Todo comenzó con la amiga Belén intentando demostrar que en Zaragoza (provincia) se comía y bebía muy bien. Nosotros que lo dudabamos (ja-ja) no tuvimos más remedio que ir a examinarlo. Superaría el reto? Vencedores o vencidos? Nos daría un torzón estomacal?

Ante tamaña apuesta, nuestra anfitriona sacó la artillería pesada y nos condujo a Almonacid de la Sierra, un lugar que habría pasado desapercibido para el ojo menos avispado y que escondía entre sus calles un mesón que habría de ponernos a prueba. El mesón de los 20 platos. Buen reto. Y sudores fríos. Menos mal que no hemos desayunado. Nos santiguamos antes de entrar? Es posible que no volvamos a salir! Glup. Quién dijo miedo? Valor y al Toro, Mortadelo.

Como los lectores más despiertos habrás supuesto, el mesón de los 20 platos, ofrece la posibilidad de ponerte hasta las cejas en sucesivas capas, formadas por algo más de una veintena de estratos protéicos e hidrocarbónicos. Ay madre. Según nos sentamos, antes de decir esta boca es mía, nos pusieron un puchero repleto de caldo de cocido.

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No nos dejamos intimidar por el enemigo pero lo tratamos con respeto y empezamos suavemente en cantidades ligeras, para ir aclimatando al andorga. Por que tras el caldo llegó el cocido y tras él las alubias.

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Un pequeño inciso para anotar el tamaño del bote de guindillas acompañando a las alubias. 🙂

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La filosofía es la siguiente: Te sirven plato, puchero, fuente… te sirves lo que quieras y cuando crees que ya tienes que pasar al siguiente plato, se llevan el plato, puchero, fuente, a otra mesa (si quedara algo) y te traen el próximo. Llegado a este punto, apareció la menestra, seguida de unos huevos rellenos de atún y tomates.

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El Cariñena empezaba a correr, ayudando a engrasar el sistema digestivo antes de pasar a la paella. Comienzan el miedo. Apenas llevabamos 6 platos y ya eramos conscientes de que era demasiado tarde para estirar nuestros abdómenes. Comienzan los botones desabrochados y uffs uffs…

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Llegaron las croquetas (les hicimos la ola), pollo frito, morcilla, pimientos fritos y longaniza frita. Suma y sigue.

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Pavo a la miel, Lomo con tomate (este estuvo un poco seco pero también cayó), salchichas al vino…

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…conejo, champiñones… (cuantos llevamos ya?. Comienzan las plegarias, que hayamos contado mal y solo quede el postre… mec! error!)

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… albóndigas como puños, ciervo…

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…Y aquí cuando ya habíamos perdido toda esperanza, llego la salvación. Caracoles!!! Mucho bueno, caracolo! Yo no sé de donde saqué el hueco, será que mi cuerpo sabía que de estos lujos andamos escasos en la Pérfida, pero que manera de no parar. El rabo de toro y el jarrete si pasaron con menos gloria por la mesa…

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Llegábamos al tramo final, sprint, a correr, y cuando lleguemos a meta, Dios dirá, no he vencido al fuego y a la muerte para intercambiar falacias con un gusano sarnoso! Esparragos, langostinos, y una botella de sidra! Oh my god!!!

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Y para rematar, acabamos con un jamón y un queso manchego (que también me hizo llorar de alegría). Habíamos sobrevivido? Quedarían secuelas tras la devastación?

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Nos la prometíamos muy felices, pero aún no habíamos terminado. Quedaban los postres. Melocotones al vino y helado…

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…regado con la nada desdeñable presencia del… vino de Joder. Ups! Peleón peleón (que para eso era pa joder).

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A partir de aquí, salimos derrotados, podemos considerar que hemos sido nosotros los que hemos aprobado muy muy justito, pero seguimos vivos, aunque claro, llegado a este punto todas mis memorias se empiezan a volver muy borrosas… apenas tuve el tiempo justo para llegar al coche 4 horas después de haberlo abandonado, antes de caer irremediablemente dormido, en un acto de hibernación para que el resto del organismo pudiera dedicarse a un proceso digestivo que aún hoy todavía perdura.

Hubo que rendirse a la evidencia. En Zaragoza se come muy bien.

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