(La experiencia de vivir un amanecer con banda en pleno corazón de los Dolomitas. Denle al «play», anden, no sean tímidos)

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Era un plan sencillo. Salir a las 00.30 de Treviso, conducir tres horas para llegar a Val di Fassa, tomar uno de los autobuses que subían hacia la montaña y después un trekking facilito, de una horita y pico para llegar al refugio Vajolet al amanecer, momento en que comenzaría el concierto. Claro que los planes sencillos nunca salen bien pero estando en Italia tampoco quería decir que salieran mal.

La conducción se había completado con más coches convirtiéndose en una caravana de amigos de amigos, que ahora paraban porque uno tenía que poner gasolina, otro porque tenía que ir al cajero, otro porque quería hacer pis… y yo haciendo gala de mi habitual agonía, la misma que me hace estar en los aeropuertos horas antes de que salga un vuelo, me llevaba las manos a la cabeza. Era imposible que llegáramos a tiempo.

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El teléfono comenzó a sonar, llevando noticias de un coche a otro. No quedaban plazas en los autobuses. Hacer todo el trayecto hasta arriba nos iba a llevar otras cuantas horas más. Ya había pasado la parte de negación y abrazaba la aceptación. Que remedio. Al menos esperaba que los Dolomitas, esos inmensos mazacotes de los Alpes Orientales, del Tirol del Sur estuvieran a la altura de su fama.

Las llamadas se sucedían. Había un plan B. Nos desviábamos de la ruta original, nos quedábamos en otro punto, subíamos por teleférico y la ruta sería cercana a las dos horas. Ajustábamos el tiempo y había un resquicio para la esperanza. Forzando la caminata podríamos llegar. La esperanza se desvaneció pronto. El teleférico estaba masificado, multitudes se agolpaban a la entrada, en una gigantesca cola de filas indeterminadas, una masa de personas. Resignación.

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Descartado el concierto, siempre nos quedaría un buen día de trekking y montaña. Nadie parecía demasiado preocupado. Tampoco nadie parecía descartar el concierto. No acertaba a entender el optimismo, las cuentas no me salían. Claro que me faltaba el componente local, el entender la mente despreocupada de los italianos.

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La policía intentando controlar el desorden, lo confirmaba: �Todo el mundo verá el concierto, no se preocupen. Vinicio ha decidido retrasarlo dos horas, para que todo el mundo llegue a tiempo�. No es que ninguno se preocupara, todos sabían que no había problema. Hay cosas que van más allá de la mera lógica, matemática pura de una mente más alemana e ingenieril como la mía.

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Así que probablemente, después de todo y contra todas las casas de apuestas juntas, aún nos iba a sobrar tiempo y todo. No llegaríamos al amanecer, que lo veríamos en marcha. Visto lo visto tampoco era una mala opción. Especialmente viendo a las montañas formarse, crearse con la llegada de la claridad del día. El valle del Catinaccio se abría y entrábamos entre sus afiladas paredes de piedra vertical con los primeros rayos de sol iluminando sus puntas.

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Los Dolomitas, patrimonio de la Humanidad desde 2009, prometían. Al menos la parte que veía me dejaba sin habla, pero era mucho mas, tanto que en mis días por allí, apenas pude ver una pequeña parte y solo un par de sus macizos. No son los picos más altos del mundo (la Marmolada, que hace su techo es de �tan solo� 3342 metros) pero para muchos son los más bonitos. Un piropo que no le quedaba grande desde mi desconocimiento de muchos de los picos del mundo, pero esta media montaña era una delicia.

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La gente, toda la que había esperado pacientemente (es un decir) su turno en el teleférico, formaban una hilera interminable de hormigas por las rocas que subía hacia Vajolet. La llegada al refugio, regalaba un ambientazo de gente que había subido la montaña desde la tarde anterior y durante toda la noche. La pradera se cubría de colores de sacos, aislantes y abrigos del respetable, algún que otro termo humeante con café, mientras los bocatas y sandwiches abandonaban las mochilas para pasar a mejor vida entre incisivos y molares.

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Comenzó la música. Para los amantes de la música italiana, debo confesar que desconocía por completo la música de Vinicio Capossela, pero allí causaba furor, para muchos el Tom Waits italiano… De cualquier manera la mera idea de un concierto en un circo de montañas me había parecido lo suficientemente interesante como para tener la excusa perfecta para viajar hasta Italia y conocer los Dolomitas. Motivo por el que aunque el propio Vinicio no fue demasiado santo de mi devoción, le estaré eternamente agradecido.

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Llegaba la mañana, se acababa el concierto y a pleno sol empezaba a sobrar sacos, abrigos y forros polares y se empezaba a necesitar crema solar, gorra y cantidades ingentes de agua. Mientras la pradera seguía sembrada de asistentes que presa del madrugón se dedicaban a roncar a pierna suelta mientras se hacían a sol lento.

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No estaba yo por la labor de haber llegado hasta allí para bajarse sin más, así que aproveché la situación para hacer más tramos de ruta y disfrutar del valle desde otra perspectiva. Una planificación menos caótica (y sin concierto) me habría puesto a caminar horas antes, con la fresca, ahora, ya tarde, el horno empezaba a subir la temperatura. Sauna gratis con excelentes vistas. ¿Que más se puede pedir?

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Una hora más de ida y otra de vuelta hasta el Grasleitenpasshütte, que mereció la pena cada paso. Sólo había que dejarse caer montaña abajo, para llegar de nuevo hasta el parking, viniéndonos arriba y obviando hasta el propio funicular. La rodilla, por supuesto, no estuvo muy de acuerdo con la decisión sobre todo cuando sabía que aún quedaban dos días más de ruta, pero la pobre ya sabe que adolezco de oídos sordos en lo que a la montaña se refiere.

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La conclusión es obvia, donde fueres, observa a los locales y si no se ponen nerviosos no lo hagas tu tampoco. Debe estar en las psique intrínseca de cada lugar el saber como se doblan y se entienden las normas, motivos esos tan difíciles de explicar en los que muchas veces ni hablando el mismo idioma somos capaces de entendernos.

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