(Convencido de que ya no entra en este blog por su rigurosidad temporal, he aquí, lo vivido durante los Carnavales de Brasil, alla por Febrero de 2012)
La idea no era mala. Un grupo tocando temas de los Beatles con una batucada en lugar de batería. En la práctica no era tan lúcida ni brillante como uno pudiera imaginarse, pero a nadie parecía importarle. Sobre un camión con dos paredes de altavoces el bloco do Sargento Pimienta se afanaba por hacer justicia a los temas de Paul, John, George y Ringo. Y el éxito estaba siendo rotundo.
Cuando hay disposición poco más hace falta. La gente estaba entregada antes de que empezaran y el parque do Flamengo estaba a reventar. Se podría pensar que todo Río de Janeiro estaba allí celebrando, pero no. Era sólo uno de los múltiples blocos que estaban sucediendo al mismo tiempo a lo largo y ancho de la ciudad.
La imagen de los Carnavales de Brasil icónica. La habrán visto en todas partes. Grandes carrozas que se desplazan por una calle llena de gradas entre centenares de bailarines, luciendo ropas diminutas y brillantes, al ritmo de la música, entre plumas y colores. Samba pura. La realidad es ligeramente diferente.
No es que mientan, no, pero eso no son los Carnavales de Rio. Es es sólo el desfile de las escuelas de Samba en el Sambódromo. Una parte de lo que está sucediendo en la ciudad. De hecho, muchos de los propios cariocas, aseguran que no han ido nunca al Sambódromo. No es de extrañar, los precios, ya de por si locos en estas fechas, no ayudan demasiado y además, la fiesta está en la calle.
En los últimos Carnavales había más de 450 blocos apuntados. Los blocos, vienen a ser fiestas callejeras, de más o menos renombre, que inundan la ciudad. Algunos blocos pueden llegar al millón de personas, y muchos se quedan en varios cientos de miles. Y si, suceden a la vez. Así que la pregunta más repetida es ¿y tú, a cual vas?
Y no piensen, no, que se tiene en cuenta el calor. El sol es un complemento más que acompaña toda la celebración. Los primeros blocos comienzan a las 10 de la mañana y se puede ir enlazando hasta el caer del sol (incluso alguno después). Es decir, festival bajo un sol de justicia. Os recuerdo que en Febrero es pleno verano en Brasil. ¿No había ninguna otra hora mejor que rozando las insolaciones?
No habría tiempo para todo y la gente sale a la calle desde primera hora con aire de fiesta. Disfraces hay muchos, pero una amplia minoría es la que va con trajes cuidados y trabajados como cabría esperar. Demasiado calor, demasiada gente como para andar con mucha parafernalia. Así que la mayoría se conforma con pasearse con una peluca, la cara pintada, bañador o bikini y el ritmo en el cuerpo.
¿Cual es la mejor manera de sobrevivir? Pues con mucha crema solar, participando del buen rollo y acercándote cada dos por tres a un carrito con bebidas entre hielo y ramplar con unas cuantas para sudarlas inmediatamente. En honor a la verdad debemos decir que los vendedores no suben los precios y hay un acuerdo supongo que no oficial en toda la ciudad. En todos lados las cervezas cuestan igual y las ofertas son las mismas. Cosa que se agradece.
Por que así te puedes hacer las cuentas y salir con el dinero más o menos justo. Sin nada más. De hecho, muchos son los que aseguran que salir con algo más es de locos. No sólo por lo que pueda pasar en las aglomeraciones, sino porque además estás mismas megaconcentraciones de gente son ideales para carteristas. ¿Así que, que diablos hacía yo con la cámara de fotos y la mochila con el equipo en pleno ebullición local?
Pues disfrutarlo como pocos. Había que intentarlo. Me andaría con ojo de que no pasara nada a la cámara ni al resto de equipo que llevaba y sí, la mochila era un engorro, especialmente cuando la densidad de personal aumentaba, pero necesitaba cambiar de lentes, y tener baterías y tarjetas a mano. Vamos, que sin mi disfraz de tortuga ninja no iba a ninguna parte.
Dicen que Rio es muy peligroso, que si en otras zonas de Brasil te roban en Rio te apuntan con una pistola. Siguiendo esa agradable tradición de tirar piedras contra tu propio país, lo mismo decían en Río de otras zonas. Pero de cualquier manera, hablar de armas en zonas con tanta tantísima gente, parecía algo complicado y aunque seguramente los carteristas estarían a sus anchas no tuvimos ningún problema.
