(Post este que se perdió por la montaña un tal 22 de Junio de 2010)

Las más de 16 horas de viaje en el vetusto Greyhound hasta Salt Lake City me habían hecho recordar, para regocijo de los pinzamientos cervicales, mis mejores travesías por el sudeste asiático. Es lo que tiene Estados Unidos, que es difícil hacerse una escala de lo descomunal que es. Las dimensiones, las escalas, son tan grandes que desbordan la mente y el esto me lo hago yo en un pispas se convierten en taitantas horas de bus para cruzar apenas dos estados.

Salir de California me había devuelto el tiempo soleado y caluroso, características nada aplicables a San Francisco, donde el sol brilla de tanto en cuando y la chaqueta es parte obligatoria de la indumentaria, así que a primera hora de la mañana ya empezaba a sudar lo más grande, mientras intentaba aprovechar las pocas horas que iba a pasar en la capital de Utah. Y aunque pocas, me sobraron unas cuantas.

Salt Lake City, era tan sólo un punto de encuentro, una parada más larga de lo habitual, mientras esperaba para reencontrarme con F., A. y P. y lanzarnos a los parques nacionales al Norte, en Wyoming. Créanme, no hay mucho que hacer en la capital mormona del mundo. Este �Vaticano� Mormón, plagado de iglesias, sonará a muchos por que hospedó a los juegos olímpicos de invierno del 2002, lo cual tiene todo el sentido del mundo cuando uno la ve rodeada de montañas.

Y no a esas, si no a otras, nos lanzábamos. No tardamos en descubrir que las maravillas naturales estaban en concordancia con las dimensiones del país. Lagos descomunales que apenas aparecían en los mapas, valles gigantescos, llanuras infinitas cortadas en la lejanía por hileras de montañas.

Todo en Estados Unidos roza al inmensidad. Apenas hay medias tintas. La filosofía del �Con lo que mola a saco�. ¿Te mola la cocacola? Pues venga, te vendo un litro y lo rellenas cuantas veces quieras. ¿Te molan los coches? Pues nada, aquí tienes una pickup más grande que un autobús de línea para que nuestros 4×4 europeos rocen el rídiculo de lo diminuto.

Los 58 parques nacionales siguen la misma idea (y si no, esperen a los siguientes posts) y abarcan desde cañones a bosques, desiertos, montañas, dunas, volcanes, lagos, zonas geotérmicas… la cantidad y el tamaño es tal que hacen falta muchos muchos meses para poder visitarlos a todos.

Así que teniendo en cuenta la limitación del tiempo acompañada a la del tamaño, apenas me he podido llevar una pequeña idea, un pequeño primer vistazo a las maravillas más accesibles y populares. Imaginarme perderme en sus recovecos y secretos, me temo que me llevaría varias vidas. La frustración en el ansia.

La primera parada era en Grand Teton. Ejem. A pesar de que el chiste puede ser más o menos obvio, todo parece indicar que fue elegido adrede por quienes vislumbraros las imponentes mamas… digo montañas que formaban su gran cordillera. Y obviando el efecto freudiano de las rocas, hay que rendirse a su majestuosidad.

No fue una ruta fácil. Nada fácil. No es que hubiera un gran desnivel, ni que requiriera grandes conocimientos técnicos para completarla, pero si que fue demoledora. Más de 8 horas caminando hasta la extenuación, remontando el curso de un río cristalino hasta que la nieve, cerrada, profunda y nueva nos cerró el paso.

En el camino, parte de los casi 300 kilómetros de rutas que tiene (ozuuuu) se habían cruzado centenares de pájaros, marmotas, serpientes, ardillas y hasta desafiantes alces, que no dudaban en resoplar y mirar con cara de pocos amigos a los bípedos que por allí paseábamos. Pocas veces he visto tanta vida salvaje en un bosque de golpe.

Por que sí, es salvaje. Los parques nacionales están muy cuidados y protegidos. Acercarse demasiado a los animales está prohibido, así cómo (lógicamente) alimentarlos. Hay un férreo control sobre la gente que entra y sale y son necesarios permisos para pasar las noches haciendo camping.

Algunos de los parques nacionales tienen alojamientos que se reservan con meses de antelación, pues sabedores de que lo que tienen es un privilegio, los estadounidenses son los principales turistas en sus propia tierra.

(Creándome enemigos con el ojo de pez)

Fue tan sólo el comienzo y apenas un escaso día para hacernos una idea de lo que podría dar de sí el parque de las grandes Ubres, pero nuestro destino estaba un poquito más al norte, en un lugar mucho más conocido para los que disfrutamos de pequeñitos de los dibujos animados de un oso hambriento de la comida de los campistas, que respondía al nombre de Yogui.

El mítico Yellowstone.