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(Dale al play, disfruta del momento y perdona al pobre viento que se colaba, porque no sabía lo que hacía)

El eco de los rezos al atardecer era sobrecogedor en la escondida mezquita de Hakim. Un gigantesco patio interior con el orador al fondo elevando la plegaria hasta casi las lágrimas. Habíamos llegado casi de improvisto, con esa carga de azar que lleva el deambular por las calles próximas al bazar. Desde fuera, solo un pequeño portón de piedra atravesado por los dorados de luz, no daba pie a imaginarse lo que estaba aconteciendo allí dentro. Sin saberlo muy bien, ignorando si podíamos estar allí e intentando molestar lo menos posible Serena y yo guardamos la cámara y nos sentamos al fondo, donde aún calentaban los últimos rayos de sol intentando pasar lo más desapercibidos posible. Obviamente, no funcionó.

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(Take away, iranian style)

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Que raro. ¿Que fisuras podía tener ese perfecto plan que incluía que nadie se fijara en dos extranjeros (ella rubia, para más inri) en plena hora del rezo en un patio? No habíamos dejado de llamar la atención ni un solo segundo, pero la mayor reprimenda que recibimos fueron unas cuantas sonrisas y saludos reverenciales acercando la mano al corazón. El ambiente dentro de esa mezquita al aire libre era sobre todo festivo y mientras en la gigantesca tarima central una discreta multitud acompañaba los rezos apoyados sobre sus rodillas y reclinándose, en la parte trasera, justo donde nuestra discreción nos había llevado a sentarnos, jugaban los niños mientras la gente paseaba de un lado parándose a hablar unos con otros.

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Uno de los caballeros persas, elegantemente vestido con su traje y camisa de corte occidental, se acercó a nosotros tras reparar en nuestra presencia. En su mano llevaban dos chais y unas pastas, a modo de hospitalidad mientras estuviéramos en ese espacio santo. No solo no molestábamos si no que éramos bienvenidos. Anonadados, nos limitamos a quedarnos en silencio, disfrutar del té y quedarnos absortos en ese momento. En esa luz. En esa voz.

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Cuando un rato más tarde abandonamos la mezquita de Hakim para dirigirnos a la plaza de Naqsh-e Yahán, nuestro enamoramiento con Isfahán fue completo. Es cierto que no habíamos empezado con buen en pie en la ciudad y habíamos acabado durmiendo en un container, así que las previsiones solo podrían ser a la alza, pero desde luego que no había palabras para describir semejante belleza. La plaza, inmensa y descomunal apareció tras la salida del bazar, pintada por los naranjas de la tarde, donde el calor inmenso del día había dejado paso a una agradable brisa, potenciada por las decenas de fuentes en funcionamiento. Al fondo, el horizonte lineal de la plaza se rompía por la inmensa mezquita del Shah, flanqueada por los pilares de madera del palacio de Ali Qapu y por la preciosa cúpula de Lotf Allah. Las carrozas de caballos trotaban bordeando la plaza y la gente se sentaba en los jardines o alrededor de las fuentes a disfrutar de la tarde. Isfahán era en efecto maravillosa.

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Son las pequeñas coincidencias las que añaden valor a los momentos. Si hubiéramos llegado en otro momento del día, con las fuentes apagadas, sin el volumen que confería la luz de la tarde a las estructuras y si no viniéramos maravillados de la hospitalidad de la mezquita de Hakim quizás y solo quizás, no habría sido un flechazo directo al corazón, pero en ese momento tan impactante, tan perfecto, solo cabía rendirse a la evidencia. Isfahán, hacia en efecto honor a su sobrenombre �Isfahan nesf-i-jahn�, �Isfahán es la mitad del mundo�.

