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El todoterreno viajaba a una velocidad nada apropiada para las condiciones del terreno. Barro, ramas, caminos imposibles y de vez en cuando algún pueblo imposible encaramado en las abruptas pendientes de la isla por donde Oswaldo giraba a toda velocidad. Se podía apostar que lo estaba disfrutando. Nosotros, a pesar de ver pasar la vida delante de nuestros ojos y rebotando como patatas en la parte de atrás del coche también. Las costillas, después de todo, están sobrevaloradas.

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Es inevitable elevarse en las alturas en Madeira, lo que convierte a esta joven isla en un mirador impresionante permanente. Puro volcán que hizo que surgiera hace solo 5 millones de años, elevándose de los fondos marinos que se hunden en sus proximidades a 3000 metros. Allí, en mitad del Océano nació y en lo que esperaba a que llegaran a colonizarla se fue cubriendo de un manto verde espectacular de bosques de laurisilva declarados hoy en día Patrimonio de la Humanidad.

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Madeira es verde y la vegetación está por todas partes. Si queréis imagináosla es básicamente un mazacote enorme, no hay apenas terreno llano, es todo agreste, tosco. Parece sorprendente que el hombre se las haya apañado para medio dominarlo. Aún así, esta isla, sitio de descanso y recreo de ilustres como la emperatriz Sissi o Winston Churchill muestra de vez en cuando su cara más salvaje.

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No solo por los afilados acantilados o las playas de piedra que regalan estampas salidas de Parque Jurásico, sino porque las lluvias torrenciales acaban desplazando de vez en cuando toneladas de tierra y devastando pequeños pueblos que desaparecen en los desprendimientos. No es algo puntual. A pesar de lo que pueda parecer (una isla perdida en la inmensidad) Madeira no tiene problemas de lluvias ni de agua dulce.

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Especialmente su cara Norte, la que se enfrenta con incansable estoicismo a los vientos y humores de un Océano, mucho más fría que la Sur, resguardada de los mismos y con un clima casi constante de buena temperatura. El Norte es más salvaje, más inestable. La niebla puede aparecer en minutos para dejarte en un paisaje húmedo y frío, donde se agradece una chaqueta, mientras que en el Sur todo es calma y sol.

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Un muro, la propia Madeira, divide ambas zonas y entre medias se vive como se puede, en colinas escalonadas por el sudor del hombre y a través de carreteras lentas e imposibles, de dos sentidos virtuales para el visitante que para los locales parecen reales, con apenas unos metros entre pared y acantilado. Ahora con la tecnología y la aparición de túneles se han salvado algunos de los giros más terroríficos, pero aun quedan algunos caminos ya cerrados pero que lucen como cicatrices por las montañas, recordando que por allí antes cruzaban gentes sin miedo.

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La misma gente que desde el principio lucharon para domar a la isla. Los mismo que llenaron de surcos las colinas desde los más altos picos, para canalizar todo el agua que corría por las laderas y llevarlas a sus asentamientos. Lo hicieron tan bien que crearon al lado de cada canal un pequeño camino para poder chequear todo el recorrido de manera que hay cientos de estos caminos, llamados levadas, por toda la isla.

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Las levadas siguen acompañando a los canales por todas partes a día de hoy, pero su uso lo han aprovechado también los amantes del trekking que ven en esta isla un paraíso de caminos que se sumergen entre los bosques de Laurisilva y se retuercen con las formas de la orografía. Más anchos, menos, sinuosos, serpenteantes y vertiginosos, entrando y saliendo de la niebla.

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Los que no optaron por las montañas se quedaron a los pies, en pequeñas bahías que albergaron a los puertos de pescadores para ir creciendo, ganando metro y metro a las pendientes y convertirse en las ciudades formadas de casas que como hiedras suben por las laderas. Funchal, Porto Santo, Machico, Santa Cruz, Santana o Camara de Lobos han crecido moteando el paisaje con sus pequeñas viviendas y salvo en Camara de Lobos poco queda de los pintorescos puertos.

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Allí si, siguen las barcas y se sigue faenando, cuando se puede y si no se mata el tiempo al sol jugando a las cartas entre ponchas y ponchas. La poncha, peligrosa bebida a base de caña de azúcar de casi 50º disimulados con zumos (normalmente de naranja o limón), miel y azúcar, que entra solita y deja tras de si un resaca bien peleona. No, por nada.

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Los puertos crecieron pronto, en cuanto llegaron los colonizadores portugueses a mediados del siglo XV y fueron convirtiendo Madeira en un poderoso puerto internacional y aunque fueron los portugueses los que se hicieron dueños de Madeira, no fueron los primeros en descubrirlo, pues ya los griegos las conocían. A todo el archipiélago que lo forma (junto con la pequeña y paradisiaca Porto Santo y otras menores no habitadas) junto con las Canarias, Azores, Cabo Verde y las islas Salvajes las denominaron la Macaronesia: las islas afortunadas, la morada de los héroes difuntos.

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Aunque los auténticos héroes fueron los que decidieron dejar de un lado las plantaciones de trigo que utilizaban los locales para sobrevivir y cambiarlas en su mayoría por plantaciones de cañas de azúcar. Todo un lujo bien demandado en el continente que se convirtió en motor de la economía hasta tal punto que se llevaron esclavos a trabajar en las plantaciones. La caña de azúcar, el oro de Madeira.

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La producción de azúcar perdió fuelle cuando comenzaron las plantaciones años después en el Nuevo Mundo, en Brasil y la isla tuvo que reconvertirse al vino. Una de las joyas bien valoradas por sumilleres de todo el mundo (ya ven, entre vinos y ponchas anda el juego). La evolución natural de la economía de la isla la ha ido mutando a punto de atracción turística, ese es su motor ahora.

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La joya del Atlántico, sigue gozando de buena salud, el paraíso sigue enamorando y las montañas siguen regalando miradores preciosos por todas partes, así que los visitantes seguirán llegando, seguirán caminando por las levadas centenarias y perdiéndose por los bosques de laurisilva. Un planazo. Nosotros no llegamos ni a ver la mitad de la isla, así que queda mucha Madeira por descubrir. Habrá que volver.

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Del Minubetrip por Madeira junto con Isaac, Ainara, Cristina e Inés. Puedes cotillear el plan de viaje con todos los sitios donde estuvimos.