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Con la marea baja, la playa de la Concha y Ondarreta era inusualmente grande para mí, y sobre ella habían florecido más de una decena de campos de fútbol, con una buena ristra de benjamines y alevines con el gol en mente. Los próximos Xabis Alonsos, decía la concurrencia. En la playa se mezclaban a lo lejos, el ruido de las olas junto con los gritos de los jóvenes, amplificados con los de los padres, desgañitados para que nadie se pudiera quejar de falta de ánimos.

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Enfados e incluso lágrimas de los perdedores, quejas del arbitro enfrentadas a los momentos de júbilo de los ganadores, mientras mucha otra gente aprovechaba el nuevo espacio de arena dura y húmeda, para pasear, hacer algo de deporte y obviar las bajas temperaturas del cantábrico para darse un refrescante baño. Chaquetas y bañadores compartían imagen.

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Y en el cielo, ni una nube. ¿De veras estábamos en San Sebastián? Eso se nos aseguraba. No había muchos días de estos al año pero la ciudad estaba en la calle. Hacía un día memorable. Hasta la mar, que generalmente rompía con endiablada fuerza contra el Paseo Nuevo, estaba calmada, sin apenas olas. Bienvenidos a la piscina del Norte.

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No es que los bravos que se adentraban mar adentro no lo hubieran hecho con olas pero se había convertido más en un agradable paseo que en un ejercicio para forzar la máquina. A mi vera, el mítico Txema, me explicaba los entresijos de las regatas de traineras, las peleas y discusiones por evitar los carriles más cercanos a las rocas y como toda, absolutamente toda la playa, colinas y embarcaciones se llenan de genge y se reúnen en Septiembre para ver las regatas. Tomo nota. Debe ser para verlo.

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Pero no hacía falta esperarse a Septiembre para llevarse alguna sorpresa por las soleadas calles del Casco Viejo. A pies de la Catedral se alzaba un cocinero enarbolando un gigantesco tenedor con pose de lo más épica. Bueno todo lo épico que se puede estar con un tenedor gigante. What? What the fuck? ¿pero esto qué es? Y lo peor, es que no estaba solo. No. Le seguía una concurrencia de cocineros enfrentados a un grupo de soldados. Algo me había perdido yo. Me hallaba frente a una tamborrada. Breve por lo visto, y nada que ver con la que se monta el 20 de Enero. Otra nota para el Calendario.

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El día soleado era un extra, pero para nuestros planes, lo cierto es que no afectaban demasiado, pues consistían en doblarnos a chuletones y sidra aprovechando la época y lanzarnos a una de las sidrerías de la zona hasta salir rodando. No era mal plan y además, en la mejor compañía. En estos días en que vivimos a toda prisa y casi no tenemos tiempo para nada habíamos conseguido cuadrarnos unos cuantos para llegar de lo ancho y alto y vernos, que ya había ganas. Les dejo a ustedes elegir si la excusa era la sidra o verse.

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No era la primera vez que asistíamos a un evento similar. Como ven, nos quedamos cortos de razones para atiborrarnos. El proceso, para quién no lo sepa es el siguiente: Se llega a la sidrería elegida, en cuestión (en nuestro caso, la Sidrería Aburuza en Aduna), se procede a adentrase y recibir un vaso. Se pasa uno por los barriles de Sidra antes de sentarse. Se toman un par de tragos de Sidra y se sienta uno por eso de mantener las formas. Esto de mantener las formas solo dura un rato. Por si hubiera dudas.

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Se procede a hincar el diente a lo que pasa por la mesa. Llegado a este punto, hay que especificar que el menú se mantiene constante independientemente de que Sidrería se visite. Es siempre un clásico primer plato de tortilla de Bacalao, seguido de bacalao con pimientos para acabar con un mítico chuletón.

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Todo esto se acompaña de sidra, que se recarga al unísono al grito de �Txoootx!!�. Las reglas no escritas especifican que sea quién sea el que lo grita obliga al resto de los acompañantes a levantarse y acompañarlo para rellenar los vasos en la kupela que se elija. Se puede rellenar una, dos, n veces de vuelta a la mesa… según la sed de cada uno.

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Lo normal es que los platos que saquen sean aproximadamente uno para cada cuatro. Así hay una tortilla para cuatro, un plato de bacalao con pimientos para cuatro y un chuletón para cuatro. No en nuestro caso. Acabado el primer chuletón por grupo y dándonos cuenta de que estaba para rebañarlo, optamos por una segunda ronda carnívora. Acabada la cual, se votó y por unanimidad se aprobó llegar a una tercera. Vamos, casi a un chuletón por cabeza. ¿Quién dijo miedo? La ocasión lo merecía. Bueno, lo merecía porque no se me ocurre una sola excusa por la que no lo merezca.

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Después de esto y supuestamente para asentar lo comido, te traen un cestito de nueces y queso con membrillo, que acaba inevitablemente haciendo de capa superior en el estómago. Otra de tantas. Todo un goce para geólogos estomacales. He tenido días peores. Si. En serio.

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Los pasos posteriores, ya se los puede imaginar el respetable, pues aún quedaba mucha tarde por delante. Les dejo hacer apuestas sobre si cenamos o no… y mientras cavilan y asimilan lo terrible de esta última frase, les puedo asegurar que esta revisión de las sidrerías, no será la última. ¿Nos vemos el año que viene?

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(Algún día, hijo mío… esta kupela será toda tuya)

Por supuesto, para todos los que volvimos a reencontrarnos, muchas sidras después y por los nuevos con los que nos seguiremos encontrando dentro de otras muchas sidras y especialmente para Begoña y Jose María, por su fantástica hospitalidad. 🙂