Belo Sur Tsiribihina

Parte de la expedición Remote River de IndigoBe: Web | Instagram | Email

Realmente no había ninguna necesidad de moverse. Bastaba quedarse mirando desde la terraza de la habitación para ver transcurrir un mundo ajeno por la la calle. Por sus suelos de tierra y polvo castigados por el sol cruzaban los 4×4, mezclados con tuk-tuks, motos con remolques, carretillas tiradas por cebúes, perros sin rumbo, escolares y mujeres transportando todo tipo de enseres en la cabeza. Entraban y salían por las decenas de calles secundarias que se estrechaban, se ahogaban, desaparecían o se bifurcaban en otras tantas en ese desorden laberíntico de casas de barro, ladrillo, maderas y chapa que conformaban Belo Sur Tsiribihina.

Terminado el descenso del río Tsiribihina habíamos acabado allí, en el centro de la región de Menabe, en una de las ciudades más importantes de la zona. Algo que no se deducía precisamente por el aspecto decadente de sus calles, sino por su trajín y multitudes. Obviamente, necesitábamos conocer la ciudad de primera mano y para nuestro disfrute dejamos la comodidad de la terraza por la emoción de dar una vuelta por las calles destartaladas.

Belo Sur, como punto de paso entre el Tsiribihina y los Tsingys está acostumbrada al turismo, lo que no evitaba que llamásemos la atención allá donde íbamos. Intentábamos movernos con discreción pero como si de vigías se tratasen entre unos y otros se gritaban y avisaban de nuestra presencia. «Allá van un grupo de extranjeros, no os perdáis el espectáculo». Era curiosidad mutua entre los angostos pasillos de los mercados donde se amontonaban la ropa, las frutas, las verduras y la carne con sus moscas al sol o las tiendas de música pirata y puestos ambulantes de helados y costura.

Es difícil saber exactamente que sucede cuando hay tanto movimiento a cada instante, tanto donde mirar y tanto bullicio ensordecedor. Oleadas de gentes cargados de trastos caminando hacia ninguna parte, puestos de comida callejera abarrotados, tiendas de reparación de bicicletas que ocupaban un trozo enorme de calle, bandadas de niños divertidos ante nuestra presencia observándonos con el mismo detalle con el que días después yo escrutaría a un lémur.

De ese paseo abrumador me quedaré, eso sí, con el color. No solo porque el atardecer llegó con una calidísima luz del sol que lo pintó todo de un dorado mágico e irresistible, sino por la imposibilidad manifiesta de sus habitantes de acercarse a los tonos grises. Especialmente las mujeres, claro, ataviadas con sus preciosos lambas llenos de motivos multicolores.

Los lambas son una de las piezas de ropa tradicionales de Madagascar que sirve un poco para todo: además de como vestido, capa o capucha para protegerse del sol, pueden hacer las funciones de sábana o pueden utilizarse para transportar niños pequeños a las espaldas o incluso mercancías. Una auténtica prenda multiusos que cambia de nombre según su función y como todo en Madagascar según su región.

Porque hay pocas cosas más confusas en Madagascar que el propio Madagascar. Si hasta las tradiciones pueden cambiar cada pocos kilómetros ¿cómo es posible aglomerar tantas sensibilidades bajo esa palabra tan imprecisa que es “malgache”? ¿Qué quiere decir malgache? ¿Quienes son? ¿Es la palabra un cajón de sastre que abarca tan solo un espacio físico?

La versión oficial es que los malgaches son los habitantes de Madagascar, pero ¿tienen algo que ver entre todos ellos? Realmente muy poco. Ni siquiera hay solidez en sus orígenes pues llegaron por varios sitios distintos que poco tenían que ver entre sí. Por un lado una primera ola desde procedente de Indonesia/Malasia/Polinesia alcanzó la isla entre los siglos II y V. Por otro los árabes y africanos que llegaron sobre el siglo IX. Ojo a esa sorpresa: Estando el contiente africano mucho más cerca tardaron muchos más siglos en alcanzar la isla. O eso se supone, porque todo lo referente a su historia hay que decirlo con muchas comillas, claro, porque en Madagascar todo son conjeturas, pero lo innegable es que a lo largo y ancho del país hay zonas (al este) con rasgos marcadamente asiáticos y otras (más al oeste) con rasgos mucho más africanos. Y entre ambos extremos la mezcolanza.

Otro ejemplo de su singularidad: La religión. Oficialmente la gran mayoría de los habitantes del país profesan el cristianismo pero extraoficialmente el animismo está integrado en muchísimas de las capas de la sociedad, creando en muchas ocasiones un popurrí de lo más interesante porque se podrán creer y adorar a Jesucristo pero también a un dios creador del mundo como Zanahary que colaboró con Ratovantany, el dios de la Tierra, para crear a la humanidad.

Hay incluso una festividad como el Famadihana en la que los familiares exhuman los huesos de sus familiares muertos para compartir espacio y tiempo con ellos. Como encaja esto con el cristianismo tradicional es complicado de entender e incluso de imaginar pero no es menos cierto que hay iglesias por todo el país y que los domingos, día de misa, se puede ver a muchos malgaches vestidos con sus mejores galas para atender a la ceremonia.

La incomprensión también tiene su belleza, su encanto. Adoro esa desorientación, esa sensación de estar constantemente en fase de descubrimiento. Me acabó alcanzando la noche y ahí seguía yo, dando vueltas, incapaz de absorberlo todo. Probablemente necesitaría una vida. Me tocó conformarse con un paseo.

Más info: Parte de la Remote River Expedition de la agencia IndigoBe. También podéis seguir los artículos que está escribiendo de mi compi Isaac de Viajes Chavetas.

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