Situado en pleno centro de Tokio, el emperador del Japón, tiene su residencia en unos descomunales jardines que rodeados por un enorme foso lleno de agua, acogen al castillo de Kokyo. Este castillo, sirvió de nueva residencia a la corte cuando se mudaron de Kyoto en 1868, para asentarse en Tokio.

Devastado debido a los bombardeos durante la segunda guerra mundial, este castillo fue reconstruido exactamente igual en 1968. El castillo original conocido como Castillo Edo (de cuando Tokio se llamaba Edo), fue en su tiempo el castillo más grande del mundo.

Con 210.000 metros cuadrados de extensión, y con tres ciudadelas en su interior, únicamente se pueden visitar los Higashi-Gyoen, o jardines del Este, y aunque la entrada es gratuita el número de visitantes está limitado así que se respeta la sensación de respiro y relax mientras estás dentro ya que nunca está abarrotado.




Los árboles como os habreis podido fijar con como bonsais pero de tamaño natural, con todas sus hojas recortadas y que parecen de cuento.

Otra de las cosas más curiosas para mi, fue le hecho de que esté rodeado de rascacielos. Aunque el espacio es inmenso y como bien he comentado antes no hay nunca sensación de agobio, siempre aparecen por arriba los rascacielos sacandote del retiro espiritual. Sensación extraña.




Interesante, pero no tan impresionante como yo me esperaba, supongo que el hecho de que solo se pueda entrar a una pequeña parte desde donde además apenas se puede ver el castillo, hace que te quedes con las ganas de más. Y añadamos también que el tiempo no acompaño mucho y que la flora no estaba especialmente florida. Tendré que darle otra oportunidad la próxima vez… (?).

Por cierto, os dejo con una foto desde la que se puede ver la Tokyo Tower. No hagais como uno que yo me sé y os vayais a hacer el recorrido andando. Advertidos estais.