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Amanecía cuando el aire caliente empezaba a acumularse dentro de la lona inflando el globo. La bruma del río empezaba a agitarse ante los primeros rayos del sol que bañaban de dorados las casas de piedra de Colomers. Minutos después, con la suavidad de una pluma, como un ascensor infinito nos elevábamos en las alturas. Estábamos volando.

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Volar en globo tiene algo especial basado en su sencillez. El la simplificación del arte de surcar los aires, reducirla a una llama ardiendo. Los profesionales de esta modalidad aérea tendrán mucho que rebatir a semejante afirmación, pero pensándolo fríamente es así. Una vez en el aire, solo se puede viajar con el viento y moldear la llama para subir o bajar y acabar enganchando con la corriente de aire que te lleve donde tu quieres.

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Obviamente puede que la corriente que tu quieras no exista, por eso la planificación es un trabajo tan importante. Conocer el invisible mapa del aire para saber desde donde puedes despegar para llegar a la zona deseada. Ingeniería inversa aplicada al volar. Las variables si las hubiera estaban controladas y nada podía perturbar la paz, la tranquilidad y el silencio a mil metros de altura. Si acaso, todo sea dicho, el incesante clic de los obturadores de las cámaras en sus incasables intentos de conseguir capturar la belleza de las alturas.

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Las vistas sobre Empordà eran maravillosas. Los bosques, campos y pequeños pueblos, arrojaban sombras tremendamente alargadas sobre los campos. A un lado los Pirineos, deshaciéndose en la Sierra de la Albera, al otro el perfectamente delimitado perfil de la Costa Brava y el Golfo de Rosas. A nuestros pies, las abstractas formas que regalan los planos cenitales de caminos, campos y poblaciones de piedra desperdigadas, las mismas que bien merecen unos días por tierra para perderse por ellas. La Empordà o Ampurdán, Empurias, Emporion… tiene su personalidad propia, una suerte de Toscana muy cerca de casa.

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A pesar de la primera hora de la mañana, el calor de los quemadores mantenían la temperatura a bordo sin problema (de hecho, hasta pasamos calor). No sentíamos ni vértigo, ni mareo pues nos movíamos dentro del mismo aire. En tierra, un 4×4 nos seguía por radio y GPS, buscando el lugar en el fuéramos a aterrizar para recuperarnos y devolvernos al origen donde nos esperaba, ahora ya bien despiertos, un fenomenal desayuno.

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Y es que el 4×4 es esencial. Moviéndote con el viento, no existe timón, ni volante que te permita girar a voluntad. Es necesario localizar en la dirección de movimiento un descampado al que poder descender. Bajar suavemente y apoyar la cesta a modo de alfombra voladora sobre el suelo firme y añorar, ya, el poder volver a surcar los aires.

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Parte del Minubetrip que hicimos por Costa Brava.
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