Para quienes no lo han visto con anterioridad existe una inevitable cara de sorpresa al ver por primera vez un viñedo en Otoño. Podría deberse a no ser la vid una planta especialmente asociada con esta estación, un mérito que se llevan inmerecidamente los bosques de hoya caduca: hayedos, robledales, abedules… pero al hacerlo se infravalora la belleza de los mares de viñedos entre sus hojas amarillas, ocres, naranjas y rojas.

La primera vez que que me encontré con los viñedos en Otoño, hace ya unos años en la Rioja, aluciné (también me avergoncé un poco, todo sea dicho, de mi desconocimiento), al ver las infinitas extensiones de viñedos vistiendo al paisaje de gala. Debía, por lo tanto, volver en algún momento y que mejor que aprovechar ese viaje sin rumbo del Otoño de 2021 (que cuento ahora, comenzando ya el Otoño de 2022) siguiendo el cauce del Ebro entre La Rioja y la Rioja Alavesa.

Viajé sin rumbo ni recorrido fijo, me adentré en carreteras estrechas entre viñedos buscando sus mejores ángulos. Solo seguía las ondulaciones del terreno y me dejé engatusar por la luz, esa luz de cielos casi imberbes de nubes que hacían resaltar los colores con toda su intensidad.

Porque a mi me gustan los atardeceres y los amaneceres como al que más, pero en el Otoño me fascina hacer fotos con ese sol de día que demuestra que no hay trampa ni cartón y que los colores no son frutos del filtro de las horas doradas.

Sería incapaz de repetir el recorrido, porque fue como todo el viaje, caótico, con idas y venidas, con suposiciones de que quizás allí arriba hubiera buenas vistas. Y una vez allí, quizás un poco más allí. Y luego puede que un poco más allá… Sé que en algún momento dejé Laguardia de lado y que descubrí sin saberlo la arquitectura calatrávica de Ysios, pero sería incapaz de identificar muchas más cosas. No podría importarme menos.

Porque seguí circulando por esas carreteras hasta que el sol se cansó y dijo que ya bastaba… y yo que apenas había parado para comer un pequeño bocadillo, me quejé ajeno al cansancio. No hizo caso a mis súplicas de niño consentido, obviamente y me resigné y acepté que el día, parte de esa época en que cada día menguan un poco más, había sido de diez y enamorado de la vida y embriagado de colores lo dejé marchar.

Si no lo habéis visto antes… no lo dudéis, regalaos un par de días de recorrer la zona quizás con más calma que yo. El paisaje de toda la zona ya es de por si bonito pero en esta época es simplemente maravilloso.

Gracias a mi querida Elena Aranoa, que me acogió en Logroño, me llevó de pintxos y me dio un montón de indicaciones para saber por donde perderme.