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Hace ya más de 1300 años que los poetas y escritores hacían referencia a esta cueva, horadada con eterna paciencia por un río ancestral subterráneo, hogar de estalactitas, estalagmitas y todo tipo de formaciones rocosas.

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En el exterior las cañas que se usaban para fabricar flautas le otorgaron el nombre y en el interior se acumulan las leyendas e historias inspiradas por lo que la imaginación extrae de sus formas. La montaña de fruta, el palacio de Cristal, la flor, la Pagoda del Dragón, el bosque… y un largo etcétera no siempre reconocible.

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La cueva está iluminada de tal manera que sea una explosión de colores y aunque alguno alega que pierde su encanto natural, he de reconocer que esa paleta fantasiosa hizo mis delicias tanto en vivo como fotográficamente hablando. Lástima que no pudiera utilizar el trípode en su interior.

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No es fácil hacerse una idea de las proporciones. Cuentan que durante la segunda guerra mundial sirvió de refugio contra los bombardeos a alrededor de mil personas, así que imaginaos sus proporciones.

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Es enorme, mágica, fantástica… desde luego una manera inmejorable de despedirse de Guilin, esta fascinante región de China.