De vuelta, queridos hobbits, pero los deseosos de descubrir Gales desde el sofá, me temo que habrán de ser pacientes un poco más. A la divertida tarea de ordenar las fotos, se une además la narración de eventos anteriores. Tengan, insisto, paciencia, que ya lo decía mi madre, es la madre de la ciencia. Llegará, cuando llegue. Mientras tanto, cojan el bañador.

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Biarritz resultó ser una joya que por algún extraño motivo se había mantenido oculta a mis ojos durante todo este tiempo. Aún así, las buenas vibraciones comenzaron cuando vislumbré el brillante azul de las olas del mar rompiendo bravamente contra la orilla desde la minúscula ventanilla del avión, momentos antes de reencontrarme con el buen amigo Txema en el aeropuerto.

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Sabiendo de antemano que yo disfrutaría con todos los rincones de esta pequeña villa tomada por suferos, ya había planeado pasar el día allí antes de encaminarnos a San Sebastián, donde otras historias habrían de tener lugar. Algunas de ellas vendrán después. Otras, supongo, morirán con sus protagonistas.

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Volviendo a la pequeña villa playera, situada a los pies del Pirineo Francés, donde por algún azar del destino, los aviones de Ryanair tienen a bien de aterrizar, para alegría no sólo de lo franceses, sino también de los que, situados a este lado de los pirineos quieren viajar a Londres a precio de lowcost. Villa, esta, balnearia, famosa en el siglo XIX, cuando Napoleón III y su esposa, compraron el terreno que ahora ocupa el hotel Casino Palais y empezaron a atraer a la nobleza. Os podréis imaginar entonces, que sus calles cuidadas, impreganadas de un glamour francés un poco ahawaianado, le dan un toque playero de los más chic. Los franceses, como siempre, conquistando con el diseño.

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Tuvimos la suerte además, de contar con un día fabuloso. Habiendo dejado Londres con lluvia, el poder comer frente al mar en una terraza al sol, se me antojaba unas horas antes como una utopía. Nada que añadir, sino estar eternamente agradecido a nuestro sol, por darnos calor cuando pensabamos que se podía vivir sin él.

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Con la panza llena y la piel abandonando el pálido color que arrastraba, recorrimos sus playas, abarrotadas de surferos intentando encarmarse a buenas olas (con irregular éxito), para acabar embaucados por el atronador y poderoso romper del mar contra las rocas. Y allí, en el medio, salpicada por el agua y atacada por la sal, imperturbable, se alza la Virgen de las Rocas, mirando al infinito mar.

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Fue sin lugar a dudas, un descubrimiento asombroso y que se merece, no sólo este, si no muchos más viajes, para dorarse, vuelta y vuelta en las arenas de sus playas.

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Alguna foto más, con olor a mar aquí.