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El collado de Contraix. Contraix. Contraix sonaba como un demoledor golpe seco, retumbando en las paredes del refugio. Su mismo nombre hacia estremecer a los montañeros más aguerridos, ya curtidos en mil batallas con las curvas de nivel y se cernía la alargada sombra del desánimo mientras se desgranaban las horas y se esperaba al amanecer para enfrentarse al titán.

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Realmente tampoco fue así, la gente charlaba animadamente y yo no sabía ni lo que era el collado de Contraix (en algún momento habrá que hablar de como preparé esta ruta con el ojete, no podemos seguir ignorándolo), salvo por haberse colado como quién no quiere la cosa, serpenteando entre otras tantas palabras. Llega un momento en las conversaciones de los refugios que los tecnicismos y los nombres de los picos, valles, collados empiezan a montar un precioso puré cerebral, para los neófitos en la zona como yo. Contraix. Contres. Conque� lilo lilo� mira una mosca.

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El primer párrafo hacía referencia a tal y como debía haber sido la velada anterior en el Refugio de Ventosa con la gente contando historias tenebrosas del Collado a la luz de las velas, mientras algún viejo lleno de cicatrices me zarandeaba al grito de �¡no se te ocurra atravesar Contraix, muchacho!� si hubiéramos querido tener una conversación un poco realista y cercana a la Realidad.

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Esta segunda etapa no era la más larga, pero si de las más duras� y odiosas. Fue mi encuentro con las terribles �tarteras�. Enormes desprendimientos de rocas que anulaban los caminos durante centenares de metros para acabar saltando de roca en roca, escalando, apoyando manos, sentándote en otras para poder bajar. Toda una oda a las cabras montesas en pleno recorrido de Carros de Foc. No sería el único lugar del recorrido donde hicieran acto de presencia, pero si el primero para mí, el más largo y en cuesta arriba. Una joya, vamos.

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Mi ignorancia no hacía presagiar nada cuando salí del refugio con las primeras luces de la mañana, anaranjadas todavía, avanzando a paso firme por el valle. El recorrido muy agradable, llaneaba bordeando un par de lagos y se mantenía por la sombra alargando el fresco ambiente mañanero un poco más y entonces comenzó la subida.

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500 metros de desnivel a lo largo de no más de dos o tres kilómetros que se volvieron lentos, trabajosos, tortuosos. De vez en cuando un pequeño tocón pintado de amarillo señalaba que no estabas loco que el �camino� iba por allí, por esas rocas, por ese caminar entre arrastrado y a saltos del que esperaba salir con los tobillos intactos. Eso, no desgraciarme y colarme entre las rocas. Tengamos la fiesta en paz.

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Los primeros metros resultaron curiosos, divertidos, presa de mi eufórico estado de ánimo recién levantado pero según avanzaba la mañana, el caminar pesado con el sol ya haciendo de las suyas sobre nuestras cabezas la cosa se iba volviendo cada vez menos graciosa. Y en ese atroz y nefasto recorrido, por el que en pleno mes de Julio todavía quedaban incómodos neveros que cruzar y en los que meter la pierna hasta la rodilla, lo normal era acabar saltando como podías desviándote del recorrido original, de eso que de tanto en tanto te dabas cuenta de que sospechosamente hacía demasiado tiempo que no veías uno de esos tocones que cual Pulgarcito y su camino de migas te daban la seguridad de que seguías por donde debías.

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La teoría no era nada complicada, una linea recta por el valle. Imposible perderse. Si bueno, sería imposible perderse porque la única manera de llegar al otro lado era atravesar el collado (eso o escalar los picos que rodeaban la zona otros doscientos o trescientos más de pared vertical. O sea: no) pero eso no impedía que en tu afán de atravesar la tartera no acabaras desviándote y subiendo por donde no debieras y viendo a lo lejos en la otra punta del valle pequeños humanos del tamaño de hormiga por otro recorrido. ¿Estarían ellos equivocado o lo estaría yo? ¿Acabaría despeñado?

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Unos cuantos desvíos y ajustes a troche por el valle, enfadado con el mundo y renegando de que una travesía de tanto renombre no hubiera sido capaz de encontrar un recorrido mejor que este no recorrido me encontraba en la falda final de la subida. Ahora si, era una linea recta, sin pérdida posible, pero Contraix no iba a ponerlo tan fácil. No. El último tramo de subida era justo lo contrario. ¿No decías que no te gustaban los pedrolos grandes? Ten cuidado con lo que deseas que puede hacerse realidad. Y los pedrolos gigantes se convirtieron en un conglomerado de pequeñas rocas que no se sujetaban a nada. El caótico valle de piedras se había convertido en una escarpada subida de cuasiarena en la que se avanzaban dos pasos para retroceder dos. Diversión sin fin. No.

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La única manera que tuve para conseguir superarlo fue mi ya famosa técnica para subir las colinas más empinadas. Solo hace falta llevar una cámara contigo y cuando las piernas no respondan y estés a punto de perder la dignidad solo hay que pararse y aprovechar la excusa de hacer una foto para recuperar el aliento. Es una técnica depurada a lo largo de los años que se salda con un montón de fotos casi idénticas, una tarjeta de memoria llena y el concepto equivocado de que has saldado la situación como un señor.

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Una centena de resoplidos después alcanzaba el collado con la fuerza justa para quitarme la mochila y abrir la botella de agua y sin ninguna intención de presumir. Que diablos. Claro que presumí. Maldito Contraix, no te conocía pero te odié. Acto seguido abrí mi mochila son sobrepeso y me dispuse a disfrutar de las vistas manducando a dos carrillos un fuet y unos cuantos bocadillos. Comer siempre ha sido una buena manera de renconciliarse con el mundo. No es la más elegante, pero ayuda. Las vistas, por supuesto, también.

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A mis pies el precioso Estany de Contraix y una bonita capa de nieve. Atrás la deplorable subida, pero delante de mi la aciaga bajada. A su favor tenía que este si se convertía en uno de los tramos más bonitos de la ruta, descendiendo entre arboledas (sombra al fin!) y ríos. En su contra tenía que se habían vuelto a olvidar de la mesura y que la bajada subía a ritmo más pronunciado que la subida. La etapa no concedía tregua. Donde antes se lastimaban los cuadriceps y gemelos ahora se centraba en castigar las rodillas.

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Llegué. Con las fuerzas justas, de esas veces que ya casi con la pájara cada pasito cuesta. Había vencido al Contraix y me había ganado una buena cena y un merecido descanso. El extra lo puso el atardecer sobre el Estany Llong y esa gustosa sensación de haberlo logrado. Claro que llevaba solo dos etapas y ni la mitad del recorrido. La tragedia se empezó a consumar en la hora de la cena, cuando mis compañeros de mesa abogaban por un triste �pues tampoco ha sido para tanto. Me esperaba más del Contraix�. Lo dicho, soy un mierda.

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