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Llovía incesantemente en Bilbao. La ciudad despertaba gris y fría a orillas del Nervión, algo bastante habitual en esas latitudes de la península, que no impide a los bilbainos hacer vida normal pero para nosotros, menos acostumbrados a ser regados, era el día perfecto para irse de museos. ¿Una apuesta segura en Bilbo? Indudablemente, el Guggenheim.

Este mastodonte curvilíneo de titanio junto a la Ría, puso la chincheta de Bilbao en el mapa mundial, abanderando la transformación de una ciudad que se desindustrializaba, recuperando toda la zona que antes había estado dedicada a fábricas y metalurgia. Esta transformación que comenzó hace a mediados de los 90 consiguió lavar la cara de la ciudad y ahora atrae a un montón de visitantes cada año.

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A Frank Gehry, el arquitecto del Guggenheim, hay que reconocerle mucha inteligencia a la hora de diseñar el edificio. Desde sus primeros garabatos ya tenía una idea muy clara de lo que quería conseguir, pero donde realmente brilló fue en la elección del titanio, como material principal en el edificio. Tuvo que cambiar sus planes iniciales de hacerlo en acero inoxidable, al entender que era incompatible con el gran porcentaje de días nublados de la ciudad.

El acero lucía poco bajo las nubes, pero en cambio el titanio, seguía desprendiendo colores en días oscuros. No fue esto un golpe de suerte, un eureka y lo tengo. Gehry estuvo más de un año haciendo pruebas con distintos materiales antes de decidirse. El único problema es que el titanio es bastante caro por lo que tuvo que usarlo en una aleación de cinc para reducir costes y además, las placas que recubren el edificio apenas tienen un tercio de milímetro de grosor, lo que además de ser un ahorro importante en el coste también permitía una mayor maleabilidad. Ideal para las formas de un edificio donde cada pieza está específicamente diseñada para el lugar que ocupa.

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Pero el probable que todo esto ya lo sepáis al igual que probablemente gran parte de las piezas de entro otros, Chillida, Tapies o Warhol. Un montón de obras de artistas modernos y muchas exposiciones que cambian permanentemente. Una visita de lo más culturizante. Pero ¿qué más puede aportarnos este museo? Pues desde hace un par de semanas una visita muy especial y original. El Guggenheim + (léase Guggenheim Plus).

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Un recorrido único a sus entrañas. Una oportunidad de ver como funciona se organiza un museo y la escala a la que se mueve todo. El inicio ya es de lo más original, no se entra por la puerta principal, si no por el muelle de carga, como si fueras una obra de arte más (que nadie duda que no lo seáis, eh?). Entonces comienzas a moverte por ascensores gigantescos y pasillos enormes. Las arterias del museo.

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Es entonces cuando uno se imagina como han llegado las obras a las salas y descubres todo el proceso, desde la burocracia para pedir permisos y autorizaciones, condiciones ambientales en las que se va a mantener la obra (temperatura, humedad, luz, etc), pasando por la propia instalación. Claro, no es lo mismo colgar un cuadro, que una escultura de 4 toneladas de una pared. Hay un trabajo de ingeniería civil detrás de todo esto. Paredes reforzadas, añadir columnas, cambiar paredes… cada exposición es un mundo.

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A veces incluso, las obras son tan grandes que no hay manera de meterlas en las salas ni siquiera a través de los ascensores industriales. ¿Solución? Pues se abre el museo. Se quita una de las paredes del edificio y se mete por ahí. Vamos, no me digáis que no se os había ocurrido, eh? Y luego te vas a por unos pintxos, un zurito, dos txacolis y te quedas tan ancho.

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Pero a parte de esto, hay muchas más cosas interesantes, como por ejemplo, visitar las salas de restauración, o atravesar la Ría por debajo, entre los intrincados pasillos de cables, luz y ventilación que mueven toda la energía, electricidad y aire del museo. Obras como la Niebla, que crea un centenar de chorros de agua pulverizada en las afueras del museo llevan toda una maquinaria por debajo que se puede admirar. Aumentan las dimensiones, no es sólo la visión del artista, es la de los ingenieros que la han podido llevar a cabo.

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Visitas al restaurante de alta cocina Nerua, o incluso a las salas donde se almacenan las obras que no se pueden exponer en ese momento, y como extra, subir a la azotea del museo. ¿No es mal plan, verdad?

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Ahora, les propongo un juego. Tras mi visita al museo y ver las exposiciones y sabiendo lo que nos contaron tengo dos dudas existenciales cuyas respuestas no me quedaron del todo claras, así que las dejo caer aquí, a ver como actuaríais vosotros.

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Caso 1: Un artista A, crea una obra que ocupa dos paredes de una sala del museo (Sala A). Otro artista B crea otra obra que por dimensiones solo se puede poner en la sala de encima de la primera obra, pero pesa tanto que hay que reforzar la estructura del museo y la única solución es colocar una columna en mitad de la sala A, con lo que la obra del artista A no se puede ver en todo su esplendor. Claro que el artista B es más importante. ¿Qué haríais? Es un mal menor? ¿Tiene o no importancia?

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Caso 2: Un artista C, crea una obra inmensa. Este artista genera espacios para que la gente interactue entre ellos. De hecho mucha de su obra anterior está al aire libre. El museo compra esta nueva obra y por lo tanto adquiere los derechos sobre ella. Al mismo tiempo el museo tiene una política de conservación por lo que la gente no puede interactuar con ella con la misma libertad que en si estuviera en un espacio público. Entre otras cosas, no puede tocarla. ¿Está por lo tanto el museo haciendo que la obra pierda parte de su valor? ¿Debería dejar que la gente la toque aunque eso acabe degradando la obra tal y como era la intención original del artista?

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Vamos, opinen opinen!!. Como ven salí del Guggenheim con muchas más cosas en la cabeza que solo arte. ¿Y saben qué? Me encanta esa sensación! De hecho, me fui habiendo aprendido un montón de cosas, que ni se me habían pasado por la cabeza. Algo más para hacer en Bilbao. 🙂

Más info: Guggenheim | Guggenheim +

(Bilbao, Abril 2012. Parte del Minubetrip por Euskadi)