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Y es que decían los escritos que para igualar su belleza, habría que poner en la balanza todo el resto de maravillas del mundo, pues Isfahán sola valía por todas ellas. Esta ciudad fue uno de los grandes legados del rey safávida Abbas, el Shah Abbas y resulta irónico que tanta preciosidad y delicadeza venga de un hombre tiránico, cruel y absolutista, que gobernaba a base de torturas y ejecuciones de una manera férrea. Nadie podía oponerse a su poder. Pero antes de hablar del Shah, hagamos un pequeño inciso. ¿Que quiere decir que Abbas era un rey safávida?

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Aunque no quiero adelantar futuros episodios de esta crónica, hay que tener claro que cuando nos referimos al imperio persa, estamos hablando de un imperio que ha sobrevivido durante más de dos mil quinientos años. Con sus más y sus menos. Tanto que fue una gran potencia, probablemente la más importante del mundo en unas cuantas ocasiones, que florecía y acababa decayendo, en el inevitable círculo de la vida aplicado a las civilizaciones, para volver a renacer una vez más.

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El primero de los imperios persas, fue el de los Aqueménidas, glorioso allá por el 500 a.C. Esta es la Persia de Ciro, de Dario, de Cambises y de Xerxes. La misma Persia que se enfrentó a la Antigua Grecia en las Guerras Médicas. Una de las cuales seguro que más de uno recordaréis por esa adaptación tan libre de un comic denominado �300� reconvertido en película, en la que los espartanos y su «¡¡esto es Esparta!!» se enfrentaron a los persas de Xerses en el paso de las Termópilas, sacrificándose para ganar tiempo y que los atenienses pudieran organizarse. Esa Persia magnífica y omnipotente que llegó a abarcar desde el centro de Asia a Egipto, Libia, Turquía y parte de Grecia. La misma que acabó cayendo ante el imperio de Macedonia que comandado por Filipo II y su hijo, el glorioso Alejandro Magno.

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El segundo de los imperios persas, considerado para muchos la época dorada de Persia, fue el de los Sasánidas entre el siglo III y VII, que recuperaron parte del terreno perdido enfrentándose al Imperio Romano, con el que se enzarzaron en numerosas batallas lo que les fue debilitando y acabaron sucumbiendo al ataque de un nuevo poder, que nadie había visto venir y que acabó dominando medio mundo: el de los árabes y el Islam en el siglo VII. Persia caía en manos de una nueva religión que ya no abandonaría.

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Hubo que esperar unos cuantos siglos en los poderes de las grandes dinastías islámicas también fueron descomponiéndose y perdiendo poder, cosa que harían definitivamente cuando entre el siglo XIII y XIV los mongoles comandados por Gengis Khan arrasaron con el mundo tal y como se conocía. Después llegaron los turcos hasta que en el siglo XVI la dinastía de los Safávidas se hicieron con el poder y comenzó el tercer imperio Persa. El que supuso los cimientos de la Persia moderna y por ende de, nuestro Irán y que alcanzó su esplendor en el siglo XVII con el Shah Abbas y su cambio de capital hacia la nueva Isfahán.

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El Shah Abbas consiguió unir a la gente en pos de un destino unido. Construyó carreteras que facilitaran el comercio con mercaderes europeos, estableció talleres de seda, alfarería y construyó casi de cero está ciudad con artesanos para enamorar a los visitantes durante siglos. A día de hoy sigue atrayendo a visitantes que se deleitan con sus obras. De hecho uno de los principales puntos de interés, siguen siendo sus trabajos de metal, miniaturas y alfombras, que si bien son mayoritariamente motivo de curiosidad para turistas, son los propios persas sus principales clientes.

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(Patatas fritas de Piqué, de lo más turístico que encontramos en Irán)

Es algo muy llamativo de Irán, la falta (de momento), de un mercado actual para turistas. Supongo que será algo que cambiará en los próximos años, con un índice de visitantes cada vez mayor, pero de momento era imposible encontrar un puesto de souvenires, y los persas de Isfahán, amables y hospitalarios como pocos, no dudan en invitarte a un chai y explicarte todo el proceso de elaboración de las alfombras aún a sabiendas de que no vas a comprar ninguna. Simplemente por culturizar, por enseñarte su arte y mostrar el complicado proceso de elaboración de cada uno de los cientos de tipos de alfombras que hay.

