Ocupando la frontera de León, Asturias y Cantabria se asientan tres enormes colosos de piedra caliza. Reposan, descansan sin sentir las molestias del hombre ni las inclemencias del tiempo. Están. Nacieron hace 300 millones de años en las profundidades del mar y crecieron, crecieron descollando los cielos hasta que hace 50 millones de años decidieron quedarse allí, cerca del mar, vigilantes silenciosos de las tierras del norte y la cordillera Cantábrica, envejeciendo a un ritmo imperceptible a nuestros ojos y nuestras vidas. A lo largo de los siglos han tenido muchos nombres, pero nosotros ahora, les conocemos por Picos de Europa. Están.

Tres macizos divididos por el paciente trabajo de los ríos Cares y Durje, abruptos, de paredes verticales, inhóspitos y displicentes ante los infructuosos intentos del ser humano por domarlos. Alcanzar las cotas de 2650 metros puede no parecer un hito memorable en comparación a otras cordilleras del mundo pero quienes los conocen saben de la importancia de no menospreciarlos. Los Picos de Europa son bellos, hermosos y seductores, pero también son crueles, procelosos, e inmisericordes. Quien quiera aventurarse en ellos que se atenga a sus cambios de humor. Viven en tierra de lluvias pero apenas la almacenan. Se alzan lucientes pero si lo desean pueden demudarse en segundos en un manto de niebla. Engañan con temperaturas amables pero pueden detener la brisa y convertirse en caldero ardiente. Se podría bregar por marcar caminos en sus pieles pero duras como son, de adusta roca, rara veces lo permiten. Mantienen la seducción del misterio, el susurro que te invita a adentrarte en ellos, pero allá de ti si caes en sus trampas. Bien lo saben quienes los habitan y mejor les conocen.

Los tres macizos, el occidental o del Cornión, el Central o de los Urrieles y el oriental o de Ándara, generan una atracción hacia todo amante de la montaña. No hay picos como ellos. Sin suavidad en sus formas, toscos, abruptos, hostiles. ¿Cómo se puede resistir la llamada? ¿Cómo no sentir que hay maravillas en sus entrañas que merecen cada gota de sudor que cuesta contemplarlas?

Todos, quién más quién menos, conocemos Picos de Europa. El segundo parque Nacional más visitado de España tiene unos cuantos puntos fáciles de acceso. Covadonga, Fuente Dé o la ruta del Cares son sus rostros más amables que crean una falsa sensación de sobrepopulación turística. Sin embargo este paraíso de escaladores y montañeros ofrece más oportunidades de travesías de las las podrían vivirse en una vida y en muchas es posible caminar en soledad, diminuto y amedrentado ante la inmensidad.

Hace ya unos años, oí hablar de los Anillos de picos, rutas circulares que recorrían cada uno de los macizos y que se podían unir entre ellos, formando un anillo que los envolviera a todos. Un anillo único. Un anillo para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas en� digo un Anillo Integral o Anillo de los Tres Macizos. Un recorrido que se adentrará en este terreno desapacible de montes iracundos. Eso sonaba a reto. �Picos es duro. Mucho más de lo que la gente se piensa.� se advertía sin atisbo de bromas. Desde entonces con un respeto solemne he mirado los mapas desde la distancia, aguardando el momento en que el valor, el tiempo y la oportunidad sealinearan para intentar completarlo.

Es para pensárselo. El anillo integral cubre entre 140 y 154 km (según las variantes que se tomen) y casi 14.000 metros de desnivel acumulado (entre subidas y bajadas), zonas sin señalizar y la necesidad casi obligatoria de un gps, brújula y mapa con las que enfrentarse a suelos sin caminos que pueden ser presas repentinas de la niebla. Obviando a esa raza extraterrestre de corredores capaces de recorrerlo en menos de 24 horas, el resto, los mortales solemos planear el completarlo entre nueve y once jornadas. Mi plan era intentarlo en nueve. Nueve días para unir los refugios que se esconden por sus cumbres, atravesar a los tres gigantes en desniveles interminables y regresar para contarlo.

(Mi recorrido de estos nueve días según el GPS)

Y a pesar de todo, a pesar del respeto que les tenía, los subestimé. Y no tuvieron complacencia conmigo. Completar el anillo de pico, porque lo conseguí, ha sido una prueba dura donde he sufrido y penado casi cada paso. Nueve jornadas para ponerme a prueba física y mental, para reventarme rodilla, desollarme los talones, deshidratarme, subir por cuestas ineluctables de roca rota, caminar hasta la astenia y acumular dolores en músculos que rechinaban en un lloro que solo yo podía escuchar. A cambio, en trueque del pirrio sacrificio de un físico que no tengo me ha ofrecido paisajes sobrecogedores, pasajes nemorosos de cuento de hadas, atardeceres inolvidables, mares infinitos de nubes, picos incandescentes, compartir camino con rebecos, jabalíes y centenares de mariposas� incluso en un atisbo de generosidad y claridad me ha regalado vistas del mar Cantábrico desde sus cumbres.

Porque amigos, a pesar de todo, ha sido una deliciosa aventura, afortunado por hacer tramos complicados con buen tiempo (hay partes que no quiero ni imaginarme como habría sido intentarlo bajo la lluvia), que me ha dejado molido, pero con ganas de más, con ganas de conquistar nuevas rutas, de seguir ahondando inapreciablemente con mis pies las cicatrices de su piel. Y ahora, ya en casa, reposando, curando mis heridas en cuerpo y orgullo, miro atrás con nostalgia, con la fascinación que me ha producido conocer un poquito más a los misteriosos titanes.

Volveré Picos, dalo por seguro.

Más info: Anillo de Picos