Ya avisaba el piloto: aterrizaremos en un Reykjavik parcialmente nublado que se encuentra a -1º. Claro, nos dió la risa. Y más cuando a las tres de la tarde, supuesta hora punta de calor nuestras bocas echaban unas bocanadas de vaho que bien podrían ser nubes.


Curiosamente a lo largo del viaje la temperatura mejoró (un día llegamos a los 5ºC, fijese usted) y el cuerpo, ese misterioso aparato parece que cada vez soportaba mejor la asusencia de calor. De ese sol que manteniendose casi perenne en el cielo no arrojaba ningún atisbo de calor. Y es que ya en estas fechas teníamos más de 12 horas de luz, que intentabamos exprimir al máximo. Curioso su movimiento cuasiparalelo al horizonte nos daba siempre el mismo tono de luz.


Claro, que esto nos dimos cuenta al tiempo, mientras buscabamos que más podría generar calor en nuestro cuerpo.

Pero vayamos por partes pequeños y dulces frailecillos, que mis malos modales no me impidan presentaros a quienes amable y sufridamente me acompañaron con un optimista ánimo en toda esta aventura reglamentaria.


Mis compañeros de universidad Bea y Herman, rescatados para la ocasión, miembros de la primera hornada de amigos que se fueron de Erasmus a tierras italianas y que nos metieron el gusanillo (por no decir envidia) a los que a su partida rellenamos los papeles para el año siguiente. 🙂

Hechas las presentaciones, es hora de que presentemos al tercer invitado en esta reunión, una isla de 103 km cuadrados (la segunda isla más grande de Europa tras estas tierras inglesas) con más de un 50% de desierto, 10% de campos de lava y otros 10% de glaciares. Situada en medio del Atlántico tiene su punto más alto en 2111 metros y una media de 400 metros de altura. No es por tanto dificil imaginarse lo que soplar por allí y al ritmo que se mueven las nubes. Ni los mismos locales se fían del tiempo y nos esbozaban una sonrisa con preguntabamos por el parte metereológico para el día siguiente. Esto es Islandia, nos decían, en cualquier momento te puede llover, nevar o hacer un sol.

Tras el viaje doy completa fé a esas afirmaciones. Más sabe el diablo por viejo que por diablo! 😉

Y es que esta islita estuvo deshabitada hasta bien entrado el siglo VI, habiendo siendo ignorada antes por los griegos (que no veían más que un monton de hielo y nieve) cuando empezaron a llegar temporalmente los primeros monjes irlandeses que más tarde darían paso a conquistadores nórdicos.

Y tampoco se ha convertido ahora, con el paso del tiempo, en un punto neurálgico de seres humanos. Con algo más de 300.000 habitantes repartidos por la isla (la mitad de ellos en Reykjavik) se puede notar que es una tierra dura para vivir. Preciosa, pero muy dura. Apenas hay superficie cultivable y los volcanes siguen activos y arrasando poblaciones cada cierto tiempo.

Reykjavik nos sorprendió porque no se parece a ningún otro sitio donde hubiera estado antes. Como ciudad me resulto bastante caótica, pero en lugar de estar todo arrejuntado formando callejas, es justamente lo contrario (a excepción de la zona más centrica), con una sensación de que todo esta muy lejos de todo. Totalmente anarquica en un tema arquitectural, cuya mejor baza es camuflar ese caos bajo manto de tejados y fachadas de colores, que le dan un aspecto francamente interesante.


Extrañamente es una ciudad que gana desde arriba.





Desde luego para los amantes de las vistas de pájaro, el mejor lugar para disfrutar de la ciudad y de los parajes colindantes es la cima de la Hallgrímskirkja, una iglesia ergida en honor de Hallgrímur Pétursson, poeta conocido en Islandia por sus himnos.




En la puerta destaca la impresionante estatua de Leif Ericson, quien se supone que fue el primer europeo en haber llegado a Vinland (ahora Norte América) aproximadamente en el año 1000 partiendo desde Islandia, casi 500 años que el oficialmente reconocido Colón. Curiosamente la estatua fue un regalo de los Estados Unidos. 🙂



Esta iglesia es el edificio más algo de Islandia con 75 metros de altura. Tardo la escorialesca cantidad de 34 años en ser terminada (comenzando en 1940) y el hecho de estar asentada sobre una colina la permite ser vista desde 20 km a la redonda.


A mi personalmente esta estructura, supongo que por lo diferente, me encanta. Aunque supongo que es probable que divida las opiniones. 🙂

Uy, fijaros que hora es!! Y con el frío que hace va siendo hora de entrar en algún lado a tomar algún café reconstituyente, volver a pegarnos la oreja que se cayó, recuperar la sensibilidad tactil y arrancar de un golpe seco los chuzos helados que se nos han formado en la nariz. Echamos un cafe y seguimos…