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El punto más occidental de Gales, la cabeza de Santo David, St. David’s Head, se adentra en el océano Atlántico. Un entrante flanqueado por Whitesands Bay, un lujo de bahía de una milla de largo, bien conocida por los surferos.

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Y es de verdad un enclave precioso. Y frío. En mitad de la nada, sin protección alguna, es una presa fácil para los vientos, que se adentran en todos los recodos y apropiándose del poco calor corporal que uno puede tener, además se permiten el lujo de jugar con los pobres viandantes que tienen que recurrir a todas sus habilidades (incluídas el agarrarse al suelo con las uñas de los pies) para no salir volando por los aires. Es ahí donde se decubre la utilidad del tejido adiposo pues, amigos de la delgadez más extrema, dudo mucho que pudierais sobrevivir a un lugar como este si no es con pesos extra.

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Creedme, cuando os digo que apenas se podía hablar sin que el viento te secara la garganta al tiempo que sacaba sin pudor las babas y te congelaba las ideas. Alcanzamos la cima y nos sentimos Reyes del mundo y el mar por un momento, porque además a nuestros las olas se rompían con una fuerza descomunal, arrastrando el mismo viento a las fugitivas gotas por los aires unos cuantos metros, lo que llevaba por ejemplo a crear arcoiris cabalgando sobre las olas.

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Y por último, mientras la marea iba bajando, un finísimo manto de las olas que se estiraban para ver cual llegaba más lejos en la orilla hacía de espejo del tremendo y saturado cielo y las rechonchas nubes.

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🙂 Espero que os gusten las fotos, aunque no es lo mismo, miradlo por el lado bueno y recordad que al menos no tenéis la nariz congelada!

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