(O al menos, tal y como me la enseñaron un 30 de Abril de 2010)

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«Nos maldijeron. Asesino, asesino, así nos llamaron. Nos maldijeron y nos desterraron.
Y nosotros lloramos, tesoro. Lloramos por vernos tan solos. Y olvidamos el sabor del pan. La melodía de los árboles, la caricia de la brisa. Olvidamos hasta nuestro propio nombre.»

Al principio del todo sólo estaba el vacío. Después llego la noche y por último llegaron y yacieron, abrazados, Rangi, el padre cielo y Papa, la Madre Tierra. Tuvieron muchos hijos, condenados a vivir en la oscuridad pues el amor entre Papa y Rangi era tan grande que jamás se soltarían y entre ellos, fundido y oculto en mitad de su abrazo se encontraba la luz.

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¿Cómo sería vivir en la luz? Se preguntaron los hijos y comenzaron a discutir como conseguirla. Tūmateuenga, el más fiero de todos ellos y Dios de la Guerra, propuso matar a sus propios padres, pero Tāne, el Dios de los Bosques propuso otra solución. Los separarían. Vivirían sin Rangi, su padre, al que mandarían a lo más alto del cielo y se quedarían con Papa, su madre, quién les alimentaría.

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Pero separarlos parecía imposible. Primero fue Rongo, el Dios de los Cultivos, quién lo intentaría. Sin éxito. Más tarde serían Tangaroa, el Dios del Mar y Haumia-Tiketike el Dios de los Alimentos Salvajes, quién lo intentarían. De nuevo sin éxito. Pero todos ellos lo habían intentado tan sólo con la fuerza de sus manos. No era suficiente. Tāne, en cambio, lo consiguió apoyando su espalda contra uno de ellos y empujando son sus fuertes piernas.

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Surgió la luz, pero Rangi y Papa, separados por primera vez sólo podían gritar de dolor. Rangi, alejándose más y más en el cielo, comenzó a llorar creando los mares. Tāwhirimātea, el dios de los vientos y las tormentas avergonzado por lo que habían hecho sus hermanos y angustiado por los gritos y las lágrimas de su padre, subió a los cielos y juró venganza contra el resto de sus hermanos.

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Creo tornados, tormentas, vientos, huracanes, rayos, relámpagos, lluvia y niebla, que cayeron sobre la Tierra y destrozando los bosques de Tāne. Atacó también con todas sus fuerzas a Tangaroa, el Dios del Mar, mientras sus aterrorizados nietos, Ikatere, el padre de los peces se ocultaba en lo más profundo del mar y a Tute-wanawana, el padre de los reptiles, entre los bosques de Tāne.

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Nunca entendió Tangaroa porque Tāne se había quedado con su nieto y nunca le perdonó que proveyera a las criaturas de la Tierra con embarcaciones de madera con las que atacar a las criaturas del mar. Respondió con inundaciones, rompiendo tierra, arrastrando casas y bosques.

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Mientras tanto la sed de venganza de Tāwhirimātea, el Dios de los vientos, se centraba en encontrar a Rongo y Haumia-Tiketike, pero Papa, la Madre Tierra, en su infinito amor los ocultó tan bien que fue incapaz de encontrarlos. Sólo le quedaba enfrentarse con Tūmateuenga, el Dios de la Guerra, a quién la ira del Dios de los Vientos fue incapaz de doblegar. Tiempo después sería los descendientes de Tūmateuenga quienes formarían a la humanidad. Bravos guerreros.

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Con esta última batalla, llegó el final de la ira del Dios de los Vientos. Pero el fiero Tūmateuenga, comenzó a pensar como dominar a sus hermanos. Preparó trampas para capturar a los hijos de Tāne que no pudieran volar y agujereó los suelos hasta encontrar a Rongo y Haumia, Dioses de los cultivos y los alimentos, a quiénes devoro sin piedad por haberse ocultados como cobardes.

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Al único de sus hermanos a quién no pudo vencer fue al Tāwhirimātea, el Dios de los Vientos, y es por eso que a día de hoy, la humanidad sigue sufriendo sus tormentas y huracanes.

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Y mientras tanto y a pesar de que Tane creó las estrellas, la luna y el sol para vestirle,
Rangi sigue llorando en forma de lluvias de vez en cuando por verse separado de su amada Papa, que llora en forma de nieblas, sabiendo que nunca podrá volver a estar con su amado.

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O al menos así lo contaron los abuelos, de los abuelos de los actuales Polinesios.

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Todas las fotos que acompañan al Post son de Rotorua y alrededores, una de las zonas geotérmicas más importantes del pais y probablemente el centro más grande de cultura maorí, que por cierto, lo convierte en excesivamente turístico – y muy poco auténtico – para mi gusto.