El señor mayor que sufre caminando por las montañas mientras escucha la música del Señor de los Anillos resopla. Resopla mucho aunque no haya nadie en los alrededores que pueda escucharle. Pasa a sentarse y acomodarse de manera lastimera sobre unas rocas incómodas del camino. Al señor mayor que sufre caminando por la montaña mientras escucha la música del Señor de los Anillos le resulta imposible dar un solo paso más. Está, según se podría describir coloquialmente, hecho mierda. A tan solo doscientos metros de donde se sienta, elegíaco pero aliviado por el respiro que le concede la falta de contacto entre las plantas de los pies y el suelo, se pueden ver las poquitas casas de arquitectura alpina, piedra, madera y tejados inclinados de pizarra negra que conforman Tavascan.
Puede verlas también. Sabe que indican el final de la travesía. Sabe que después de 5 días recorriendo las accidentadas rutas inmisericordes que ascienden hacia las más altas cumbres del Pirineo Catalán le espera la agradable recompensa de una cerveza fría y el poder desprenderse al fin de esa mochila que siempre, desde antes del primer paso, fue demasiado pesada. Al señor mayor que sufre caminando por la montaña mientras escucha la música del Señor de los Anillos le da igual. Resulta obvio que hubiera preferido que el camino hubiera sido doscientos metros mas corto pero habiendo llegado a ese momento en que la realidad se impone, no se le ocurre manera de reducirlo sin romper las leyes universales de la física.
El señor mayor que sufre caminando por las montañas mientras escucha la música del Señor de los Anillos, entretenido en contar cuantas agujetas, heridas, moretones y dolores recubren su frágil carcasa, aún no está en condiciones de apreciarlo, pero cuando recorra esos doscientos metros que le separan de una gloria sin público y eche la vista atrás le invadirá un sentimiento de orgullo y felicidad que ahora no puede concebir. Cuando días después recuerde con los ojos cerrados los pasos, los senderos junto al arrullo del agua de los ríos, los profundos valles, las conquistas de los picos, los lagos, la nieve, el hielo y el perfil apabullante de las miríadas de picos quizás piense que fue un sueño. Que ese cuerpo suyo tan de confinamiento, inerme, no pudo de ninguna manera haber hecho frente a esa naturaleza ineluctable de la Porta del Cel.
Ahora, ocupado en otros menesteres más cercanos a la autopreservación que a la contemplación no es consciente de haber ascendido hasta el punto más alto de Cataluña, los 3143 metros de la Pica d�Estats, ni haber atravesado caminos que de desmoronaban bajo sus pies para poder ver lo mismo que veían los 2853 metros del Certascan. Es poco probable en este momento esté pensando en los rutilante azules del Estany de Certascan o el Estany de Romedo de Dalt. Quizás los pies si lamenten las pedreras infernales que descendían Peirablanca o ascendían hasta la Roca Cigaler, empero en algún momento recapitularán a los momentos en que caminaron maravillados por las Plans de Sotllo, cuando se encontraron con las pocas casitas esparcidas de Noarre, o cuando descendieron con comodidad por los neveros de la Cometa d�Estats… pero no será ahora.
Sus ojos que, desde la roca donde el resto del cuerpo luctuoso reposa, se afanan en encontrar atajos de centímetros también recordarán y es probable que nunca olviden esa madrugada en que se despertaron a tiempo para ver amanecer sobre Francia por encima de un mar de nubes desde el tímido refugio de Pinet y que fue esa visión de simple inmensidad la que devolvió una sensación de paz que el día anterior, sumergidos durante horas en una niebla pegajosa y resbaladiza les había sido arrebatada.
Languideciendo a tan solo doscientos metros de completar los 65 kilómetros de recorrido con más de once mil metros de desnivel acumulado (once mil metros, cinco sílabas aparentemente inofensivas pero deletéreas) los músculos del señor mayor que sufre caminando por las montañas mientras escucha la música del Señor de los Anillos se sienten engañados. Casi exánimes vituperan sin disimulo las etapas ásperas en las que el cronómetro sobrepasaba diariamente la barrera de las diez horas, donde no fue sino la tozudez la que les hizo alcanzar los excesivamente distantes refugios. La tozudez y, no nos engañemos, la perspectiva nada halagüeña de pasar la noche a la intemperie.
El señor mayor que sufre caminando por las montañas mientras escucha la música del Señor de los Anillos se levanta al fin, estragado, acompañado de un rechinar de articulaciones poco esperanzador. No se puede decir que se haya obrado un milagro pero sí se puede afirmar que el descanso ha servido para aportar el óbolo suficiente para afrontar esos últimos metros con una dignidad que esquive el suspenso.
Aún no ha tenido tiempo de recontar lo vivido, de hacerse el mapa mental de los nemorosos terrenos que intentaban conquistar los piélagos de roca. Habrá de esperar a sentirse revivir a base de condumios para apreciar las dádivas que la montaña desinteresadamente le ha proporcionado: No solo los paisajes infinitos de beldad más allá de las palabras sino el poderoso hechizo de la abstracción, el olvido momentáneo de los meses aciagos y nefastos que le habían rodeado y la abstrusa sensación de sentirse minúsculo ante lo colosal de la naturaleza. La incalculable cura para la vanidad.
No. Cuando el señor mayor que sufre caminando por las montañas mientras escucha la música del Señor de los Anillos alcanza al fin el centro de Tavascan y se desploma en la primera terraza que encuentra libre no pensará en nada de esto.
Tampoco le invadirá la euforia.
Pero lo hará.
Y pocos días después, alejado ya kilómetros de esa cordillera montañosa que solo regala belleza a quien la busca y asentado lo vivido sin las interferencias gemebundas de un cuerpo dolorido lo entenderá. Lo entenderá todo. Apreciará la égloga y echará de menos esa vida sencilla y errabunda en que la montaña le permitió subirse a sus hombros y compartió su vida con él. Sí. Unos días después, el señor que sufre caminando por las montañas mientras escucha la música del Señor de los Anillos empezará a contar los días para volver una vez más a seguir rellenando los rincones ignotos de su mapa de Pirineos.
Durante 5 días, estuve recorriendo los parajes del Alto Pirineo y del Ariège (Francia). Ha sido una ruta brutal en todos los sentidos. En nada os voy subiendo los mapas, los tracks y demás, pero no podía resistirme a una pequeña introducción de como me sentí en esos días.
No puedo cerrar esto sin agradecer a Sony España y a Jorge Gállego en particular por haberme prestado la Sony A7C y un 24-70mm f2.8 para la ocasión.
Tenéis más información sobre la travesía de La Porta del Cel en su página web.
Hola Ignacio,
… lo bien que se lo ha pasado «El señor mayor que sufre caminando por las montañas mientras escucha la música del Señor de los Anillos…» por unas tierras que son únicas, que tan cerca las tenemos algunos y que «mejor que otros las tengan lejos» ya que así os sorprenden aún más cuando las pisáis.
Son unos picos espectaculares que siempre que puedo (eso si, sin nieve) intento visitarlos.
Las fotos espectaculares, como siempre, que junto con el texto a uno lo traslada a alguna de las escenas de la estupenda trilogía. A veces he pensado :»¿a que aparecen Gandalf y compañía corriendo por estas crestas?» je,je.
Un abrazo Ignacio!
Gandalf y la compañía estaban por allí seguro. 🙂 La verdad es que ahora según pasan los días la recuerdo como una ruta cada vez más bonita. Tremendamente espectacular. Deseando volver, la verdad… pero es que Pirineos nunca decepciona. Un abrazo fuerte!!!