Amanecimos en Vík, tras cruzar ya de noche, el tramo que separaba Seljalandsfoss de esta ciudad, bordeando primero el Eyjafjallajökull y acto seguido el Mýrdalsjökull.
Sabiendo que lo que la oscuridad nos impedia disfrutar merecería la pena nos planteamos el volver a hacer el recorrido al día siguiente si el tiempo acompañaba. Y viendo �or (lease Thor) que tras días grises no había ensombrecido nuestro ánimo esta vez si que nos regaló un día espectacular.

Así que cumpliendo nuestra palabra retomamos nuestros pasos y alucinamos. El Mýrdalsjökull estaba ante nosotros. Imponente. Una enorme mole de hielo cubriendo montañas de tal manera que no se vislumbraba pico alguno. Una tarta helada gigante.



Seguimos a los pies del gigante (1480 metros de altura surgiendo delante nuestro) hasta llegar a lo que andabamos buscando. Skógafoss. Otra impresionante cascada (Y las que quedan).


Desgarra la montaña con sus 25 metros de ancho y 60 de alto. Espectáculo gratis, cortesía de la madre Gea. Cuenta la leyenda que tras esa cascada un colono llamado �rasi escondió un cofre lleno de tesoros que todavía nadie ha sido capaz de encontrar. Y debe ser cierto, porque todos sabemos que al final del arcoiris se encuentra un caldero lleno de monedas de oro. 😉


¿Y que más puedo decir? Pues cuando no hay palabras es mejor callarse mientras os imaginais el sonido profundo y ronco de la cascada, la no excesivamente fresca brisa, los brillos del mar a 5 km con un pequeño aroma a salitre, el aire puro y el abrigo de las montañas. Disfrutadlo.








Y yo os dejo aquí tumbaditos, calentandoos el rostro al sol. Yo me retiro un momento que voy a buscar un tesor… digoooo… fósiles. Minerales y fósiles. Eso.

«Yuhuuuuu!!!! Lo encontré!!!! ES míooooo… sólo mío!!!!» 😉