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Vuelvo de nuevo a regalarme un pequeño inciso. Esas obras de arte llamadas alfombras persas pueden ocupar unos cuantos metros cuadrados no son baratas. Las joyas valen lo que valen. Esto supone un problema, porque el bloqueo iraní supone dejarlo incomunicado el sistema bancario del mundo. Es decir, como extranjero tus tarjetas de crédito y débito no valen. No puedes sacar dinero de los cajeros y no puedes pagar con ellas. Ir a Irán de momento implica ir con todo el dinero en efectivo repartido como más inteligentemente convengas. Entonces, si quieres llevarte una magnífica alfombra… ¿Como lo haces? ¿Como lo pagas? No me preguntéis como lo hacen, pero los vendedores de alfombras han conseguido que las tarjetas extranjeras funcionen en sus establecimientos. Según nos comentaron algunos vendedores, ellos lo hacían a través de una conexión que tenían con… Dubai. Hecha la ley, echa la trampa y los comerciantes una vez más, son más listos que el hambre.

(Y para darle ambientillo, un poco de sonido ambiente de las calles en hora punta)

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Retomemos el paseo. Por eso es agradable pasear por el bazar de cada ciudad iraní, porque es agradable acabar charlando con los tenderos, incluso con los que no hablan inglés. Es la imprevisibilidad de Irán. Después de una buena pateada, decidimos parar a tomar un chai (la adicción iba haciendo mella en nosotros), pero a diferencia de los mercados a los que estamos acostumbrados no hay ni demasiados puestos de comida, ni demasiadas teterías, así que es cuestión de mirar y rebuscar bien para acabar bajando por estrechas escaleras que no sabes donde llevan a ver si alguno de los carteles que no eres capaz de descifrar indica que sirven te en los subsuelos. Eso o preguntar. El problema de preguntar es que lo acabas reduciendo a la mímica de sorber de una taza y decir �chai�. El problema de la respuesta es que además de se puede haber entendido cualquier cosa el telefono escacharrado se degrada cuando empiezan a darte indicaciones en farsi moviendo las manos aleatoriamente a derecha e izquierda. Total que te sueles quedar igual.

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Pero cuando le preguntamos a un tendero, fue muy claro. Nos hizo una señal de todo recto y acto seguido salió corriendo en esa misma dirección. Vivir en ese mar de incomprensión hace que no te extrañes de nada, así que seguimos caminando tranquilamente cotilleando los puestos del bazar, hasta que unos quinientos metros delante, el mismo tendero, en lo que supuestamente debía ser otra de sus tiendas, nos estaba preparando el mismo y a golpe de hornillo unos estupendos chai. Y allí nos sentamos con él, entre chándales, pijamas y calzoncillos sin ser capaces de intercambiar palabras, hasta que de la nada, sacó un libro de frases útiles farsi-inglés y allí pasamos el rato señalando el libro y respondiendo con mímica. Quienes somos, de donde venimos, que opinamos de Irán, donde hemos estado, si nos gusta Isfahan y por supuesto que habrá que tomarse, dos, tres y los chais que hagan falta. La maravillosa hospitalidad iraní. Los siglos de tradición e historia persa que te hacen sentir como un bárbaro y como alguien frío y distante cuando te comparas con ellos.

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(Calentando agua para un chai entre los chándales)

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Pero anécdotas maravillosas a parte, volvamos a la construcción y desarrollo de Isfahán. Abbas no podía hacerlo solo y aprovechó la huida de un grupo de armenios cristianos escapando de las hostilidades del imperio otomano para acogerles en Isfahan. ¡Si! Cristianos armenios en un reino islámico. Y traídos por un rey. Pero Abbas quería aprovechar sus habilidades como mercaderes y artistas, así que les trató bien, respetó su credo y a cambio ellos ayudaron a elevar aún más la belleza de Isfahán. La Jolfa, o el barrio armenio, aún existe hoy en día, albergando a alrededor de 5000 cristianos y tal y como prometió Abbas, se les ha respetado desde entonces.

