Adentrarte en los templos de Nara, con esas inmensas estructuras de madera que se sienten y se huelen antiguas e imperecederas, es la sensación de descubrir las pirámides enterradas o adentrarse por primera vez en la ciudad perdida de Machu Pichu, es donde ví los templos más descomunales durante mi estancia en Japón.

Es cruzar un portón flanqueado por inmensas estatuas de madera que te saludan y te amenazan. Te imponen respeto. Te hacen sentirte pequeño. Nara te hace sentir minúsculo.


Situada al Sur de Kyoto, Nara se estableció hace casi 13 siglos en el 710 dando su nombre origen al periodo Nara, y siendo considerada durante un tiempo como la capital del Sur. Con innumerables e inabarcables templos (cosa habitual en Japón) siete de ellos están considerados como patrimonios de la humanidad por la UNESCO (también algo habitual en Japón 😉 ).


Entre todos estos el más impresionante de todos es el templo de Todai-ji. Brutal. La mayor estructura de madera del mundo, ergida en 752, y de la que actualmente solo sobrevive un tercio del templo original. Lo cual lleva a imaginarse lo monstruoso y babilónico de su impacto hace 1300 años.

Prestad atención al tamaño de la gente en esta foto en la que se puede apreciar un poco mejor la escala del gigante al ver el tamaño de la gente justo en el momento de atravesar las puertas.

Y aquí teneis una maqueta representando toda la inmensidad que abarcaba cuando estaba al completo, para que os hagais una idea. Y nos las dabamos de listos en Europa con nuestras catedrales en plena Edad Media.

Dentro del templo se encuentra la mayor estatua de un Budha en un espacio cubierto: 15 metros de altura y 500 toneladas métricas de cobre. Las fotos no hacen justicia a las dimensiones. El Budha de Kamakura, por comparar, «sólo» medía 13 metros de altura y pesaba unas rídiculas 93 toneladas. Un pisapapeles, vamos.

Algunas medidas interesantes: La cara mide 5,33 metros, los ojos 1 metro cada uno y la nariz la mitad, pero las orejas, esas características alargadas orejas de los budhas ocupan en esta escultura 2,54 m!!

Como curiosidad, el templo tiene uno de los pilares con un hueco del tamaño del agujero de la nariz del Budha y la tradición comenta que quien pueda atravesarlo será agraciado con la iluminación en la próxima vida. Lógicamente los niños no tienen ningún problema en atravesarlo, pero los adultos generalmente se quedan atascado y tienen que ser empujados para ser desatorados!!

Esta zona es centro de peregrinajes y sobre todo turismo, mucho del cual es propiamente japonés.



Ante la oferta de templos en todas estas zonas es inevitable tener que hacer selección por motivos de tiempo y cordura, pues tras el vigésimo empiezan a gustarte cada vez menos. Así que decidimos ver pocos y gozarlos. Visto el más importante obligué a Carmen a ir a ver el Nigatsu-do, probablemente el situado más alto en las colinas y desde donde se puede apreciar unas preciosas panorámicas de Nara, caldeadas con el suave ocre pastel del atardecer.



Lugar de rezos, meditaciones y relajación de la mente, evadiéndose ante el infinito y tranquilizador paisaje.




Una de la cosas que más me llamó la atención de Nara fue el hecho de tener por sus parques completamente sueltos grupos de ciervos, que amableme y cordialmente se te acercan para que les des de comer. Se puede adquirir por un módico precio comida para ellos, bajo tu responsabilidad, que lo mismo se te suben y te comen lo que lleves en la mochila o bolso. Y si no, que se lo pregunten a Carmen… que a puntito estuvieron!! jejeje



Incluso puedes comprar tus propios ciervos inflables para llevartelos a casa contigo! 🙂

Maravilloso Japón, creo que todavía tengo una parte de mi corazoncito que se quedó por allí. Tendré que volver a buscarlo. 😉