Una de las ventajas de Londres es que en sus innumerables escenarios se puede uno encontrar en carne y hueso a muchos actores, que a pesar de labrarse la fama en producciones cinematográficas, deciden dejar las cámaras para sentir la energía magnética y poderosa del teatro.

Esta vez, y acompañado por Sirventés y L., asistimos a la cita que ponían los míticos Kevin Spacey y Jeff Goldblum, en Speed-the-Plow, una obra acerca del enfrentamiento entre ganar dinero y hacer arte, las manipulaciones y las mentiras, dadas forma en el mundo de las producciones cinematográficas.

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Y vaya espectáculo. Que gozada. Verles a los dos actuar a pocas filas delante de tí, verles crear sus personajes, con una cantidad enormes de matices, sonrisas, miradas, seriedad, gritos, risas, frustraciones… todas ellas comprimidas en una hora y media que vuela y con el extra de tenerlos a escasos metros de tí, te deja inevitablemente pidiendo más.

Y hubo más, porque tras relamirnos con su actuación, ambos actores tuvieron el detalle (supongo que bajo contrato, cosa que nos dió igual) de dedicarnos un mínimo de tiempo (muy mínimo) a una veintena de los espectadores que decidimos esperar a que salieran del teatro en una noche no especialmente cálida. Si, en modo fan fatal total.

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Así que sí, querídimos míos, obra disfrutada y prueba superada!!! Y yo a casa, con la sonrisa de oreja a oreja. Me reitero. Que poco cuesta hacerme feliz!!

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