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Lo cual lleva a encontrarse iglesias en un barrio de una de las ciudades más importantes de ese país tan �radicalmente� islámico. Todo al final siempre está lleno de matices, de grises y este barrio debería ser una parada obligatoria durante no solo Isfahán, sino Irán para visitar la Catedral de Vank y sus espectaculares frescos que tardaron 15 años en ser completados y porque la Jolfa es diferente a todo lo que te puedes encontrar en el país. Está llena de cafeterías, restaurantes, sitios de diseño y tiene un ambiente mucho más europeo y relajado, dentro de algunas de las exigencias inamovibles de Irán. Merece la pena echarle un ojo.

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Para llegar allí hay que cruzar el río Zayandeh y aunque está cosido por 11 puentes hay cinco históricos, cuatro de los cuales datan de la dinastía Safávida como el Si-o-se Pol, un puente en arcos de dos niveles que también contribuyó a seguir decorando más y más está joya de ciudad. Lamentablemente la escasez de agua hacen que el propio río Zayandeh este seco la mayor parte del año, cortado por el gobierno para aprovechar el agua de la mejor manera posible y para desconsuelo de los isfahaníes. De cualquier maneras, si vais en primavera es muy posible que Irán, que brota verde regado por los deshielos de las cordilleras montañosas, de una visión inesperada del país y de la oportunidad de ver el Zayandeh con caudal y el precioso Si-o-se Pol reflejado en sus aguas.

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Aunque si me amenazarais con un puñal y tuviera que elegir obligatoriamente y bajo amenaza de torturas un rincón favorito sería el interior de la cúpula de Lotf Allah. La misma a las que las fotos no hacen justicia, simplemente porque es imposible, la misma que aparece en la portada de la lonely planet de Irán y se queda muy lejos de ponerte la carne de gallina como lo hizo con nosotros. Dominada por el azul y mármol amarillo en los bordes superiores, aprovechando la superficie para reflejar la luz que atraviesa las ventanas. No es inmensa, no es gigante, pero es abrumadora, sobrecogedora y para mí, roba el protagonismo a la inmensa mezquita real.

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Así que el rey, el Shah Abbas, consiguió lo que quería. Unió a un pueblo y creó una nueva capital, una ciudad que deslumbrara durante los siglos venideros, una de las ciudades más espléndidas del mundo. Además de los armenios, también acabó atrayendo a mercaderes holandeses que ayudaran a expandir a lo largo del mundo el alcance de su bazar y diplomáticos de todo el mundo que dieran un aire moderno y cosmopolita a su creación.

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Pero el Shah Abbas, promotor de esas maravillas tenía su lado oscuro y temeroso de perder el poder, no solo gobernó sin piedad, si no que además encarceló a sus propios hijos ante la sospecha de que pudieran estar confabulando contra él. Pasado un tiempo asesinó al mayor de ellos y dejo ciegos a los otros dos, a sus hermanos y a su padre. Un poder semejante, receloso de todos fue incapaz de dejar tras su muerte un heredero vivo, así que poco a poco fue deshaciéndose. Era el inicio del ocaso del tercer imperio persa, el fin de los Safávidas.

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Y allí en Isfahán, donde todo, desde la abundancia de decoración cerámica en las mezquitas hasta los pequeños estanques llenos de flores alrededor de de los palacios, lleva la marca de un arte no solo diseñado para satisfracer sino para remarcar el poderío y majestuosidad del rey, allí se puede entender la mezcla tan extraña entre crueldad y liberalismo, barbarie y sofisticación, magnificencia y voluptosidad que fueron seña de identidad de la civilización Persa. Y lo sigue siendo en un lugar bello, encantador y lleno de contradicciones.

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