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Aunque el cambio no viene de sorpresa, siempre es un sentimiento mezcla de nostalgia y gusanillo el cerrar una etapa. Porque en la vida siempre que cierras una es porque estas abriendo otra. El cerrar una para quedarte ahí, con la puerta cerrada como un pasmarote simplemente no es posible. No podemos parar la vida, ni cuando queremos quedarnos con un momento ni cuando avanza impasible.

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Estoy terminando de empaquetar mis cosas de esta habitación que me ha acogido casi un año de mi vida. Tampoco es que haya pasado mucho por ella, pero no me entristece marchar. Lo contrario sería negar el movimiento y yo ya hace tiempo que he vuelto a acomodarme en la inercia. Mal.

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Esto nos lleva a tener unas cuantas cosas más que cargar en el listado de buenas intenciones que suele caducar a la semana en lugar de al final de los 365 días, pero ya veremos. Lo cierto, es que para mí de alguna manera año nuevo y vida nueva. Sigo en Londres, pero ¿por que y para que? A ver si lo descubro… 😀

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¿Crisis existenciales de final de año? Seguramente. 😉