Estar con la cámara de fotos en fiestas tan importantes donde a la gente no le importa para nada ser retratada es una gozada. Es la propia cámara la que rompe la barrera de idioma y te permite acabar hablando (aunque sea por gestos) con unos y con otros. De hecho bastaba ver la cámara aparecer para esgrimir una sonrisa. Oiga, y a mi no me va hacer foto. Claro, faltaría más. Diga patata.
Tanto que al final costaba evitar las sonrisas delante de la cámara y eran complicados los robados, hacer el camaleón con todos los trastos que llevaba no era cosa fácil. Afortunadamente había tantas cosas sucediendo que era imposible que todo el mundo me estuviera mirando al mismo tiempo. Y realmente daba igual, si lo que quería era acercarme hasta ser uno más.
Por cierto, si alguna vez van a hacer fotos háganse con un montón de tarjetas para repartir, aunque sean de las más baratas para repartir entre los involuntarios modelos, te lo acabarán pidiendo y se pierde mucho tiempo apuntando tu correo electrónico en todo tipo de móviles. Sólo digo.
Los blocos en los que estuvimos comenzaron en la zona alta de la ciudad, en el barrio colonial de Santa Teresa, que para más complicación tiene poco más que calles estrechas en mitad de la colina. Allí se abarrotaba la gente metamorfoseada a spidermans, subidas a todas partes y manteniendo la fiesta horas después de que pasara la carroza con los músicos, que además, tocaban siempre la misma canción, con lo que acabamos aprendiéndola y e integrándonos divinamente.
Quizás no fue uno sino varios blocos que se juntaban, se desperdigaban, se mezclaban, pero hubo uno específico de la zona centro que fue un no parar. Escenarios en plazas donde no cabía un alfiler (el único sitio donde llevar la mochila fue el horror), mezclados con pasacalles de esos que te arrastran, quieras o no. Ríos, torrentes de gente. Imposible cruzar de una orilla a otra. A dejarse llevar por la corriente y acabaremos donde sea.
Y acabamos con el pasacalle dividiéndose en otros tantos, y por supuesto, perdidos los unos de los otros. Si alguna vez se pierden, olvídense uno de usar los móviles pues las redes están saturadas y busquen un lugar alejado para el reencuentro, es la única posibilidad de encontrar la aguja en el pajar. Cualquier otro intento, falla. Se lo digo yo y otro millón de brasileños.
El clásico de los Beatles, o más correctamente, del Sargento Pimienta, tenía espacio para expandirse y vaya si lo hizo. La masa de gente en el parque era increíble y moverse donde la música era simplemente imposible. Así que la gente se iba dividiendo en decenas y centenas de grupos, cantando y bailando. No es necesario llegar a la fiesta. La fiesta somos nosotros.
Y siempre quedaba Ipanema. Ya sabe que algo va a suceder por allí a cualquier hora. Las calles cerradas al tráfico, los bares sirviendo en la calle para dar a basto a la demanda y poniendo la música a todo volumen para que baile en la calle. Ah si, y el propio bloco, diluido entre el conglomerado de kilómetros de playa plagada de gente. Ideal para ver el atardecer y acabar bañándote para combatir el calor y seguir la fiesta.
Además, debo añadir, que salvando contadas excepciones, y teniendo en cuenta que la gente está bebiendo desde primera hora de la mañana, el ambiente siempre fue (al menos en nuestro caso) tremendamente agradable y festivo. Será por que se suda todo y no da para acabar ciego como una patata, pero era de agradecer. Nada empaña la celebración y si alguien lo intenta, rápidamente es reducido y calmado por el resto de la gente. Llevan un año esperando al carnaval. No van a dejar que nadie lo estropee.
Así que no lo duden. Yo me quedé con ganas de visitar el Sambódromo, sólo por lo mítico del lugar (y por la fiesta, claro), pero tanto el precio como la falta de entradas me echaba para atrás y no me arrepiento nada de haber estado pateando las calles de bloco en bloco. Obligatorio para vivir y entender como lo viven los cariocas. Los blocos, esa experiencia.
No había hueco para todas las fotos, así que si aún quieren más, no dejen de pasar por la galería completa
se dice dar abasto, que yo tb pensaba que era los bastos de las cartas
un gran reportaje.
de parte de la Mosca cojonera
Estupendo reportaje y fotografías. Un par de narices para meterse por ahí con la cámara, yo… me lo habría pensado antes 😀 Pero ahí está el resultado. Mola tela.
Fiestaca con mayúsculas!
Esto si que saben vivir un carnaval épico, o más bien, legen-dario!
que alucinante, ni me imagino cuantas tarjetas de memoria gastarías!
felicidades por las fotos
Cierto… algunas diferencias con el carnaval de copenhague sí que he detectado. Pero el buenrollismo queda manifiestamente marcado en ambos casos. 🙂