Realmente nunca me fui de Londres, pero yo no lo sabía. No sabía que no tendría ninguna sensación ajena al pasear por sus calles, al recordar los cruces, las direcciones a seguir. Era como si hubiera sido una parte de Tokio a la que simplemente había dejado de ir por azares de la vida.

Londres seguía igual, ajetreada y afanosa, con la gente corriendo de un lado para otro y pequeños oasis donde todo parece tranquilidad. En este día y medio se resistió el sol a aparecer, alegando cualquier excusa de medio pelo a la que tiene acostumbrado a los habitantes de esas latitudes, pero al final si que se dejó ver sabiendo que cuando lo hace, convierte a Londres en el mejor lugar en el mundo.

Está la City animadita, preparadita para el verano con las terracitas al arrullo del Támesis a rebosar de trajeados londinenses dándose al noble arte de encadenar pintas tras la jornada laboral y la gente brotando de la nada y empezando a ocupar los parques y espacios verdes.

Pues sí, echaba de menos Londres. Echaba de menos su sarcasmo, su ironía y su elegancia al mismo tiempo, echaba de menos el ambiente de los pubs y los chascarrillos con los camareros, los edificios destarlados pero con aires de grandeza, las casas con patios, la mezcla ya tan homogénea de gentes de todos lados (incluso hay alguno de Inglaterra, o eso dicen) y por supuesto, mis rincones favoritos. Los que he pisado mil y una veces y siguen sin cansar.

No tenía mucho tiempo. Londres era parada técnica, que convertí en obligatoria para poder pasar a ver a los pocos que aún quedan en esta ciudad en la que se vive permanentemente de paso. Excusa perfecta para recorrer a pie el Southbank y además tomármelo con la calma de quién no tiene que ver nada, porque ya sabe lo que viene después.

Me comentaba el inimitable Pierre Nodoyuna que un excéntrico e inventado caballero, denominado Phileas Fogg, comenzó el 12 de Octubre de 1872 su viaje alrededor del mundo desde esta misma ciudad. Viajaba como bien me han recordado hacia el Este, lo que dio un día extra para ganar su apuesta. No se en que quedará el día que voy a ganar yo, pero valga pues, de homenaje.

De  cualquier manera, Londres, la energía, imán para la inspiración, para la cultura, el arte y las tendencias sigue siendo magnífica.

Londres, siempre Londres.

Para Vane, de lo mejorcito que tiene la capital inglesa y que además tuvo a bien acogerme. 🙂