Me despedía el año pasado con un puñaete de fotos de Londres engalanado, iluminado por las luces navideñas. Por supuesto, en mi llegada a Torrete, no pude dejar de pasear por la capi para ver como lucía un Madrid decorado por diseñadores vanguardistas.

Y Madrid, con lo bien que me trata, no me decepcionó. Ya sabeis que a mi Madrid me tiene ganado, desde que emerjo desde el Metro para disfrutar de su zona centro, pero no sería justo dejar que la subjetividad se apoderase de mi y no reconociera objetivamente que la ciudad estaba preciosa.

Lamentablemente, mis quehaceres extracotidianos, los maratonianos horarios para intentar ver a todo el mundo, me impidieron ver la calle acorazonada de Agata Ruiz de la Prada y la cascada de luz de la Plaza de Colón, pero no se puede tener todo en esta vida y a pesar de las miles de fotos que podría haber hecho en cada uno de estos sitios, no los cambio por el placer de tomarme unas cañas, un café o un chocolate con churros con quien de verdad quiere verte.


Coger fuerzas para alimentar la morriña es lo que me llevo. Ya sabemos que cuando más lejos estás de un sitio más lo disfrutas al regreso, mientras que generalmente cuanto tienes algo siempre rodeandote no le das ningún valor, o al menos no el valor que tiene. Me ha gustado volver a ver a los viejetes jugando a la petanca bajo un sol que no calienta, el olor de las pastelerías de siempre, el jaleo de los bares, apagar la sed en pequeñas claras, las risas, entender lo que la gente dice sin girarme para ver si son españoles (defecto profesional), ver a la gente con carros de la compra (tremendo invento del que desconozco su ausencia de éxito en otras partes que no sea España), el recorrer las calles con los ojos cerrados, el mercado de la Plaza Mayor… todas esas cosas que hacen que volver a casa sea un lujo.






Una de las cosas que más me divierte, son las pelucas de la plaza Mayor. Si. Es una hoterada. Pero a mi me hace gracia. Que no es momento ahora de comparar el mercado Navideño de Madrid, con otros mercados navideños más tradicionales, llenos de obras de arte, como el de Nüremberg, pero a mi me alegra ver como la gente exhibe sin pudor ninguno sus pelucones y máscaras. Le da un toque de color muy alegre. 🙂


Ahora que habré desatado las iras de los amigos del buen gusto, paso a mostraros algunas de las imagenes que más me gustaron: La pseudo-arbol de navidad de la plaza de Oriente y la iluminación nocturna de la plaza mayor a los que añadiré algún detallito de la Puerta del Sol.






Y tras todo este acaramelado y almibarado post, espero que esteis preparados para el shock. Para el horror!!! Porque si. Porque desafiando toda lógica, volvimos a torturar nuestras almas aparentemente ya recuperadas en una recaida de espanto. Siempre supimos que no hay que tocar los mitos de la infancia, pues vistos con los ojos del tiempo dejan mucho que desear, pues nada tiene que ver la imagen que se queda en la memoria que la que realmente fue… Ya sabreis de lo que estoy hablando. De ese oscuro pasado que todos tenemos, porque reconocerlos pecadores, vosotras tambien ibais al Cortilandia!!.


Jejeje. Estais temblando eh? Normal. Nosotros lo resumimos en: «No recordaba que esto fuera tan largo». Ver a Copito de Nieve, recuperado roboticamente para la ocasión, no podía acarrear nada bueno. 😀

Así es el Madrid que yo recuerdo, que será distinto del que cada uno viva, y en el que quedan muchos rincones por conocer y descubrir, como donde te sirven los bocatas de calamares a 2� o atravesar el pequeño mercado de libros para llegar a la chocolatería San Ginés, o degustar unas patatas en donde se asegura que se patentó la salsa brava. 😉 Es para verlo. O no?