os perdáis el video que hicimos durante el viaje:

Kenia, el corazón de África from minube on Vimeo.

Kenia: Parte I: Pokots | Parte II: Lago Baringo | Parte III: Nakuru